El clientelismo político en nuestro país tiene los mismos orígenes y expresiones que en todas partes del mundo: un sistema que utiliza a los pobres como “mercancía”, que termina privilegiando a las clases dominantes y que tiene como motor auspiciador el presidencialismo.
Los cientistas sociales han estudiado los orígenes, las causas y las consecuencias del clientelismo sin conseguir respuesta real a cómo disminuir sus efectos y presencia en países donde operan estructuras verticalizadas con poder autocrático, en las que el Poder Ejecutivo subyuga a los otros poderes del Estado: el legislativo y el judicial. Al respecto, puede verse rápidamente que en lo regímenes parlamentarios hay una real reducción de la practicas clientelares, porque existe un control fiscalizador del Legislativo sobre las acciones del Ejecutivo, lo que hace efectiva la división de poderes que, en la práctica, es un requisito básico que Montesquieu asigna para construir una verdadera república ciudadana.
La “república clientelar” está basada en relaciones sociales profundamente asimétricas, dominada por una clase dirigente rentista, con una “intelectualidad” subordinada a los mecanismos del privilegio, a una mayoría hambreada y silenciosa, con un presidencialismo manipulador de los otros poderes –que en países como el nuestro le han sido históricamente sumisos, con una independencia restringida–.
En nuestros pueblos el Poder Legislativo ha estado más ocupado en la administración de “las clientelas” que en el ejercicio idóneo de la función legislativa, mucho menos en controlar o fiscalizar al Poder Ejecutivo, ni siquiera al Poder Judicial.
El proverbial mesianismo presidencial lo controla todo, lo dirige todo y lo determina todo. Ese cheque en blanco que le otorga el electorado a un solo ciudadano, es un pasaporte al control absoluto de todos los estamentos del Estado por 4 años, pero nuestra experiencia local nos indica que siempre ha sido por mucho años más, porque el fantasma de la reelecciones indefinidas siempre ha estado presente, merodeando entre las paredes de la mansión de Gazcue.
La República Dominicana debe ser hoy uno de los países más “clientelares del mundo”, ello así porque, independiente de sus causas, existen prácticas ancestrales, propias de nuestra idiosincrasia como pueblo, al punto de que se ha reconocido que en nuestra mentalidad, lo verdaderamente quiere cada dominicano es llegar al gobierno en procura de tener “un carnet, un revólver y un cheque”. Ese simbolismo, que todos entendemos, nos hace acreedores de autoridad frente a los otros y frente a nuestra comunidad.
En nuestra media isla es galopante el crecimiento del clientelismo político. En vez de disminuir aquí aumenta exponencialmente, ante la mirada atónita de una sociedad que no encuentra qué hacer para resolver ese lastre que permea a todas las clases sociales, con mayor influencia en los sectores populares, subyugados por la vulnerabilidad y la indefensión económica en la que subsisten.
En esta especie de “Decálogo del Clientelismo” explicaré mi visión de lo que, según entiendo, se está viviendo aquí:
1- El clientelismo local inicia con el control de la nómina pública, que al servicio del gobernante de turno se convierten en un ejército de asalariados, en miles de promotores de su obra de gobierno y en guardianes de los votos del partido del gobierno en las mesas electorales, otorgando una ventaja considerable para el que está en el poder.
2- La compra de votos, práctica común y que la hacen todos (gobierno y oposición) es un asunto de capacidad económica, que puede tenerla cualquiera de los sectores en el momento de las elecciones pero que se decanta, con mayor frecuencia y por razones obvias, del lado del que está en el poder.
3- Las ayudas sociales, otorgadas a través de programas asistencialistas, han creado una base de apoyo envidiable, provocando que cualquier gobierno, no importando “lo malo que sea,” tenga un colchón importante de votos para las elecciones.
4- El control de las estructuras coercitivas y represivas del Estado hace que, por miedo o por temor, la mayoría de los ciudadanos se pliegue al que manda. Nadie quiere tener problemas “ni con un guardia raso”, por lo que hasta los caciques locales gozan de influencia popular.
5- El control de los medios de comunicación nacional y local permite influir en las masas, es vital, por eso todo el que busca, quiere o tiene poder necesita poseer o vincularse a los que tienen en sus manos esos medios, para llegar a los electores.
6- Los recursos económicos para invertir en las campañas electorales hacen la diferencia, no importa si es del Gobierno o de oposición. El que tiene dinero lleva casi siempre la delantera, salvo honrosas excepciones, porque hoy por hoy “la popularidad es una mercancía como cualquier otra, que se adquiere invirtiendo recursos”.
7- El voto preferencial ha sido el mayor causante del aumento del clientelismo político del país: ahora todavía más, porque se llevó del ámbito Congresual (en el caso de los diputados) al municipal (para el caso de los regidores y vocales). Este sistema de “puja al que más gasta” deja sin posibilidad real alguna de competir al que no tiene presupuesto, lo que ha degradado la política a niveles insospechados, dando espacio para que los dineros mal habidos construyan espacios de poder en una especie de carrusel de la impunidad o de compra de respetabilidad social.
8- El círculo vicioso de la corrupción auspicia el clientelismo, porque se invierte muchísimo dinero para llegar al poder, dejando una estela inmensa de compromisos por pagar si se logra llegar a él, pero una inversión 100 veces mayor para tratar de mantenerse en el poder. Por eso son tan costosísimas las campañas electorales: todo el que tiene votos cree tener y de hecho tiene un potosí en la mano, pudiendo llegar a obtener de miles a millones de pesos.
9- Las leyes hasta ahora favorecen este estado de cosas. Así lo podemos ver en la actual Ley Electoral y en la de Partidos, que entre muchas otras falencias obligan a los candidatos a la doble exposición, no solo en lo relativo a las inversiones multimillonarias que deben realizar durante las elecciones, sino que antes de poder participar, en nombre de “una supuesta legitimidad democrática”, son obligados a participar en primarias, unas elecciones anticipadas en las que los aspirantes son “chapeados” por sus propios compañeros, en esta suerte de zafra electoral interna.
10- La falta de un régimen de consecuencias, porque aquí se cometen todo tipo de acciones delictivas para tratar de ganar las elecciones, en cualquiera de los niveles de elección sin que existan mecanismos reales y efectivos para impedirlo. No se ha institucionalizado un Ministerio Público Electoral que con el presupuesto y el personal necesario para realizar su labor, ni ha sido investido de la autoridad necesaria para hacer cumplir la ley, aplicándola sin distinciones a todos los que la violan.
Este sistema clientelar está impregnado en todo el cuerpo social dominicano. Si en verdad queremos seriamente aminorar sus efectos, lo que es urgente y necesario, tanto porque estamos a un nivel tal que terminará carcomiendo las débiles instituciones democráticas como porque abrirá espacio a que algún día, se haga del poder un populista que haga el compromiso público de arrasar con todo lo que existe hoy.
Estoy convencido que por idiosincrasia nuestra siempre habrá clientelismo en nuestro País pero ayudaría para disminuirlo tres cosas 1- extirpar el cáncer del voto preferencial para diputados, regidores y vocales eliminándolo y buscar un mecanismo que nos dé garantía de una mejor representación social sin las inversiones cuantiosas qué hoy hay que realizar 2- Si se establece en un nuevo código electoral el mecanismo de exclusión de candidaturas a todo aquel que viole las leyes electorales y sobre todo la de los umbrales o topes de financiamiento de las mismas y 3ero crear una especie de vigilancia ciudadana que trabaje de la mano con el ministerio público electoral en cada recinto electoral que evite la compra del voto en toda sus maneras y formas.
Busquémosle rápido una medicina eficaz a esta enfermedad del clientelismo, vayamos al corazón del problema, no busquemos culpables en nuestros humildes compatriotas, pues ellos son también son víctimas. En sociedades con tan frágiles mecanismos democráticos, al ciudadano sin capital social no le queda más remedio que conectarse a redes de influencias buscando atajos para superar su profundas carencias y ahí, no lo duden, ¡ahí se impone la corrupción!