Dentro de un par de años – en septiembre 2019 – se cumplirá al quinto centenario del inicio de una travesía marítima cuya finalización al cabo de tres años llenó de asombro a la Humanidad de entonces al ponerse de manifiesto por vez primera y de manera convincente que el planeta donde vivimos tenía forma esferoidal – era redondo – echando por tierra las ideas, concepciones y filosofías que negaban esa realidad.

A diferencia del italiano que zarpó hacia el occidente buscando el oriente y quién durante su viaje ignoraba totalmente la existencia de un continente que descubrió por azar, el capitán portugués,  también al servicio de la monarquía española, sí tenía conocimientos –de oídas – de que en la parte meridional de Sudamérica había un paso, un estrecho, que comunicaba el mare tenebrarum – el océano Atlántico – con el mar del sur, o sea el océano Pacífico.

En su primer viaje con razón considerado como el más temerario y heroico, Don Cristóbal Colón tardó dos meses y nueve días entre su salida de Palos de Moguer en Huelva, Andalucía, y el avistamiento de la isla de Guanahani en las Bahamas bordeando luego Cuba y el litoral norte de la Hispaniola.  Luego de recorrer no muchos miles de millas náuticas retornó al viejo continente por una ruta un poco más al norte que la utilizada para su arribo a las Indias Occidentales.

Para los monarcas castellanos los viajes colombinos significaron desde luego la incorporación al reino español de varios millones de kilómetros cuadrados de superficie y el aprovechamiento de sus vírgenes recursos naturales.  Para el viejo mundo representó entre otras novedades la degustación de desconocidos productos agrícolas tales como la papa, el tomate, el cacao – chocolate -, la piña, el aguacate y el tabaco entre otros,  que desde entonces gozan de la preferencia de la totalidad de las poblaciones en Europa, Asia, África y Oceanía.

Contrariamente al denominado Gran Almirante de la mar océano, Fernando Magallanes no contaba con el completo respaldo de sus compañeros de aventura al ser éstos en su mayoría españoles y él lusitano, y desde su salida de Sevilla, la capital hispalense, la tripulación daba frecuentes testimonios de repudio a su jefatura – estaba autorizado por el rey Carlos I de España y V de Alemania – a lo cual se sumaba el carácter altivo y arrogante del comandante que sólo alternaba con sus oficiales próximos.

Componían su escuadra cinco navíos: “Trinidad”, “Victoria”, “Santo Antonio” “Santiago” y “Concepción” con 250 tripulantes en total, y su rumbo, luego de una escala técnica en Canarias –  al igual que Colón – tuvo por orientación el Atlántico sur arribando a las costas del mediodía brasileño donde grumetes, marineros, maestres y los capitanes de las embarcaciones confraternizaron con los nativos, que con alborozo y regocijo los vitorearon, recibieron y avituallaron.

Cuando tocaron el litoral suramericano ya habían recorrido más millas náuticas que Colón al asomarse al archipiélago caribeño,  representando su primer suplicio bordear la extensa y  accidentada franja costera de la Patagonia, Argentina,  que es la región más meridional del mundo caracterizada entre otras cosas por su despoblamiento humano, presencia de matorrales y malezas sin valor alimenticio y la existencia de intensos vientos que inquietan la superficie marina estorbando el avance de las naves.

Varios intentos fallidos por encontrar el Estrecho interoceánico que comunicaba el Atlántico con el Pacifico y que con posteridad fue bautizado con su nombre – Magallanes –,  hicieron que un cierto número de tripulantes y capitanes de las distintas embarcaciones se sublevaran contra el mando del portugués determinando que una de las naves desertara hacia Europa con toda su dotación mientras otros fueron condenados a muerte por traición y deslealtad.

Esta situación de abierta rebeldía – sofocada con rapidez – asociada a la escasez de agua, el frío y la precariedad alimenticia que irritaba a los temerarios marineros, parecía comprometer el éxito de su aventura que tenía como norte desembarcar en el archipiélago indonesio de Las Molucas situadas geográficamente en el ecuador terrestre que para los europeos constituían el reino de los condimentos – clavo de olor, canela, nuez moscada, pimienta     etc – causa por la cual denominaban islas de las Especias o Especiería.

Encontrado y atravesado por fin el estrecho interoceánico, inició la maltrecha  flota de Magallanes la extensa y lenta remontada del mar del sur, es decir del océano Pacífico volviendo la tripulación ser de nuevo víctima de los crueles tormentos de la sed y el hambre – se comieron hasta la piel que tapizaba utensilios y muebles, y bebieron agua salada – no avistando las esperadas islas o indicios de tierra firme durante varias semanas,  muriendo por consecuencia una considerable cantidad de marineros.

Cuentan los sobrevivientes que bajo éstas extenuantes circunstancias  se ponían en evidencia entre la marinería las constantes humanas como la ambición, la envidia, el egoísmo y la avaricia y simultáneamente la benevolencia, el altruismo, la perseverancia y el desprendimiento. Además entre los nativos de esas exóticas y lejanas latitudes existían también los afanes de superioridad, belicosidad, sojuzgamiento y en paralelo la amistad, la generosidad y el acogimiento.

Al borde del colapso total pudieron alcanzar las costas de las pequeñas islas  muy numerosas en Oceanía – al noreste de Australia – donde fueron recibidos con hospitalidad que por intereses locales de predominio entre los anfitriones se permutó en agresividad, en violencia contra los recién llegados, teniendo por fatal desenlace la muerte en combate en la isla Matan de Filipinas de Magallanes en 1521 sin haber alcanzado su objetivo final que era llegar a las Molucas. No entregaron su cadáver para su repatriación.

Luego de intrigas sobre su relevo el mando de la escuadra fue asumido por el vasco Juan Sebastian Elcano o El Cano – fallecido en 1526 – que al fin arribó a las islas de las especias haciendo buen acopio de las mismas en las bodegas de las embarcaciones que aun subsistían al saber que lo más importante para los reyes de España era la importación a la península de los aderezos, aliños, cuya demanda y precios igualaban  a los de los metales preciosos.

El regreso a España por el Este no fue nada fácil pues después del tratado de Tordesillas Portugal detentaba mediante avanzadillas costeras militarizadas el control de la navegación por el océano Indico y en especial por el cabo de Buena Esperanza al sur de África, así como por el litoral occidental de este continente obligando entonces a los españoles a singlar lejos de la costa sobreviviendo la tripulación con agua y arroz hasta las islas de Cabo Verde en el Atlántico.

En este archipiélago portugués fueron reabastecidos al mentirles a las autoridades lusitanas diciéndoles que eran náufragos de una flota castellana proveniente de América,  pero al ser descubiertos al cabo de unos días les secuestraron los navios dejándoles solamente una – por suerte habían  trasegado las especias a la misma – reteniéndoles  como prisioneros las tripulaciones respectivas que con posteridad fueron rembarcadas gracias a un acuerdo entre ambas monarquías.

Por fin, el 8 de septiembre de 1522 después de tres años de su partida de Sevilla y padecer desgracias y calamidades que únicamente la férrea voluntad y la capacidad de mando de Magallanes pudieron sobrepasar, una sola de las cinco embarcaciones iníciales – la Victoria – llegó al mismo puerto de salida, y de los 250 tripulantes que zarparon solo 18 desembarcaron, o sea un 7.2% del total,  porcentaje ridículo en los anales de la navegación marítima.

Lo que en realidad conmovió a los sevillanos fue el triste espectáculo de su procesión por las calles de la andaluza ciudad: iban en silencio, descalzos, llorando, harapientos y portando cirios en las manos flanqueados por una atónita y sorprendida muchedumbre admirada por la hazaña realizada.  A continuación entraron a una iglesia para darles las gracias a la virgen por la protección  divina ofrecida sin la cual según ellos, la epopeya no hubiera sido posible.

Entre los insumos bibliográficos de los cuales nos asistimos para la redacción de este artículo citaremos la biografía “Magallanes: el hombre y su gesta” de Stejan Zweig  leída hace 50 años;  “Primer viaje en torno al globo” de Antonio Pigafetta; “Las décadas del Nuevo Mundo” de Pedro Matir de Anglería y sobre todo “Las páginas del mar” del joven Sergio Martínez – Santander 1975 – cuya reciente lectura motivó  este trabajo.

Esta vuelta al globo terráqueo o circunnavegación fue en su época una acción comparable a la llegada del hombre a la luna el 20 de julio de 1969, y si en honor a la verdad el intrépido nauta portugués por morir combatiendo contra autóctonos insulares realizó solamente la mitad de la travesía, sus méritos como diestro navegante, su escogencia como capitán de la escuadra y su arrojo en desafiar las peligrosas aguas del Atlántico y el Pacifico, hicieron que su viaje fuera más épico que el inicial colombino.

Me permitiré esta interrogante final: cuál fue el destino del ex capitán de la “San Antonio” Juan de Cartagena y del sacerdote Pedro Sánchez de Reina los cuales fueron instigadores de la rebelión de las tripulaciones contra Magallanes, y éste en lugar de condenarlos a muerte – como a muchos de ellos – les impuso como castigo dejarlos abandonados en la bahía de San Julián en la Patagonia? Murieron de inanición? se los comieron los patagónicos? Sobrevivieron acogidos por otros aborígenes? Quién lo sabrá, y no sé porqué me gustaría conocer su suerte en esas meridionales soledades.