“Los remedios no siempre curan, usualmente tampoco matan, pero producen secuelas para el paciente, para su economía y para la salud pública.” – Joan-Ramon Laporte

La Libertad es la región del Perúcon la tasa de letalidad más alta: 9,03 por ciento, casi dos puntos porcentuales más que el segundo departamento en la lista, Lambayeque, que cerró con 7,13 por ciento”. Con menos de dos millones de habitantes, La Libertad supera el umbral de dos mil fallecidos, exhibiendo también la mayor tasa de mortalidad departamental en la nación que trágicamente encabeza al mundo en este importante indicador, y más de cinco veces la mortalidad registrada en República Dominicana, que reporta menos de dos mil muertes en más de diez millones de habitantes.

Desde la capital departamental, Trujillo, donde la medicación con ivermectina ha sido masiva y persistente, el infectólogo y presidente del Comité de Sociedades Científicas del Colegio Médico de La Libertad, Alex Castañeda Sabogal, reporta su experiencia con el COVID-19: “Acá hemos visto a pacientes y médicos que los estamos siguiendo que han tomado su Ivermectina desde la primera carraspera y han terminado en Unidad de Cuidados Intensivos (UCI). Entonces, cómo se explica eso. Y no es uno solo, tenemos registrados a 250 médicos que les estamos dando seguimiento y hemos visto como ha sido usada la Ivermectina”. Basados en esas observaciones, en el departamento de La Libertad, donde el antiparasitario ha sido “proporcionado a pacientes por el Gobierno Regional en muchas campañas comunitarias”, están llevando a cabo una investigación en una muestra de 1000 personas para comparar la mortalidad de los pacientes que se medicaron con ivermectina con los que no la tomaron. Hasta ahora muchos sobrevivientes alaban las virtudes de la ivermectina en emotivos testimonios; los muertos hablarán en esta investigación vía las frías estadísticas.

Mientras llegan los resultados de la novel investigación peruana, Cedimat ha atendido a más de 6,200 pacientes de COVID-19 sin recetarles ivermectina. Sin embargo, en las últimas ocho semanas ese centro médico dominicano solo ha tenido que ingresar a tres de sus propios pacientes ambulatorios para seguimiento hospitalizado por agravamiento de síntomas provocados por el coronavirus. Los demás pacientes de Covid hospitalizados en Cedimat por emergencia, más de 90% del total, fueron inicialmente diagnosticados y tratados por profesionales de otras instituciones o se automedicaron con diversos fármacos, principalmente ivermectina.

El director de Cedimat asegura que muchos pacientes han llegado al centro hospitalario con serias complicaciones respiratorias y en otros órganos, y los médicos han tenido que eliminar la ivermectina de su tratamiento porque el fármaco no había detenido el avance de la enfermedad. En Cedimat no utilizan la ivermectina porque no han tenido buena experiencia con ese medicamento, asevera sin ambages el neumólogo sobre el uso local del antiparasitario para curar el COVID-19.

En su estudio longitudinal de los pacientes internos, el equipo médico de Cedimat ha observado que la mayoría de los pacientes hospitalizados dice haber tomado ivermectina durante su etapa ambulatoria por receta médica o automedicación, sugiriendo la preponderancia de este fármaco en el tratamiento de las tempranas etapas de la dolencia en la ciudad de Santo Domingo, al menos entre la clase media que es su principal clientela. Confiados en la pregonada efectividad del antiparasitario recetado para el COVID-19, muchas veces por vía de la telemedicina o autorecetado en base a la publicidad que se le ha dado a la ivermectina como remedio efectivo, muchos pacientes ponen en riesgo su vida al posponer su visita al hospital. Piensan que están protegidos por el fármaco o que deben dar más tiempo para que se produzca la cura, y solo acuden al hospital cuando entienden que urge internarse porque su condición se hace insoportable.

El director médico de Cedimat explica la peligrosa secuela de la medicación con promesa de cura efectiva en muchas personas: “El paciente se crea una seguridad, un confort irreal y retrasa el momento en que va a buscar atención en un centro médico. Por esta razón los pacientes llegan tarde y se dificulta su manejo.” El mayor efecto secundario de fármacos utilizados como cura milagrosa sin estricta supervisión es que crean un falso sentido de seguridad en el paciente, provocando frecuentemente un descuido en la atención sanitaria personalizada.

La experiencia mundial de los últimos ocho meses revela que entre 85 y 90 por ciento de los contagiados con el coronavirus se recupera sin necesidad de tratamiento especial, no desarrollando sino síntomas leves o moderados que se pueden aliviar en el hogar, como se hace con cualquier gripe o resfriado. Para esos infectados afortunados, cualquier placebo sirve, o, como dice el Dr. Jorge Marte: “Puede ser que cualquier medicamento sea lo mismo que no medicamento”. Para los demás pacientes, no hay píldora milagrosa ni inyección mágica. Solo el seguimiento clínico en consulta profesional, preferiblemente presencial, de los síntomas, los análisis de laboratorio y las imágenes, ayudan a intervenir con tratamiento personalizado en el momento oportuno, antes de hacerse necesario la intubación en cuidados intensivos. No hay una respuesta única para todos los pacientes, no existe una pócima mágica, y creer que un fármaco puede blindar al paciente de las formas más severas de la enfermedad alienta a no buscar el tratamiento adecuado en el momento preciso. Es una receta para terminar en la UCI, si el sistema inmunológico no responde adecuadamente.

Vender la idea de que un medicamento o un combo de fármacos blinda contra la evolución del COVID-19 es muy peligroso, pero eso es lo que mucha gente ha entendido que hacen algunos medicamentos: hoy la ivermectina y, en su momento, la hidroxicloroquina. Hay que tener sumo cuidado con crear expectativas desmedidas sobre la efectividad de vacunas y medicamentos cuando no tienen un historial comprobado o la autorización por una entidad confiable. Por suerte, en República Dominicana no hemos tenido la masiva distribución gratuita de remedios contra el COVID-19 como en varios países de Centro y Sur América, donde la ivermectina abunda como poción, inyección o píldora mágica, y los políticos la pregonan y reparten libertinamente en plazas y a domicilio.

Sin embargo, ningún dominicano quiere salir del consultorio médico sin una receta, y a muchos no les tiembla el pulso para automedicarse con el producto que más suena en el momento, para no molestarse con ir a procurar la prescripción. Incluso, hay personas que previamente tienen los medicamentos de turno en su botiquín y los ingieren cada vez que creen haber estado en contacto con una persona potencialmente contagiosa. En nuestro país no hay impedimento para adquirir los más variados medicamentos en botica, siempre que no sean narcóticos fuertes, que son los únicos fármacos estrictamente controlados por las autoridades dominicanas. Por eso muchos pacientes que llegan con Covid-19 a la emergencia de Cedimat confiesan haber tomado ivermectina con poca o ninguna supervisión profesional.

Si alguna lección debemos sacar los latinoamericanos de esta pandemia, es que se precisa combatir sin tregua al virus crónico de la sobremedicación que nos azota desde mucho antes del novel coronavirus. “La automedicación ha sido un problema serio, o quizás, la prescripción libertina de medicamentos”, sentencia el Dr. Jorge Marte en referencia a la actual pandemia, observada desde la atalaya de Cedimat. Muchos de nuestros médicos complacen a los pacientes que esperan salir del consultorio con una receta para sanar o al menos aliviar su dolencia, pues exigimos una solución instantánea a patologías que vienen desarrollándose durante años.

Para muchas personas, la función del médico es recetar fármacos u operar, y por lo general, preferimos la medicación. Si el doctor no receta, nos automedicamos.  En las farmacias dominicanas se expenden sin prescripción médica todo tipo de analgésicos, antibióticos, anticoagulantes, antinflamatorios, antiparasitarios y esteroides, entre muchos otros fármacos que son estrictamente controlados por prescripción médica en Europa y Estados Unidos, porque su consumo irrestricto es considerado riesgoso para la salud.

Recetar y consumir fármacos irresponsablemente es perjudicial para la salud, para la economía y para la sanidad pública. Por un lado, debemos organizarnos para actualizar y hacer cumplir los reglamentos existentes sobre el expendio y consumo de los fármacos que requieren prescripción médica para la protección tanto del consumidor como de la comunidad; y por el otro, educar a los médicos para que sean mesurados a la hora de recetar fármacos, no dejándose presionar por los pacientes deseando resultados instantáneos. Y, sobre todo, educar a los ciudadanos para ser más pacientes y no querer resolver a toda costa con una píldora rápida: solo así podemos contribuir a detener la epidemia crónica de la sobremedicación que nos azota y que la pandemia ha puesto en evidencia.