Cuando la señora Dupré divisó a Jean-Pierre tiritando de frío ante el escaparate pensó que se trataba de uno de los haitianitos huérfanos del Pequeño Haití de Miami.

-¿Ou te mangé?- le preguntó la señora en creole, como si se tratara del hada madrina del muchachito, pues hacía un frío que calaba los huesos y ya las Navidades estaban a la vuelta de la esquina.

Jean-Pierre no se movió ni un centímetro y seguía tiritando, como repitiendo una letanía de semana santa en un mercadillo de pulgas y el hambre lo hubiera convertido en una estatuilla de barro.

-¿Ou te mangé? (¿Has comido?)- volvió a preguntar la señora al haitianito que seguía tiritando y descalzo ante el escaparate, como una hojita seca en medio del parque central neoyorquino.

-Mwen pa mangé, mwen gen grangou) (yo no he comido, yo tengo mucha hambre)- le contestó Jean-Pierre a la dueña del flamante escaparate con todos aquellos zapatos traídos directamente de Italia para los haitianos ricos de Miami.

En un arranque de madre soltera, la señora Dupré tomó a Jean-Pierre por la mano izquierda y lo metió de sopetón en la tienda, envolviéndolo en la estola de lana que ella traía sobre su abrigo de cuero para protegerse del frío.

-Poté basén nan dlochó pou lavé pyé timoun sa- a (tráeme una vasija de agua tibia para lavarle los pies a este niño)- le ordenó la señora Dupré a la cajera.

Se puso de rodillas y, después de buscar un suetercito y unas medias de algodón, sacó del escaparate el par de tenis Nikon que habían hipnotizado al niño y se los encasquetó en cada pie.

-Achté kat hamberger korner-la (cómprame cuatro hamburguesas en la esquina)- volvió a ordenarle a la cajera, quien se precipitó hacia la salida como un bólido camino al Burger King más cercano.

– Manjé tousá (cómetelo todo)- le instruyó la señora Dupré al niño, cuando retornó la cajera trayendo una Coca-cola en la mano derecha.

-El haitianito comenzó a tiritar de nuevo, como cuando estaba del otro lado del escaparate muerto de frío, mordiéndose los labios como si estuviera elevando una oración al cielo.

-¿Ki sá kounyé a? (¿qué es lo que te sucede ahora?)- le pregunto la señora.

– Mwen priye Bondye voyé M’manmán le ou pasé (yo le pedía al buen Cios que me enviara a su esposa cuando usted pasó por mi lado).

– ¿Li nan pa ou M’manmán Bondyé a? (No es usted la esposa del Buen Dios?).
Y ahí fue cuando la señora Dupré explotó de la risa.

¿Poukwá? Poukwá? (¿Por qué? ¿Por qué?)- atinó a preguntarle al muchacho, quien le ripostó de repente:

-Di mwen verité… ¿li nan pa ou Madanm Bondye a? (Dígame la verdad… ¿No es usted la esposa del Buen Dios?- e inmediatamente añadió:

-¿Poukwa pa Bondye a voye ou an Ayití yo pran soulye mache pye até tomoun yo? (¿Por qué entonces Dios no la envía Dios a Haití para calzar a todos los niños descalzos de allí?- imploró Jean-Pierre.

-Paske pou sa kordonyé Dominiken-la (porque para eso están allí los zapateros dominicanos)- le contestó la “esposa de Dios”.

-¿Poukisa isí la ak pa lá? (¿Por qué aquí sí y allá no?)- preguntó el muchacho.

Paske Dominikén pran toujou so a nan Ayití sou do yo (porque el dominicano siempre carga la suerte de Haití a las espaldas).
¡Qué destino el nuestro!