El anuncio de Hipólito Mejía de que definitivamente competiría por la candidatura presidencial del PRM para las próximas presidenciales del 2016, aunque crónica de una candidatura hace mucho anunciada, aclara el panorama político y despeja en parte la prolongada incertidumbre que en el PRM producían los “silencios” e “insinuaciones” de Mejía como potencial precandidato.
Balaguer nos tenía acostumbrados a este tipo de juegos. Cada cuatro años difería hasta el último momento su intención de candidatearse y lo hacía. Repetir el juego terminó haciéndose parte de una cultura política reeleccionista que a nadie sorprendía, con lo cual a la larga la escaramuza política perdió efectividad, convirtiéndose en liturgia, en mera reiteración de un hábito, nada más. A esa práctica la denomino “la estrategia de llegar tarde”.
Esa práctica fue eficaz porque pasó a ser parte de una cultura política, la que se produjo en torno a la figura del caudillo conservador, como líder derechista de un importante segmento de la sociedad, como frío y misterioso intelectual y político, cuyo liderazgo era mítico, es decir, terminó articulándose en torno a algunas ideas que pasaron a tener fuerza de “verdad indiscutible”: su invencibilidad, su destreza en el manejo del poder y con ello su habilidad para “siempre salirse con la suya” y derrotar a los adversarios.
Lo de Hipólito Mejía es muy distinto. Sus seguidores y colaboradores cercanos debieran meditar el asunto, pues la repetición de la estratagema de diferir hasta el final la intención reeleccionista, la voluntad perpetua de competir por la presidencia, no le ha dado -a Mejía- los frutos positivos alcanzados por Balaguer con el mismo juego y las mismas armas. Veamos.
La estrategia de llegar tarde le dio a Balaguer buenos resultados en varias competencias: en 1970, cuando logró sacar a Francisco Augusto Lora del Partido Reformista y ganó la reelección; en 1974, cuando compitió prácticamente solo y fue reelecto por segunda vez; en 1986, cuando derrotó al PRD desde la oposición. Sin embargo, en varias experiencias el juego de llegar tarde no le sirvió: en el 1978, cuando el PRD lo derrotó; en 1982, cuando de nuevo perdió contra el PRD en el poder; en 1990, cuando permaneció en el poder gracias al fraude contra Bosch y el compromiso neoliberal con el empresariado; en 1994, cuando de nuevo hizo fraude contra Peña Gómez y tuvo que aceptarlo al negociar con el líder perredeísta un recorte a dos años de su nuevo mandato y el compromiso de reforma política. Lo de 1996 fue distinto pues fruto del compromiso contraído en 1994 no pudo candidatearse de nuevo, tras la prohibición constitucional que fue parte del acuerdo con Peña Gómez, dándole así paso a la en ese entonces joven promesa Leonel Fernández.
En cambio, a Mejía la experiencia no le ha sido en nada favorable. Entre 2003 y 2004 repitió más de ochenta veces que no le interesaba la reelección pero se candidateó: logró la reforma constitucional que le permitió competir por la presidencia y perdió. En el 2012 volvió a perder. Para el 2016 se propone de nuevo competir. ¿Alcanzará la victoria?
Todo indica que si bien hace un par de meses Mejía parecía tener la iniciativa en la competencia interna en el PRM, ahora la evidencia permite pensar que la ha perdido y es esto lo que parece haberle obligado a romper su estrategia de “llegar tarde” en el asunto de su precandidatura. No sólo las cifras de las encuestas han estado consistentemente favoreciendo a su competidor interno, Luis Abinader, sino que se aprecia que este último ha ganado espacio y simpatías en importantes grupos de presión, si se lee la prensa con cierto cuidado. En el conjunto de fuerzas que conforman la Convergencia, que es el vehículo que junto al PRM está articulando un posible frente opositor al PLD, su figura ha estado ganando atractivo y apoyo. La reciente proclamación de Abinader como candidato del Partido Humanista Dominicana (PHD) le ha puesto la tapa al pomo.
Ahora Mejía está obligado a competir directa y abiertamente con Abinader por la candidatura presidencial del PRM, demostrando que su oferta es mejor, lo cual es difícil por el simple hecho de que en ello convergen tres factores que no le favorecen: el tiempo, su tradicionalismo populista, ya experimentado por la gente y su vacío programático. A todo esto se une la desconfianza, reflejado en una alta tasa de rechazo. Es por ello que Abinader parece estar más cercano a las expectativas de renovación que la gente anda buscando, al rechazar tanto a Mejía como a Fernández, aunque sean estos dos los líderes con electorados mas compactos. Esto se aprecia en la juventud que reitera su percepción negativa de las experiencias del pasado en ambos líderes. En general, en la clase media se perfila un importante nivel de rechazo del populismo clientelista, al igual que en las élites que tienen poder de decisión, pero no hay que exagerar.
Se me dirá que al final la clase media terminará conformándose con que le den seguridades de que sus privilegios no serán tocados y las élites del poder tienden a pactar apoyadas en un pragmatismo desvergonzado. Puede ser cierto, pero lo central no está ahí. A mi juicio lo descrito lo que está indicando es un debilitamiento en ambos líderes de su poder interno en las organizaciones que lideran, siembra la duda en el electorado “duro” que les sigue y por esta vía vulnera su poder e influencia en la formación de la opinión pública, todos factores que pueden conducirles a la derrota. Fernández tiene la carta negociadora de que en su partido él sigue siendo la figura central, pero ahora como segundo después del Presidente Medina, y este último no puede reelegirse. En el caso de Mejía el mismo conserva un gran liderazgo en la población, pero en un partido en formación resulta fundamental el aparato político organizado, pero es precisamene ahí donde la duda se hace fuerte en torno a si el ex presidente le asegura la vuelta al poder, y sobre todo su asiento en el autobús del poder.
A todo esto debe sumarse el tradicionalismo programático de ambos líderes. Con sus variantes, hasta ahora ofrecen lo mismo: su “iluminación” como grandes directores de masas, nada más. En el caso de Mejía se debe enfrentar el valladar de tener que demostrar que se posee una mejor propuesta y un programa político no sólo convincente, creíble para el electorado y en particular para las élites (alta clase media y empresariado). Mejía debe también brindar seguridad a esos sectores de que la propuesta será asumida y mantenida con coherencia.
Hay muchos elementos que permiten dudar y asumir que sencillamente la mayor probabilidad es que, de lograr vencer en la competencia interna del PRM, en el cual tiene indudablemente un gran liderazgo, de nuevo sea derrotado. Una tercera derrota podría ser catastrófica, ya que, si se toma en cuenta su edad, le sería muy difícil volver a intentarlo en el 2020.
Lo central, sin embargo, son las circunstancias. Mejía tiene de alguna manera el liderazgo del PRM, pero en condiciones muy especiales. En el mismo también ha logrado surgir un liderazgo emergente, Luis Abinader, quien fuera su compañero de boleta en el 2012. Dicho joven líder en el último año aparece como el líder que está creciendo en las encuestas, su tasa de rechazo es muy baja, a diferencia de Mejía que junto con Leonel Fernández tiene un gran rechazo en los sectores determinantes del electorado. El resultado ha sido que hoy es Abinader y no Mejía el que parece concentrar la simpatía del electorado cercano al PRM y en la población en su conjunto es crecientemente mejor visto que Mejía.
A esto se suma el imaginario popular y las expectativas de la clase media que resulta decisiva en la política electoral: pese a que Fernández y Mejía son políticos que conservan un liderazgo duro en sectores importantes del electorado, sus estrellas parecen estar en declive, la gente está inconforme no sólo con el PLD sino también con lo que ha sido la experiencia del pasado en su conjunto. Como se dijo arriba, esto se ve claro en que ambos líderes son los que registran un mayor rechazo.
La situación de Leonel Fernández es igualmente difícil. A diferencia de sus años en el poder, e incluso de la época en que como líder indiscutible del PLD enfrentó desde la oposición a Mejía (2000-2004). Hoy su estrella ha perdido encanto no porque la oposición le haya quitado espacio, sino porque ha surgido un liderazgo que le ha desplazado en simpatía y apoyo en la población y esto desde el poder, con el PLD manteniéndose como partido gobernante, me refiero al surgimiento de Danilo Medina como presidente y hoy único líder con indiscutible liderazgo hegemónico ante el electorado. De todos modos, es verdad que la ventaja de Fernández es la no reelección constitucional, unido a la fragmentación de la oposición.
Por ello el porvenir de Fernández depende en gran medida de poder asegurar la no participación de Medina y en consecuencia de que la constitución no se reforme, eliminando la prohibición de la reelección sucesiva, como también de su sagacidad negociadora con Medina para “poder pasar” en el PLD y conseguir el visto bueno de Medina que le asegure “ablandar” la alta tasa de rechazo que tiene en la población. Esto indica que en esa negociación lo más probable es que Fernández tenga que ceder mucho poder en el partido, en el congreso y en los gobiernos locales. Y aún así queda la incertidumbre de la segunda vuelta, que parece ser la escena a la que conducirá el proceso electoral si el candidato del PLD en el 2016 es Fernández. En ese escenario, aunque el ex presidente es el favorito hasta ahora, hay un rango amplio y creciente de incertidumbre.
De esta forma, por distintas vías, tanto Fernández como Mejía parecen estar obligados a una negociación, mientras más clara y transparente mejor, con sus adversarios internos que compiten con ellos, ya como precandidatos internos en su organización (caso de Luis Abinader), o como líderes que tiene un liderazgo popular superior (caso del Presidente Medina).
En ambos casos esto indica un poder correlativo simétrico y enfrentado a ellos. El de Abinader en el PRM, cuya simpatía crece y va apareciendo como el favorito para enfrentar a Fernández; el de Medina en el PLD y en la esfera del gobierno, cuyo liderazgo ha eclipsado a Fernández, convirtiendo a Medina en la piedra filosofal que tiene en sus manos el gran poder para frenar la posibilidad de Fernández llegar nueva vez a la presidencia y, en todo caso, de no impedírselo sí condicionarlo de manera significativa. Hipólito Mejía tendrá que asumir el reto de un nuevo tipo de choque o competencia interna: la de una estructura eficaz de compadrazgo extra partido que en el pasado le ha sido funcional, aunque no suficiente para ganar (salvo la experiencia del 2000), pero que hoy se enfrenta a un partido en construcción y a una candidatura que goza del favor de la sociedad y de crecientes sectores dirigenciales internos y de la base. A Leonel Fernández le queda una importante cuota de liderazgo que nadie puede discutir, mucho dinero y la fuerza que dan los compromisos previos con mucha gente influyente y con muchos sectores de poder. Pero en las condiciones descritas la pregunta es: ¿basta eso para retomar el poder? Todo indica, entonces, que la batalla por el poder en el 2016 será difícil y hoy son inciertos sus posibles resultados. Pero algo es seguro: la estrategia de llegar tarde ya no sirve.