Que una sociedad necesita estimular entre sus integrantes el mayor compromiso posible con valores por ella aceptables, no cabe duda. Sin embargo, abordar la cuestión no es "coser y cantar". 

En una sociedad democrática, es decir, integrada por sujetos libres e iguales, las convicciones y conductas -se aspira- deberían ser elegidos por estos con goce de plena autonomía. El terreno de las propias opciones ante la vida y los parámetros con los cuales elegimos lo incorrecto y lo correcto debería ser protegido como parte fundamental de nuestro derecho a la libertad de conciencia, preservando a los individuos de la tentación de otros de decir "qué se debe hacer". Cualquier pretensión de pautar conductas o sistemas de creencias deja de ser educación en valores y se convierte en acción confesional. El Estado debe atender la protección de la individualidad como una cuestión de interés público. 

Pero al mismo tiempo, la propia sociedad democrática, la vida en comunidad, está caracterizada no ya por ser la suma de individualidades sino la interrelación de infinidad de ciudadanos y ciudadanas. El contrato con el bien común nos hace igualmente libres como responsables de las consecuencias positivas o perjudiciales que nuestros actos tienen en los demás. La experiencia moral es la experiencia del otro.Sólo en una sociedad democrática es posiblesustentar que "el respeto al derecho ajeno es la paz" y que la dignidad de las personas debe protegerse incluso en contra de la voluntad de cualquier "jefe" civil, militar o religioso; solo en una sociedad democrática es posible considerar los derechos fundamentales individuales y sociales y en cómo la sociedad se organiza para protegerlos. En este plano el Estado debe intervenir asegurando a cada quien el mínimo de elementos que lo hagan competente para la vida en comunidad, es decir normas y acciones educativas que preservan su individualidad de cualquier jerarquía moral sectaria, a la vez que lo hacen sujeto de derechos y obligaciones ante la colectividad. 

Esto hace pensar que las campañas de medios tanto de carácter público como de carácter privado orientadas a la formación en valores -no obstante su capacidad de impacto masivo-reflejan el vacío que existe en términos de espacios institucionalizados de la educación para la convivencia –que es lo que debe ser la educación en valores. En especial la debilidad de la escuela, llamada a ser el espacio por excelencia de socialización y de adhesión de las nuevas generaciones a una cultura y un sistema de valores compartidos. Tanto como lenguas, matemáticas o ciencias sociales, en materia de educación en valores la escuela dominicana es un conjunto de islas donde los islotes más grandes son el país de los que sobran. 

Otra debilidad no menos importante es la que se trae por "genética histórica". Los colectivos no somos lo que cada coyuntura trae consigo sino también deformaciones y desviaciones heredadas. En la práctica educativa la herencia más asentada y extendida a los hogares es la "moral y cívica" trujillista, altar al autoritarismo moral y la hipocresía valórica con sus natural tendencia a acumular rechazo y conductas ambiguas en los jóvenes, forzados y enseñados a mantener comportamientos públicos divorciados de los privados. En ese mundo de moral a la medida, los grandes dilemas son dejados a los individuos, dejados a su propio criterio frente al "pecado" y el "mal", responsables únicos de su suerte ante el tribunal inquisidor. Ante eso, el mensaje por los medios de comunicación de masas tienen efecto muy leve pues requiere una reforma de fondo. 

Pero también evidencia la debilidad en la comprensión que se ha alcanzado sobre las raíces de los principales dilemas que enfrentan los ciudadanos, en especial los mas jóvenes y del discurso que para el caso es pertinente. La única manera en que la educación en valores puede servir para hacer competentes a las personas es enfrentando la realidad objetiva que éstas enfrentan. El narcotráfico, la deserción escolar, el robo y el crimen organizado, la prostitución, como fenómenos de un sistema históricamente dado son el resultado de un modelo social, no de una suma casual de opciones individuales. La voluntad personal puede ser un factor de cambio en la justa medida en que se fortalezca su criticidad ante esa sociedad de antivalores consagrados en su propia lógica interna de creación de riqueza y diferencias sociales. Ninguna sociedad puede superar sus dilemas morales sin primero enfrentar las causas estructurales de éstos y sin hacer a todos responsables por ellas. 

En resumen es necesario fortalecer la escuela y la comunidad donde se insertan como espacios de educación en valores a tiempo completo. Pero también discutir enfoques y contenidos. En la promoción y fortalecimiento de la naturaleza liberadora y critica de la educación en valores el enfoque que debe primar es aquel que supera la heteronimia (los juicios morales basados en la influencia o presión que seres significativos ejercen sobre la persona) y coloca en primer plano la autonomía. Aquel que supera el convencionalismo (juicios morales basados en el habito y costumbres de la familia o la comunidad tradicional) por la adopción voluntaria y conciente de principios de actuación. Contraponer a las "malas influencias" no más la influencia del padre, de la madre o de el deber ser religioso, sino el ejercicio autónomo de unos valores asumidos en virtud de un ejercicio de responsabilidad ante la comunidad y ante si mismo, a partir de una toma de posición critica frente a los dilemas de la sociedad en que se vive. 

Y en cuanto al contenido, reconocer que los valores siempre están en correspondencia con un determinado ideal de vida y sociedad. Dejar claro cual es el proyecto ético de esta sociedad al cual pretende sumar sus integrantes. Dar seguridades de qué va a hacer la sociedad y qué debo hacer yo con mi plan de estudios si la escuela no funciona como debería, o que va a suceder con mi plan de vida si la sociedad no me da oportunidades para el trabajo decente ni hay contrato en las Grandes Ligas. No insistir en el barrio popular como terreno de las deformaciones y los dilemas morales y reconocerlo como verdadero espacio de sobrevivencia en una sociedad de desiguales. Fomentar, por tanto, la solidaridad, la corresponsabilidad, la toma de conciencia de las tragedias humanas de cada día, el respeto a los derechos fundamentales de todos y todas, el cuidado de la comunidad, el cuidado del propio cuerpo y la propia personalidad, y que las reglas van a estar ahí para cumplirse, ante las cuales, como ya se dijo, todos y cada uno han de ser absolutamente iguales.