Tengo un antiguo profesor de metodología que sigue mis opiniones por Acento.com.do y lee la prensa dominicana. A él quiero dedicarle este artículo pues no me perdonaría si ve que dejo pasar algunas observaciones sobre las ya insistentes encuestas que han ido apareciendo en los últimos días. Las encuestas están lejos de ser instrumentos científicos para el conocimiento de la realidad y se han convertido en verdaderos insultos a la inteligencia que, aunque parece cada día más escasa, existe.
Empiezo por aclarar que no me parece relevante aquello de que tal o cual empresa ‘acertó’ con los resultados de la última o penúltima elección. Bien por ella, pero eso no le da patente de corso para hacer lo que le venga en gana.
Hecha esa aclaración, vamos a lo nuestro tratando, eso sí, de escapar a los vientos goebbelianos que apuntan a que el nivel de la propaganda debe ser el nivel del menos inteligente de los destinatarios.
Tomemos al azar una de las últimas encuestas publicadas y analicemos las explicaciones de la empresa sobre la metodología utilizada:
“esta encuesta nacional 1:1 de 1,000 dominicanos …”
La primera información que nos llama la atención y hace despertar serias dudas es: “El estudio sólo se enfocó en los votantes que participan frecuentemente en las elecciones”. ¿Qué significa “participar frecuentemente” en las elecciones? Es probable que la empresa lo sepa, pero nosotros para ‘leer’ la encuesta deberíamos saberlo y no lo informan. A lo mejor se refiere al hecho de que no fueron considerados quienes no concurrieron a votar en las elecciones de 2012 ni los que faltaron a la cita electoral el 2010… Es decir que no tomaron en cuenta la opinión de cerca de un 30% del padrón. Pero… ¿cómo se les identificó?. Supongamos que se hizo una pregunta filtro que respondida negativamente significaba que el cuestionario no seguía aplicándose ¿Votó usted en las elecciones del año 2010 y en las del 2012? Ahí nos aparece inmediatamente otra duda: de los 1.000 electores que son parte de la muestra ¿a cuántos no se les pudo aplicar el cuestionario “por no participar frecuentemente en las elecciones” (la tasa de respuesta)? Ese número podría poner en duda la representatividad de la muestra y, por supuesto, los ‘arrolladores’ resultados.
Agreguemos que quienes cumplieron la edad que les admite como electores después de mayo de 2012 tampoco pudieron ser encuestados pues no cumplen con el requisito de “participar frecuentemente en las elecciones” declarado por la propia empresa. Ellos y ellas, que serán varios miles en el 2016, no califican como ‘participantes frecuentes en las elecciones’ por lo que resulta extraño encontrar después datos referidos a encuestados con edades entre 18 y 24 años (los de 18 y 19 años no han votado nunca).
Dice la empresa: “Estas respuestas están balanceadas para garantizar que el total de la muestra era representativa de la nación en su conjunto”. Aquí les ruego me excusen si prefiero hacer como que no reparé en aquello de “muestra representativa de la nación en su conjunto”: supongo que eso será buen tema para las clases de metodología en Júpiter, pero en el planeta Tierra suele usarse como universo el padrón electoral. Es decir la lista de los ciudadanos y ciudadanas hábiles para sufragar o la población mayor de 18 años según el último censo. Para ver muestras representativas “de la nación” ya usted sabe cuál programa y canal de televisión debe encender.
Finalmente explican que “El margen de error es de +/-3.10, y un poco mayor para los subgrupos.” O sea que con la información de que se dispone, vienen malas noticias para quienes sacaron cuentas alegres (o tristes) acerca de cómo están las cosas al interior de los partidos e incluso para quienes brindaron por los grupos de edad. El margen de error de +/-3.10 es aceptable para una muestra de 1.000 dominicanos (¿y dominicanas?). La empresa, aunque reconoce que el margen de error es “un poco mayor para los subgrupos”, se cuida de no decir cuánto mayor y eso es relevante cuando se establecen los resultados para quienes se identifican como simpatizantes de un partido, o para los grupos de edad, etc.
Definitivamente las matemáticas no me dan y a ojo de buen cubero no se debe sacar ninguna conclusión con tales resultados pues el margen de error debe ser mucho mayor a 5% en esos “subgrupos”. Se puede aceptar -a pesar de todas esas observaciones- que la muestra es representativa a nivel nacional y para hombres y mujeres. Lo demás no lo tome en serio.
Permítanme agregar otras pocas reflexiones para que se puedan entender mejor mis conclusiones. La primera no tiene que ver con un asunto metodológico, sino más bien con cuestiones éticas, esas que se arrastran en las transiciones inconclusas e impunes que tratan de poner al día, para parecer importantes, los nostálgicos del jefe.
Sí, hay preguntas que hieden a “Foro Público”. Ese ingenio de maldad de la “Era” parece estar de regreso en la encuesta de marras con la inclusión de la siguiente pregunta: “¿Quiénes fueron los más corruptos durante los gobiernos de Leonel Fernández?”. ¿Con qué derecho se hace una pregunta semejante? ¿para qué?. No somos tan estúpidos para suponer que los encuestados disponen de la información suficiente que les permita ordenar ¿por grado de maldad? a “los corruptos”. Tampoco disponen de la información acerca de quiénes son los corruptos (conozco a varios que no fueron incluidos en el listado). Y a nadie se le ocurra soñar que este tipo de pregunta pueda significar un avance en la lucha contra la corrupción porque -cualquiera fueran los nombres- hay algo que les puedo asegurar: aunque los pudiera meter presos –después de un juicio- la corrupción va a seguir.
Como si fuera poco, si estos lujitos propios de tiempos peores no se detienen tenga cuidado porque en la próxima entrega de “las empresas que más cerca han estado de los resultados de todas las elecciones” podrían preguntar, por ejemplo: “¿Cuál de éstos es el médico al que se le han muerto más pacientes?” o “¿Cual de estos es el historiador que más ha falseado la historia dominicana?”, etc., etc. Lo que finalmente sí pudieran lograr es que, parafraseando a Brecht, tengamos que decir ¡¡Cuando preguntaron por mí y por usted, ya era demasiado tarde!!
También resulta interesante constatar que se trató de medir la intención de voto. Lo simpático es que se hizo cuando todavía no hay candidatos. Aunque nunca le acierto, hay una proyección que me voy a atrever a hacer: la mayoría de los incluidos no estará en la boleta en mayo de 2016. A diferencia de una encuesta anterior en que los nombres consultados salieron de una original observación ‘in situ’: “Los que tienen valla”, esta vez no está indicado cómo se seleccionaron los políticos evaluados,
La encuesta tiene demasiado sabor a ir posicionando candidatos con el esquema del antiguo bipartidismo. Hay encuestadores serios que resuelven cómo medir a políticos y políticas cuando las elecciones están todavía tan lejos: preguntando con listados que pueden incluir hasta 25 o 30 nombres, a quiénes la población “percibe” con más futuro. Pero para eso no sólo hace falta tener buenas ideas, hace falta tener cultura y vocación democráticas.
El 22 de agosto de 2013 se publicó en esta misma columna el artículo titulado “Giovanni Sartori dice…” que concluía con un llamado a la comunidad académica (Facultades de Ciencias Sociales y/o de Ciencia Política) a iluminar ese oscuro espacio de las encuestas y a proteger a los ciudadanos y ciudadanas de las amenazas de la manipulación. Nada pasa todavía.
A manera de conclusión –y sin perder de vista aquello de que “poderoso caballero es don dinero”- no queda otra posibilidad que apostar y aspirar a que la ley electoral futura, o una ley especial, obligue a las empresas encuestadoras a publicar los nombres de quienes contrataron el sondeo, a publicar el cuestionario aplicado completo, además de los detalles del diseño muestral, los márgenes de error para toda la información y la tasa de respuesta, entre otros datos pertinentes.
No vendría nada mal establecer un Código de ética para quienes se dedican a este difícil oficio. Por supuesto considerando que la información siempre es propiedad del cliente y por lo tanto depende de éste su publicación. Pero cuando la información se hace pública deben cumplirse, a lo menos, los puntos anotados en el párrafo anterior.