El domingo previo a la celebración del 175 Aniversario de la Independencia de la República Dominicana, fui invitado por el Instituto del Dominicano en el Exterior y nuestro Consulado General de la Ciudad de Miami, a exponer en coloquio, mi punto de vista sobre la importancia de la fecha Patria.
Allí, lejos de las orillas que la definen, atrapado por las corrientes del capitalismo que tilda a los ausentes como inmigrantes, tomé la palabra, en el Parque que lleva el nombre del Primero de los Padres de la nación dominicana, para transmitirle a los presentes, mi visión, sobre una Nueva Independencia.
¿Cómo podemos vivir, a la altura de los ideales y el sacrificio de los Padres de la Patria?
Iniciar un intercambio público con esa pregunta, hace de todos los presentes, entes mudos. La interrogante coloca al receptor en un estado de incertidumbre ante el cuestionamiento, y a su vez, le hace examinar de manera súbita, el valor que este le fija a la celebración de la fecha.
Entonces, para que entiendan mi enfoque, me explico. “Fuera de la ilustración de los textos históricos, de anuncios políticos, del ondear de banderas, de la exaltación de imágenes de los Próceres, de memes patrios y propagadas comerciales de carácter sentimental, les pregunto, ¿Qué significa celebrar nuestra Independencia?“ A ello, también soy recibido con silencio. Y los entiendo, pues es un tema que rara vez queremos conceptualizar. La Independencia.
Acepto la afonía y les abordo desde un lugar de mayor confort, extendiéndoles la excusa de que esa es una interpelación muy difícil de responder, pues en realidad, ¿Que es independencia? Más allá de lo que sentimos o se nos ha enseñado.
Entiendo que esa pregunta, es incluso más difícil de responder, para los que vivimos en la diáspora, que para los que habitan en la isla. No obstante, es una pregunta que requiere inmediata atención. Hay que comenzar a conversar al respecto, pues de cómo visualizamos la independencia, depende nuestra definición como pueblo, dentro y fuera de los kilómetros cuadrados que lo enmarcan. Y más en estos momentos donde hemos perdido el argumento, ante un coro internacional que nos define como lo opuesto a Haití.
Es de suma importancia comprender el sentido de nuestra independencia. La original y la que requerimos hoy. Ya que como voceros de esta nueva para-diplomacia, los miembros de las diásporas, emancipados de las realidades del mundo que dejamos atrás, podemos convertirnos en los mejores interlocutores de ese mensaje. Propagando en todos los rincones del exterior, la idea que, nosotros como nación, no surgimos de la negación de algo, sino, de la afirmación de nosotros. Tesis que aparentemente se nos hace difícil proyectar, a pesar de encabezar importantes ordenes geo-políticos, por no poseer una identidad clara y un discurso unificado sobre lo que es ser dominicano. Y sobre todo, lo que significa ser una diáspora dominicana conjugada en unisón en ese tema.
Es sorprendente como llegamos a ser definidos como la negación de otra nación. Designación que los líderes y el pueblo dominicano mismo, en su inacción, dentro y fuera de la isla, hemos permitido.
Y créanme que arribar a esa definición de independencia, es aún más complicada, cuando tenemos que aceptar que, a pesar de los dominicanos poseer una soberanía madura, su democracia, aún está en un estado de infancia. La lucidez de esa autocracia, en el mejor de los casos, una comparable con la adolescencia.
Sin embargo, esa disparidad entre los años de independencia y nuestros procesos democráticos, bien puede servir de estímulo a que antes de continuar avanzando como sociedad y nación, fijemos una conversación que conlleve a entender la necesidad de una nueva independencia. Una más en concordancia con nuestra democracia. Pues ese advenimiento dinámico, sobre cómo debemos juzgar nuestra nación o asimilar su potencial desarrollo económico, social y político, al pensar en el sacrificio de los Próceres, es más fácil, cuando asumimos una nueva independencia.
No una accionaria como la original, sino una de comportamiento, que corresponda con la democracia que poseemos. Una independencia de movilización que, unifique nuestras voces e identidad dentro y fuera de la nación. Aquella que se compromete como punto de partida, a una autocracia libre de la pureza ideológica con la que se nos ha criado los últimos cien años. Una nueva independencia, que asegura que la salud, el bienestar, la justicia y las oportunidades están realmente al alcance de todos. Una independencia que no requiera de responder a ella, citando fechas, declamando batallas o señalando diferencias étnicas.
“Aquellos que no se mueven, no sienten sus cadenas.” – Rosa Luxemburgo.
Los pueblos como el nuestro, no necesitan hombres fuertes ni pueblos dispuestos a jugar con politiquería. Necesitan instituciones y poblaciones emancipadas, francas y transparentes. Por ello es vital que los individuos que componen las naciones y sus diásporas, aligeren su fijación con el pasado y comiencen a preocuparse más por el futuro. Pues el presente en realidad no existe. Y el pasado solo está lleno de ideologías románticas que siempre nos han hecho creer que todo allí, fue mejor.
Si ha de vivir, a la altura de los ideales y el sacrificio de los Padres de la Patria, solo trazándonos un futuro inclusivo y emancipados, podemos brindar admiración y agradecimiento, al digno sacrificio de los Próceres.
El asunto es que no podemos estar estáticos. Fijos. Cómodos. Tenemos que movernos. Como individuo, como ciudadano, como pareja, como familia, como comunidad, como ciudad y como pueblo. Que debemos saber definirnos más allá de la ilustración de los textos históricos, de la propaganda política y comercial y de la misma exaltación de símbolos patrios que se utilizan para manipular lo sentimental. ¿Me entiendes? Debes emanciparte. Moverte. Escuchar las cadenas. Y declarar una nueva independencia que fije claramente lo que somos y no lo que nos han impuesto.