Hace un par de meses, caminado por el parque de Las Praderas me encontré con mi amigo Miguel, un joven de 81 años que camina no se sabe cuántos kilómetros al día ( 8, 10,12…) además, al finalizar hace numerosos ejercicios gimnásticos, y por si fuera poco, como postre se ejercita un par de docenas de lagartijas, ahora en 90 grados, pues hasta hace un par de años las practicaba como las de los soldados castigados de las películas americanas.
Bien, el caso es que encontré a mi amigo debajo de un hermoso árbol, y le pregunté qué hacía ahí parado como una estatua de carne y hueso, pegado del tronco. “Me estoy cargando de energía ” me respondió, y pasó a explicarme que los árboles acumulan una gran energía natural que puede ser aprovechada por los seres humanos, y que él renovaba toda la que perdía caminado, de esta manera tan sencilla y gratuita. Yo, que soy bastante duro para creer en las cosas de esoterismo, espiritualismo, el yoguismo y otros “ïsmos” por el estilo, como tampoco en las ” meigas” ( las brujas gallegas ) ni en las “ziguapas” dominicanas, ni en los “zombis” haitianos, pensé que mi amigo Miguel había adoptado otra de esas modas salvadoras o regeneradoras, que aparecen cada cierto tiempo en forma meditaciones trascendentales, levitaciones, uñas de gato, moringas, guanábanas, o aguas de mar.
El caso es que un día, después de caminar un par de horas me acordé un tanto jocosamente del asunto del árbol, y como estaba agotado por el esfuerzo, sobre todo por el calor de ese día, en lugar de sentarme y descansar en un banco, me puse debajo de una hermosa javilla, espalda con tronco, rodeándolo con brazos y manos, pensando en lo que hacía mi amigo Miguel, aunque totalmente escéptico sobre los resultados. Así estuve unos quince minutos, recargándome como si fuera una batería de celular cualquiera, y después me fui para casa.
Yo no sé si se debió al maravilloso poder que la psiquis posee sobre el cuerpo humano a través de la sugestión, o que el bendito invento del árbol dio resultado, pero al día siguiente me sentí totalmente renovado, física y mentalmente, como salido de caja (¡de caja de 70 años!) y, por añadidura participé en la tarde en una de esas caminatas-maratón de solidaridad que tanto se hacen ahora en el Mirador, sin sentir el más mínimo cansancio, ni al participar, ni al acabar, ni en las jornadas posteriores.
Les contaré que sigo siendo bien escéptico sobre el asunto del árbol, de las Meigas, de las Ziguapas y de los Zombis, pero ya me pongo tres veces a la semana pegado y abrazado a la javilla de recarga energética, y me está funcionando de maravilla. Amigo lector, pruebe usted también este nuevo método naturista, al fin y al cabo no se pierde nada, es más barato que comprar unas pilas en el colmado, o tomarse un de esas bebidas milagrosas, y si le da resultado, por sugestión o por lo que sea, entonces puede ganar mucho para su salud y estado de ánimo. Por mi parte, y viendo los resultados hasta el momento, tengo que decir aquel dicho de los gallegos: Yo no creo en las Meigas… pero de que las hay… ¡las hay!