Ahora que se habla tanto de patriotismo y del peligro que representa para la nacionalidad dominicana la masiva inmigración ilegal desde el lado oeste de la isla, sería oportuno rescatar, comenzando en las escuelas, el valor de los símbolos patrios del olvido y observar rigurosamente su uso, específicamente cuando se trata de la bandera. Por años, he llamado la atención acerca de la extendida práctica de emplear en los cuadrantes azules de la insignia nacional, matices distintos que no corresponden al real de la bandera, en especial ese que los estadounidenses llaman “blue navy”, y no el azul ultramar establecido en la ley que regula su uso.

En ese afán llegue a escribirle hace unos años a los presidentes del Senado y de la Cámara de Diputados, al observar que allí se izaban banderas con distintas tonalidades del azul, unas del lado de las otras, como también podía verse el mismo día  en el palacio del Ayuntamiento y en la sede del poder judicial. Ninguna de las cartas, que entregué personalmente en la sede del Congreso, recibió respuesta. He escrito también una decena de artículos sobre el caso y ni el Instituto Duartiano, ni la Academia de la Historia, de la que soy miembro, se han interesado en el tema.

El caso es que si no respetamos nuestros símbolos, empezando por el más importante, que es la bandera, toda exhibición de patriotismo cae en el ámbito de la hipocresía y no habrá posibilidad de que el sentimiento de identificación con los valores que representan y constituyen la esencia de nuestra nacionalidad se arraigue en la mente y el alma de las futuras generaciones. No creo que haya mil de entre nosotros capaces de conocer la totalidad de las estrofas del Himno Nacional, nada extraño si no sabemos bien el azul de la bandera. Hubo épocas en que nos estremecíamos en la escuela  al escuchar  las notas de nuestro canto. Hoy dudo mucho que esa emoción exista en nuestros planteles.