La droga favorita de los dominicanos no es la marihuana con la que los tígueres del barrio se levantan algunos pesos. La droga favorita de los dominicanos no es la cocaína, con la que los políticos pagan campañas y compras apartamentos millonarios. La droga favorita de los dominicanos no es ni el tabaco ni el ron ni la pelota ni la política, de los que somos adictos casi todos. No, la droga ante cuya adicción sucumben los tígueres, los políticos y todos los dominicanos es el celular. Muchos esperaban que la democratización de los celulares nos iba a traer solo ventajas. Que nos iba a hacer más cultos, más preparados, más desarrollados. Pero comparado con sus efectos negativos, sus ventajas son insignificantes.

El primero mal es, evidentemente, la pérdida de tiempo. Son pocos los que se dan cuenta de la enorme cantidad de tiempo que invierten en el uso del celular. Me pongo como ejemplo: con la ayuda de una aplicación muy útil – sí, las hay – determiné que, en promedio, malgastaba cinco horas al día con el celular. Luego de echar números (cinco horas al día, 35 horas a la semana, más de mil quinientas horas al año), me dije que era inadmisible que, cada año, desperdiciara dos meses de mi vida en algo que poco me aporta, por no decir nada. Y me propuse liberarme de las garras de esa droga. Lo cual no ha sido fácil.

El uso del celular hace que el cerebro produzca serotonina, la llamada hormona del placer, la misma que hace que gobernar, fumar, beber o usar cocaína o marihuana creen adicción. Es por eso por lo que nadie – o casi nadie – puede evitar mirar su celular cada minuto o usarlo durante horas y horas. Esta práctica, dicen los científicos, está alterando nuestros cerebros de forma decisiva. Se han realizado estudios en los que se demuestra que, por culpa del celular,  nos es cada vez más difícil concentrarnos. Y la concentración es un elemento esencial del triunfo.

De todas las aplicaciones, Whatsapp es las más adictiva. Esta aplicación que está supuestas a generar compañía, lo que generan es soledad. Tomemos el caso de los grupos en Whatsapp. En regla general, se tratan de cherchas digitales. La chercha es buena, por supuesto, pero en dosis moderadas. Sin embargo, los grupos no se dedican más que a ella. Pregúntense cuántos temas útiles tratan en los grupos en los que participan. Es probable que sean pocos, por no decir ninguno.

Otras funestas aplicaciones son las redes sociales. Tomemos el caso de Facebook. Muchas personas tienen cientos y hasta miles de “amigos” que, salvo un puñado de ellos, son a lo sumo conocidos y a los que pocos conocemos. Facebook provoca soledad. He visto parejas en restaurantes que, en lugar de hablar, se la pasan cada uno por su lado pegados a sus respectivos celulares. Es muy cierto lo que leí un día: “Facebook acerca a los que están lejos y aleja a los que están cerca”. Las más de las veces, se agrega a alguien, con quien luego no se cruzará ni media palabra. Es que es imposible interactuar con cientos o miles de persona. Un amigo dice jocosamente que hace falta crear un grupo en Facebook: “Yo te agrego, tú me agregas y no hablamos más en nuestra puñetera vida”.

Los efectos de las redes sociales pueden ser hasta mortales. Bill Maher, cómico americano dotado de una gran lucidez, afirma, con razón, que el uso de las redes sociales está íntimamente relacionada con las frecuentes matanzas que azotan los Estados Unidos. Maher argumenta que antes la gente leía los periódicos, llenos de malas noticias y se sentía feliz de no sufrirlas. Ahora, sin embargo, la gente se entrega al brecheo digital solo para descubrir la vida feliz que llevan los otros, vida feliz que muchas veces envidian sin saber que, con frecuencia es feliz solo en apariencia.

He decidido liberarme del celular, limitando su uso. Abstenerme de participar o de interactuar en grupos. O, sencillamente, salir de ellos y explicar por qué lo hago. En cuanto a Facebook, lo uso poquísimo. Y he reducido mis amigos a amigos de verdad. Quien ve que cumples años y se limita a darte un “like” o a ignorar completamente tu natalicio, no puede ser amigo tuyo. La próxima vez que cumplan años, comparen el numero de “amigos” que tienen con el de los que les escriben unas pocas palabras de felicitación. Son demasiados los primeros y poquísimos los segundos. Y a pesar de ello, es mejor quedarse solo con los últimos.

El tiempo que me he ahorrado lo dedico ahora a leer (meta: al menos cincuenta libros al año), a escribir (de mi ultimo libro ya he escrito más de cien páginas, más de cincuenta mil palabras y he vuelto a publicar artículos semanalmente en ACENTO), a perfeccionar mi conocimiento de idiomas (el italiano, por ejemplo) y a cultivar mis relaciones, las de verdad, cara a cara y, cuando la distancia lo impide, por teléfono.

“Aprovechemos el tiempo”, dijo Duarte. Si aceptemos su invitación, la Patria se verá beneficiada.