Como hija de la modernidad, la esfera social ha invadido de forma drástica la esfera pública y la privada. La propia Hannah Arendt reconoce que, frente a lo social, lo público y lo privado se muestran indefensos, dejándose penetrar en su espacio más propio.

Las redes sociales han agudizado la influencia de lo social sobre lo público y lo privado a tal modo que se observa no solo una hegemonía de lo social, sino que los límites de las esferas están difusos a tal grado que lo íntimo se expone a la vista de todos y lo público se trata como privado.

Ciertamente, las tres esferas son importantes y hay situaciones en que los límites se entrecruzan o se superponen. Pero jamás se había llegado a tal grado de hegemonía de lo social sobre lo público y privado como ocurre en el momento actual.

Observo con asombro cómo las personas expresan sus estados de ánimo, sus inconformidades en la vida sentimental, las alegrías en sus relaciones de amistad en Twitter, por citar un ejemplo de una red social que está centrada en la comunicación del texto y no de la imagen como lo hace Instagram, Facebook y otras redes sociales virtuales.

Es como si existiese una dependencia de la comunicación de lo íntimo hacia esa especie de auditorio desconocido que representa la comunidad virtual de mis seguidores. La exposición de lo íntimo a una comunidad de afectos ensanchada virtualmente deja la sensación de una escucha multitudinaria que solo es ilusión. Lo íntimo se nutre de relaciones afectivas reales, vinculantes, de voces con rostros en movimiento, de gestos que siempre son más significativos que los caracteres gráficos y los emoticones.

El tratamiento de lo público como algo privado lo notamos en el modo en que las adhesiones políticas no solo se construyen sobre las relaciones afectivas primarias, sino que imperan estas últimas frente a la ley. Aquel viejo ideal del imperio de la ley desaparece según la calidad de los vínculos de amistad y para ello está el ámbito social como ensanchamiento de las posibles influencias de estos vínculos en las funciones de interés general, las funciones públicas. Otro ejemplo claro es la comprensión de la lealtad como fidelidad a la amistad y no como apego a la ley. Es más, hemos visto cómo se transgrede la ley en nombre de la amistad que, aunque es una virtud social, jamás debe situarse al mismo nivel de la ley, sino subordinarse a ella.

Ahora bien, no todo es malo en esta relación entre la esfera social, lo público y las redes sociales virtuales. Lo que hace unos años, en la era pre-internet, se conocía como el declive de lo público por influencia directa de lo social, en estos momentos de redes sociales virtuales se ha fortalecido. ¿Cuál es la razón? La expongo brevemente: las redes sociales han tenido como efecto indirecto el fortalecimiento de las relaciones intersubjetivas. La esfera social como espacio de construcción de la intersubjetividad fortalece la identificación con un proyecto común.  Es claro que esta identificación con el proyecto común es frágil, transitoria, afectiva y que solo se vuelve eficaz en la medida en que se nutre de un sistema de creencias, valores y símbolos que es lo que se denomina ideología, cuando se vuelve autofundante de la comunidad o grupo o movimiento político-social, y de utopía cuando se vuelve proyecto de cambio radical de la sociedad.

Como toda obra humana, las redes sociales son ambiguas. Las sociedades del siglo XXI no se comprenden si no se les estudia desde el impacto de las redes sociales virtuales. Estas últimas no declaran la muerte de las tres esferas en la que desplegamos nuestra condición, jamás, pero está claro que las categorías de comprensión de lo humano que no incorpore y no aborde la hegemonía de lo social y el influjo de las redes sociales sobre este fenómeno, se queda corta. El “hombre virtual”, perdonando el sexismo de la expresión, llegó para quedarse y transformarse en el sueño utópico hecho realidad.

Las funciones de unificación e integración de las comunidades humanas en proyectos de realización entra por el virtual mundo de las redes sociales.