“Entremos descalzos

Sin miedo

Al labio vegetal

Que se abre

Y nos traga

Entremos

Salvajemente vivos y unidos”.

(Sally Rodríguez: Animal Sagrado, p. 100)

El animal sagrado y humano es también un cuerpo astral, un cuerpo sensible y proyectivo que espera y advierte su forma-sustancia  dentro del silencio marcado por el signo y el tacto:

“Dentro

Cae la niebla

Y se abre

Blanquísimo el silencio…

El animal está tocando

Con sus ojos mi acto

Abrasando los míos

Con su lengua”

(p. 103)

Pero se trata de una lengua interior, un tacto que se abre al objeto deseado y acogido por un cuerpo-tiempo que vive en la intimidad del Eros-Agapé como círculo de alteridad que moviliza  la intensidad y la presencia del cuerpo abierto. La poeta Sally Rodríguez pronuncia su ser en el poema a todo lo largo de Animal Sagrado.

La misma intención o intencionalidad se puede advertir en “Danza lluviosa”, donde:

“El sonido de un arpa

Se desliza lluvioso

En ángeles

Que delicadamente me tocan”

(p. 104)

Las entidades, tal como podemos leer en el poema, cobran su valor en el viento y los brazos se transforman en símbolos de alcance, de suerte que, en el ofrecimiento del más íntimo gesto en besos, la poeta se pregunta:

“¿a quién?

¿ante quién me desnudo?

¿quién me acoge

y me esconde muy dentro

mientras la música

cae a cántaros?”

El lirismo a veces gnóstico y a veces agnóstico, alberga un tópico alegórico y un oxímoron que, como fuerza, deshace y a la vez descomplementa el universo sensible y místico de lo poético y lo erótico espiritualizado.

El demonio contradictorio de la eternidad lo encontramos de nuevo en “La eternidad se abre en ti” (p. 105), donde la poeta imagina y se imagina en el posicional y metafísico yo que supone el objeto de alteridad abierto al deseo del otro:

“La eternidad se abre en tu mirada

y yo

hoja trémula

me adentro en ella”

En efecto, el  motivo dinámico de la eternidad se hace observable y a la vez se “dice” como paisaje y plenitud, como pájaro que transita y cruza espacios, noches, días, y entonces, el descubrimiento se nutre de viajes, torrentes, tormentos ontológicos y existenciales:

“El paisaje me hace con su cielo

ancho y pleno

Como un pájaro transito

Cruzo

el arenal bajo tus párpados

cruzo la noche

los días

esa carretera de viento

donde viajamos

sin nombres

pero juntos

abordando la tormenta

el torrencial encuentro

en que descubro

como solloza

humana en ti

la eternidad”

(p. 106)

La matriz existenciaria del poema “El arenal bajo tus párpados” se extiende y a la vez acentúa los puntos verbales fuertes del poema y de la concepción que asume la poeta en su relación con el otro, el espacio y la eternidad.

En un trayecto donde rostro y resurgimiento habitan la palabra poética, la voz interna se convierte, como ya hemos visto, en fondo, abismo y tiempo:

“Resurgir

Del fondo de mi abismo

Después de tantos siglos”

(p. 108)

Tocada por la temporalidad nuestra autora conjuga tormento místico y entidad unitaria, trascendiendo espacios de intuición profunda y sinrazón germinal, habida cuenta de una fundación que en su caso marca la trayectoria daimónica y la conversión del ser en presencia:

“El tigre que me acecha

Salta

Se convierte en mi sangre

Me arroja

A la hoguera

Donde ardo

Lloro y me desangro

Furiosamente”

(p. 109)

En su desesperación interior la poeta se apoya, reclina sus rostros y se mueve en esferas intimadas, perdidas y sobre todo originarias. El equívoco de mundo la arroja al misterio de la existencia; la acogida de espigas es un tiempo y un valor subyacente en la especie ontológica; esparcida en el momento es susurro y fulgor inconsciente:

“Dividirme

En blandas esferas

Errar

En el misterio que se hace espeso

Y me esparce

Con simpleza

Reclinar todos mis rostros

Sobre el alma

Acoger

Las espigas que dormitan

En el susurro

De los adioses”

(p. 110)

Hay un contacto con el habitar y con “el susurro de los adioses” que remite a Edmond Jabés y a toda la lírica del pensamiento y el deseo humano. Lugar de encuentro y visión profética de la esperanza, concurrente en el cuerpo, el abismo ontológico-existencial y la mirada del adiós o los adioses en el origen y el final de vida-muerte. El desprendimiento y la simbólica del abismo no tienen apoyos ni soportes; se valen del lenguaje de mundo y finalidad, de forma y sueño. La poeta se auto-reconoce en la determinación creacional y en el conjunto-universo que se borra a cada paso.