La rápida -y en algunos casos asombrosa rapidez- de propagación del SARS-CoV2, ha subrayado la importancia de los análisis predictivos o de prospectiva. En el caso de la actual pandemia que aterroriza al mundo, los modelos matemáticos de predicción son diseñados para visualizar una imagen completa de la pandemia en países o regiones concretas. La idea es, partiendo de los resultados, corregir o avanzar nuevas estrategias para prevenir contagio y muertes en diferentes horizontes temporales.
Esta poderosa herramienta de ciencia puso en tela de juicio la semana pasada las convicciones del primer ministro inglés, Boris Johnson.
Para sorpresa del mundo, en apenas unos días, el primer ministro cambió repentina y drásticamente su estrategia de lucha contra el SARS-CoV2. Se aferraba tozudamente en disminuir los brotes del virus mediante un plan de mitigación que partía de la nefasta premisa de que es imposible detener su progreso. Consecuentemente, las autoridades debían centrarse en disminuir la propagación y evitar el punto máximo de contagios en el que colapsaría el sistema público de salud. Cerrar el país no era una opción, sino continuar con las medidas de mitigación y la vida “casi normal” de la sociedad.
Una estrategia bastante cruel ya que de entrada se sabía que cientos de miles de personas serían contagiadas, resultando que para unos sería un simple resfriado y para otros la indeseable parca. Quizás influyeron en el primer ministro inglés las predicciones de la OMS, entidad que afirmó que, si nos cruzábamos de brazos, las víctimas fatales en el Reino Unido sumarían más de 500 mil personas.
¿Qué motivó de manera tan efectiva que Boris Johnson cambiara de opinión y reconsiderara su estrategia de “mitigación e inmunización del rebaño”?
Nada menos que las fuertes conclusiones de un informe fundado en los hallazgos de un modelo matemático que llevaba el sello del prestigioso Imperial College de Londres. Un ejercicio matemático robusto que incorpora un grupo de variables críticas, como son, los días de incubación del virus (5,1 días); el promedio de personas que se contagiaron por día; las circunstancias de control que existían cuando se contagiaron; las tasas de mortalidad y recuperación y políticas implementadas: personas que se les puso en cuarentena por mostrar síntomas; personas que se pusieron en cuarentena porque tuvieron contacto con otra persona infectada; distancia social de las personas mayores de 70 años; distancia social de toda la población y el cierre de colegios y universidades. También se incorporó la trágica experiencia vivida con la gripe H1N1 que en 2018 dejó un saldo de 18 millones de muertos esparcidos por todo el mundo.
Los resultados de la corrida del modelo definieron claramente un panorama sombrío, plagado de espesas nubes de muertes. Vislumbraba los ritmos de propagación de la enfermedad por el país, el impacto en el Sistema Público de Salud (NHS) y la cantidad de personas que deberían esperar un desenlace fatal. Sus predicciones no dependían de cuán grande fuera la eficiencia del NHS en la atención de todos los pacientes contagiados.
Ante estos datos, servidos por expertos que lo único que hacen es pensar desde que dejan sus camas hasta que vuelven a ellas sin horarios, el señor Johnson tuvo que volver la mirada hacia la China del gran Yu el Grande, recién salida en ese momento del gran horror protagonizado por el SARS-CoV2. Es decir, no tuvo más opción que adoptar, por recomendación del Imperial College de Londres, la estrategia china de la Suppression (supresión): romper la cadena de contagio manteniendo la distancia social de toda la población.
Con tanta formidable ciencia en el Reino Unido, Boris Johnson se inclinó en un primer momento por el amortiguamiento. Muy a su pesar, la ciencia es el único cimiento cierto de las decisiones racionales, y poco importa en este sentido que su sorprendente dinamismo o virtuosa capacidad de movimiento ascendente puedan luego desdecir sus logros actuales.
La mitigación no es la estrategia de la ciencia, es el curso errado dictado por la desesperación. Sin la ciencia, el primer ministro no solo hubiera tenido en su país un mayor número de víctimas, sino que habría logrado también hacer colapsar el sistema de salud. Al final, retumbó convincente en sus oídos la sentencia final del Imperial College: la estrategia de supresión es la única viable. Ella reduce la curva de casos, pero a nadie garantiza llevarla a cero.
Con la estrategia de mitigación el pico de contagios se alcanzaría en tres meses, infectaría a cerca del 80% de la población y dejaría 510,000 personas muertas en Reino Unido, y cerca de 2,2 millones en EE.UU. Con la estrategia de supresión se reduciría en "dos tercios" la demanda de atención médica por parte de los servicios de salud en el punto más alto de la crisis.
Ahora que pensamos que recién comienza el contagio en República Dominicana, debemos aprender la lección: la estrategia de supresión es la política correcta. Correr por otra ruta equivaldría a esperar atolondrados la avalancha en su segura trayectoria. Hay que cumplirla de manera estricta, no importa que se supriman ciertas libertades a las que estamos acostumbrados, lo mismo que ciertos malos hábitos vernáculos.