En los círculos de desarrollo del potencial humano (al menos en los que conozco), se considera como estrategia de supervivencia a los patrones de conducta defensiva, que se enquistan en la personalidad como resultado de procesos traumáticos. La desconfianza, la timidez o la arrogancia son algunos ejemplos. Se trata de recursos que en su momento ayudaron a la persona a sortear eventos desafiantes, física o emocionalmente, principalmente en la niñez, momento en el que el ser humano se encuentra casi completamente a merced de sus circunstancias. En general, como se intuye de entrada, las estrategias de supervivencia no cumplen un rol asertivo de la auténtica naturaleza del ser humano. Más bien lo contrario. Son máscaras, filtros emocionales que nos permiten (o al menos eso creemos), sobrevivir en un mundo que interpretamos como tóxico y hostil.
La idea es deshacerse de ellas para lograr desarrollar el verdadero potencial del ser humano. Al margen de cualquier concepción mística, no hay duda de que se trata de una idea cautivadora, y con mucho sentido filosófico e incluso científico, más o menos…. Después de todo, tanto la teoría como la experimentación en física cuántica, reconocen en mayor o menor medida el poder de la percepción subjetiva, sobre la realidad. Si reconocemos que no hay nada sustancialmente distinto entre la estructura cerebral de un Leonardo Da Vinci, por ejemplo, y la de cualquier otro ser humano, entenderemos mejor que la posibilidad de dar un profundo sentido a la vida, existe para todos. Es un asunto de potencial, desarrollado o no, a partir de nuestra percepción de la realidad.
De la mano de estas ideas, he transitado los días de esta cuarentena impregnado de una especie de optimismo revitalizante. Surgía, al final del túnel de estos días de encierro y distancia social con una sincera convicción de logro, personal y colectivo, con esperanza. Pero el mundo no parece haber cambiado. El hambre y la enfermedad siguen siendo monedas de cambio para los políticos en campaña, lo cual no es sorprendente. Lo sorprendente es lo valiosas que son como instrumentos de persuasión, a pesar de la evidente obligación que tenemos los que más podemos de apoyar al resto del tejido social que en estos momentos, nos protege a todos limitando su capacidad de subsistencia.
Por otra parte, vemos las viejas caras del poder engreído y atropellante, posicionándose en las nuevas estructuras, las que nos prometen el cambio. Vamos a unas elecciones a elegir porque toca. Los que irán. Yo a veces dudo. Y si fuera esto poco, el mundo se contrae en su humanidad justo a la hora del prime time. Se matan hombres como moscas con el mundo por testigo, ni siquiera por odio o por miedo, que es lo mismo; porque no se parecen a mí y creo que puedo hacerlo impunemente. Esencialmente por deporte.
El virus todavía nos asecha y ya hemos olvidado esa sensación de unidad que nos llevó a privarnos de nuestros deseos, por el bien de todos. A optar por el amor. ¡Traumática experiencia esta salida de la cueva después del invierno! Pero como dijo Fito Páez, “¿Quién dijo que todo está perdido? Yo vengo a ofrecer mi corazón”.
No creo que me sirva de algo encapsularme en un capullo de indolencia y pesimismo. Tal vez me sirva más una estrategia de supervivencia distinta, una que me impulse a creer en lo que acabo de experimentar; la unión real de toda la vida, especialmente la vida humana. Según la Real Academia Española, la esperanza es el “estado de ánimo en el cual se nos presenta como posible, lo que deseamos.” ¡Hermosa definición! Tal vez si yo y ustedes realmente adoptamos esta estrategia de supervivencia, el universo cuántico reaccionara en consecuencia, o al menos, ustedes y yo interpretaremos y actuaremos, para que así sea; es decir, con un propósito que favorezca lo que todos queremos. Ser felices.