Un aula universitaria debe ser un espacio de discusión abierto en el que cualquier noción que se postule debe ser puesta a prueba sin asumirla como una verdad absoluta, más cuando se trata de conductas sociales o de la idiosincrasia de los pueblos. Por eso a los discentes que en la universidad son parte del auditorio de mis clases nunca les asigno un libro único, ni recomiendo libro de texto sobre la materia que imparto. Creo que es imposible hablar de un solo libro en temas tan humanos como la política, el amor o los impuestos. Lenin decía que la política era economía concentrada.

En las clases hablo de ideas concretas y de autores concretos como sujetos falibles, no de textos como los manuales de los que tengo mala opinión desde que vi el economista liberal, Luigi Einaudi preguntara: ¿Cuál era la función de un manual como no sea una completamente vulgar y a veces despreciable de ayuda nemotécnica para la formación de saliva con la que se pegan ciertas nociones en la memoria de los jóvenes únicamente para el día de los exámenes? A través de textos supuestamente científicos y objetivos se venden ideologías cuyas falsedades pueden ser refutadas con la simple observación de situaciones concretas y un poco de razonamiento, pero son verdades dominantes que están en los libros de textos.

A pesar todas las evidencias muchas universidades viven atrapadas en las ideologías de sus directivos y los dogmas de sus docentes, de tal modo que muchas de las enseñanzas sobre la economía ancladas en el mercado y la seducción de las matemáticas para ver un ser humano como una variable en un modelo de abstracciones y conceptos intangibles y la inefable conducta racional del consumidor han convertido las escuelas de economía en madrasas de la insensibilidad. Como las escuelas de derecho se han transformado en centros de adiestramientos para las garantías de los derechos de los ricos. Si hay una frase que resume toda la insensibilidad que se enseña en las escuelas universitarias nada humanas y eminentemente técnicas fue aquella infeliz de un ex rector en una función pública: “los pobres no beben leche”. En un momento que subían los precios.

A través de textos supuestamente científicos y objetivos se venden ideologías cuyas falsedades pueden ser refutadas con la simple observación de situaciones concretas y un poco de razonamiento, pero son verdades dominantes que están en los libros de texto

En las universidades cuando se trata de proponer un texto para las clases todo se fundamenta en lo que según J. K. Galbrialth, planteó Thomas Nixon Carver y en Harvard se llamaba la ley de Carver: “Lo malo de los radicales es que sólo leen libros radicales y los malos de los conservadores es que no leen nada,”. Como los tiempos cambian a mí me parece que esta ley en el presente es inversa, pero los hábitos de lectura de hoy no pasan de los 140 caracteres.

Mi escepticismo metódico me hace huir del libro único y el tratamiento sobre cualquier noción dada hace de mis clases una sala de disección de los conceptos que regularmente llegan arraigados en mis alumnos como dogmas irrefutables. Como que pagar los impuestos se produce por un acto de conciencia o que el pago los tributos se puede lograr con la creación de una llamada cultura tributaria.

En mis clases con un leitmotiv que son los tributos se habla de todos los temas hasta del baile de dembow, no de este en sí mismo, sino de quien lo baila y sus credos, y se habla de la opulencia, y de cómo unos y otra afectan la forma de pensar de los individuos, uno siendo culto y rico y el otro en horas matutinas en una esquina, sin trabajo, capeando el ron. No es lo mismo el bailador callejero que vive parte atrás, que el escritor rico de fama merecida que hace historia y puede decir cualquier cosa a modo de ficción, inclusive el insulto. Hablando con desprecio de los otros que viven en una  “atmósfera ya familiar de voces, motores, radios a todo volumen, merengues, salsas, danzones y boleros, o rock y rap, mezclados, agrediéndose y agrediéndola con su chillería.”, que no son más que fruto de sus prejuicios.

Con los discentes hablo del bailador de dembow y del escritor opulento porque es un asunto de la materia que imparto hablar de ideas oscuras y confusas como la equidad, la justicia y el comportamiento de los sujetos de los tributos para en algún modos hacerlas claras y distintas, pero sin considerar al bailador de dembow para extrapolar conductas sociales y hacer inferencia por procesos estocásticos sobre las actuaciones y la condiciones mentales de una sociedad, cometiendo lo que se llama falacia de composición.

Tampoco asumimos como verdad absoluta si el ser social determina la conciencia o viceversa y pensamos en la opulencia más en los términos de Veblen que en los de Marx. Así podemos ver la función ritual de la música en las gentes de la clase ociosa y a los clásicos de la música como producto diferenciado para el consumo ostensible, que según Veblen guía la formación de los hábitos mentales que definen qué es lo decoroso y loable en la vida.

Durante las clases que imparto discentes y docente discutimos con derecho a réplica porque me gusta la discusión, la interacción y reciprocidad sin tonos magistrales, solemnes, absolutos y determinantes con el objeto de que se pueda pensar y decir libremente el criterio de los intervinientes, para que las clases no sean en los términos de Tomas Gradgnind, el personaje de los “Tiempos Difíciles”, de Dickens.

Pero Ejercer tal libertad parece imposible en un espacio abierto de opinión como este, sin que gentes globalizadas, paladines de la desnacionalización, saturadas de humanismo, portentos de la sabiduría literaria y supuesto lectores de más de 140 caracteres te insulten, parece que es un crimen decir lo que se piensa cuando se trata de una figura que se considera dotada de la infalibilidad papal como Vargas Llosa, sólo porque coincide con las ideas que sobre los dominicanos pretende hacer única.

Un buen escritor por el hecho de serlo no tiene derecho a dar lecciones irrefutables sobre todas las cosas y sus opiniones sobre nosotros los dominicanos no son partes de su obra por más ficción que se quieran considerar, aunque pueda opinar a través de ésta. Hablar de estas opiniones no es negar las destrezas del escritor en su forma de tratar un tema, es sólo no estar de acuerdo con respecto a lo que opina. La opinión del autor puede estar presente en sus obras y tal situación lo puede convertir en un personaje de la misma únicamente para opinar, de ese modo Mario Vargas Llosa considera a Víctor Hugo como el principal personaje de “Los Miserables”.

En “La Tentación de lo Imposible”  el autor de “La Fiesta del Chivo”, dice:   “El personaje principal de Los Miserables no es monseñor Bienvenu, ni Jean Valjean, ni Fantine, ni Gavroche, ni Marius ni Cossete, sino quien los cuenta y los inventa, ese narrador lenguaraz que está continuamente asomando entre sus criaturas y el lector. Presencia constante, abrumadora, a cada paso interrumpe el relato para opinar, a veces en primera persona y con un nombre que quiere hacernos creer es el del propio Víctor Hugo, siempre en alta cadenciosa voz, para interpolar reflexiones morales, asociaciones históricas, poemas, recuerdos íntimos, para criticar la sociedad y a los hombres en sus grandes designios  o en sus pequeñas miserias, para condenar a sus personajes o ensalzarlos.”.

Tal como presenta Vargas Llosa a Víctor Hugo como un personaje de su obra “Los Miserables”, él aparece en “La Fiesta del Chivo”, para al margen de cualquier noción sociológicas, como permite la literatura, estrujarnos con cierta impunidad que somos seres aferrados a formas preracionales, indemnes a las oleadas de modernización, que somos un cao animado que tenemos la necesidad profunda de aturdirnos para no pensar. Los que justifican al hombre con el escritor dicen que es ficción y que eso le da licencia para decir cualquier cosa, pero si la discusión discurre más tiempo te dicen que es verdad lo que él dice y que tiene razón porque eso somos los dominicanos.

El autor de “La Fiesta del Chivo” infiere terminantemente sobre lo que somos para vernos como salvajes ruidosos que ni siquiera pensamos y tampoco queremos hacerlo, emulando a Víctor Hugo y hablando a través de su obra de forma anestésica de lo que él puede considerar nuestras miserias. Vargas Llosa cuando opina sobre nosotros se cree un demiurgo creador que a través razones escatológicas puede decir cualquier cosa, que muchos consideraran se deben aceptar hieráticamente como verdades de nuestra singularidad colectiva, formas de pensar y razonar que para los dominicanos no es nuevas, es común con el “pesimismo dominicano”, propio de muchos de los que le hacen el coro y de los que no soy miembro por más Nobel que le hayan dado a ese señor. Un premio que se lo negaron a Lev Tolstoi, James Joyce, Virginia Woolf, Constantino Cavafis, Frank Kafka, Paul Celan, Margarite Yourcenar, Carlos Fuentes  y se lo dieron a Winston Churchill un racista colonialista respecto al cual ningún adalid dominicano de la justicia racial hace vigilias y protestas para que una de las principales avenidas de la capital no tenga su nombre.