Es hora de la resaca, de la desazón que después de la juerga dejan los números. Ahora ya sabemos el costo del estadista del año, de su economía blindada y de su modelo de desarrollo. Es el costo de su conceptualización, de su “Nueva York chiquito”, del clientelismo (el andrajoso y el de saco y corbata). Entendemos el precio de la palabra progreso, que luego de ocho años no produce más que nauseas.

De nada vale recordar cuántas veces se advirtió, cuánto se dijo que el crecimiento no es un fin en sí mismo. Que se dijo que sin desarrollo humano, la riqueza se va como llega o que a veces es mejor “pegar para no pagar”. Cuánto se dijo que el ritmo del gasto era insostenible. Pero ello no irrita más que el descaro con que se nos miente.

Dicen que la reforma se debe al problema eléctrico, y a la caída en las recaudaciones. Como si el problema eléctrico no existiese ya cuando se elaboró el presupuesto, como si no se hubiese dicho que sobreestimaban los ingresos.  Peor aún, el más pesimista de los economistas de la oposición subestimó el déficit. ¿Con qué cara se explica la diferencia entre el déficit inicialmente previsto (22 mil millones de pesos) y el que finalmente tendremos (180 mil millones de pesos)? Difícil es decidir qué enciende más la sangre, ¿La crónica de una crisis anunciada o la desvergüenza con que se la justifica?

La indignación es legítima. Lo es cuando el insigne pensador dice “No a la reducción del gasto”, como si su gobierno hubiese empleado las más progresistas medidas keynesianas. No. Lo que se reclama no es austeridad. Ese debate no existe en nuestro país, aunque se pretenda que sirva de cortina de humo. Lo que sí ha habido es malgasto, derroche. ¿Qué dejó el dispendio de la pasada administración a los sectores productivos o al empleo? Es ahora noticia que Keynes abogaba por dar mucho a los pocos, y no por dar algo a los muchos, que son quienes consumen sus ingresos en el mercado.

La versión oficial dice que los problemas estructurales de nuestra economía produjeron que de un déficit de 56 MM en 2011 pasáramos a  uno de 180 MM en 2012. No se menciona la campaña o el cambio de gobierno, ese factor que no aparece en sus ecuaciones y que, parece, ha generado una crisis de debilidad mental entre los funcionarios más preparados del gobierno.

Temístocles Montás, por ejemplo, ha sido Ministro de Economía los últimos cinco años. Pese a ello, aseguró que creían que podrían manejar el déficit tan sólo con reducción del gasto público, pero que cuando analizaron se dieron cuenta de que el déficit era insostenible. Y es que es mucho más fácil declararse incompetente que cómplice.

¿Denunciará Danilo un desfalco que ayudo a financiar su campaña?

No queremos caer en los análisis, demasiado comunes hoy en día, según los cuales todo se explica a partir del célebre estadista. Nuestra situación es consecuencia también de una oposición que no existe, del inmovilismo ciudadano, como de factores externos. Pero en la escala de responsabilidades, unos pesan más que otros.

Hemos apoyado las señales positivas que ha dado el Presidente Medina. Pero no basta. No basta para decir que el sacrificio es mutuo o para ganarse el apoyo popular en este esfuerzo. ¿Se olvidó ya Ministerio de Relaciones Exteriores y su transformación? ¿Qué pasó con la eliminación de las dobles funciones en las instituciones del Estado? ¿Dónde está la solidaridad de los legisladores? ¿No se suspenderán barrilito y cofrecito, cuyos beneficios sociales nunca han sido probados? ¿Para qué necesitamos un Gabinete Social cuando el Congreso ha asumido ya las funciones socio-clientelares? ¿No se revisarán los emolumentos y pensiones? ¿Qué ha pasado con la ley de salarios?

Digamos que la reforma es inevitable y necesaria. Que de lo contrario, más serían los náufragos que los sobrevivientes. Que nada más se puede hacer con los despojos de una fiesta de la cual no participamos. Que es indispensable para resolver los grandes problemas del país. Lo que no puede olvidarse es de la promesa de un sistema de consecuencias. No podemos, sin sentirnos insultados, aceptar que se trató de un problema  de cálculos. No se trata de populismo penal, aunque así quieran llamarlo algunos. Es que, como lo dijera Danilo Medina, sin un sistema de consecuencias, la reproducción de la cultura de la corrupción es segura.

¿Actuarán las autoridades correspondientes? ¿Las dejarán actuar? ¿Seguirá el equipo de gobierno jugando a los tontos sabios?

Entre tantas interrogantes, lo único seguro es que para la resaca Fernández no tendremos “rapidita”.