Un apreciado amigo de muchos años, muy activo en las redes, me envió por WhatsApp un video que muestra a seis niñas en un aula de una escuela pública, de espalda a sus compañeros, moviendo obscenamente sus traseros con una habilidad que ya desearían las cabareteras más expertas. El video llegó con un comentario de una línea: “La escuelita de Navarro”.
El sarcasmo me indignó más que la grotesca exhibición de pornografía infantil y me apresuré a contestarle que si la escuela donde eso ocurría le pertenecía a alguien era a la ADP; a los profesores irresponsables e incompetentes que permitían no solo que esas escenas se dieran dentro de un aula, sino que se filmaran, con el seguro y deliberado propósito de circularlo en las redes. Situaciones como esa reafirman la falta de compromiso del gremio de profesores con la escuela y la enseñanza pública. Y en cierta medida explica la terrible realidad de los embarazos escolares.
Lo que bien debería hacer ahora el ministro es destituir de inmediato al profesor que lo permitió y cancelar al director del plantel, porque de otra manera tendría que darle la razón al amigo. El titular de Educación, a quien apenas saludé una vez en un restaurante y entreviste después en un programa de televisión siendo canciller, no puede tener presencia física en todas las escuelas y para eso están los supervisores y profesores. La vida en los planteles es responsabilidad de los que enseñan en las aulas. Y su trabajo consiste en mostrarles a los niños y adolescentes el camino correcto, enseñándoles a actuar con responsabilidad, tanto como a orientarlos en las ciencias y en otras disciplinas.
Si por prejuicios políticos seguimos atribuyéndole al ministerio y al gobierno las cosas desagradables y malas que ocurran en las aulas y nos mantenemos en la periferia del problema, cuanto esfuerzo se hagan para mejorar la educación pública no servirán para mucho.