El autor de La dominicanidad transida: entre lo virtual y lo real (Santo Domingo: Búho, 2017) ha cumplido con el precepto de que todo libro nuevo debe ser un libro metalingüístico, pero, además, que debe verificar la bibliografía sobre el tema y situar los efectos ideológicos y políticos de esas obras y desechar aquellas que no hayan aportado un conocimiento nuevo acerca de la materia.
Efectivamente, Andrés Merejo ha definido muy bien en su obra el método y el número finito de los conceptos que emplea y sus límites y, por esta razón, se sabe cuál es su modo de operación, su dominio de validez y su tipo de funcionamiento.
En la revisión de la bibliografía ha reconocido el aporte innovador, pero también los límites de las obras anteriores que tratan el mismo tema, a saber: Al filo de la dominicanidad (Santo Domingo: La Trinitaria, 1996), de Andrés L. Mateo y La dominicanidad viajera, de Miguel Ángel Fornerín (Santo Domingo: Imago, 2001).
Desde el inicio de la introducción, Merejo plantea el objetivo de su libro: «La dominicanidad transida entre lo virtual y lo real forma parte de mis indagaciones filosóficas y sociales en el ámbito de lo espacial y ciberespacial. Estas han configurado la sociedad dominicana, desde 1995, en diversos aspectos culturales, históricos, políticos y de entramados de redes sociales articulados a una cibercultura que tiene que ver con tiempos cibernéticos y otros rostros de la modernidad.» (P. 13).
Tan pronto expuso su método, lo primero que hizo el autor fue definir los conceptos de dominicanidad y modernidad, y este último término el empirismo dominicano lo confunde con modernización, doble implicación que asegura que, si la modernidad es crítica a partir de la asunción de lo radicalmente arbitrario del signo, la dominicanidad también debe ser crítica, o no lo será. Y estudia Merejo desde su aparición este concepto de modernidad, creado por Henri Meschonnic, quien lo teorizó en su libro Modenité Modernité (Lagrasse: Verdier, 1988). Y lo reforzó Merejo con la lectura de Crisis del signo. Política del ritmo y teoría del lenguaje (Santo Domingo: Ferilibro, 2000) y con otros ensayos del poeta francés que vieron la luz pública en la revista Cuadernos de Poética 6, 7 y 8.
He aquí la prueba de que merejo no confunde modernidad con modernización: «… no hay un corte histórico de tales acontecimientos, sino, más bien, una complejidad en lo social, cultural y cibernético, con lo premoderno (como dogma y autoritarismo), lo moderno (como criticidad) y la modernización (como industrial y digital).
La modernización está ligada indisolublemente a la industrialización, a la tecnología, y de esta tecnología han nacido lo electrónico y lo digital con su hardware y su software. Se confunde a menudo lo puramente material del hardware y su software con la modernidad. Estos aparatos electrónicos no son sujetos y, por lo tanto, no pueden ser críticos. El discurso que un sujeto produce acerca de lo digital es el que puede ser crítico o simple reproductor de la ideología de lo cibernético, lo ciberespacial y el cibermundo.
Por esta razón, Merejo explica desde la página 13 de su obra que en el capítulo 1 profundizará «… el concepto de lo transido, su historicidad y adecuación a los diversos aspectos sociales y culturales del pasado y [el] presente.» En el capítulo 2 examinará «los tiempos cibernéticos en la República Dominicana, los cuales «… revelan el otro rostro de la modernidad en el plano del sujeto cibernético entrelazado a lo social, cultural y político, en [donde] se estudia el ámbito de las redes sociales.» (Ibíd., p. 13). Para no resumir todos los capítulos, sino lo pertinente, en el 3, Merejo estudiará «… los enredos virtuales en la cultura social dominicana». «Situamos –dice el autor– la virtualidad de la vida y la no virtualidad de esta, y cómo las pantallas penetran [en] nuestra vida, nos van cambiando y moldeando entre lo virtual y lo real, saliendo a relucir el espectáculo y la fascinación por esos espacios virtuales. Tal visión, nos va dando una forma específica de pensar. En esta postura ética es indispensable para el sujeto asumir su responsabilidad social ante tales acontecimientos.» (Ibíd., 13-14).
Con esta síntesis, el lector tiene ya un panorama metodológico y conceptual de hacia dónde se dirige el autor, quien también examinará su relación compleja como migrante que vivió casi veinte años en Nueva York en la llamada “década perdida” de 1981-1990 y se planteará como sujeto crítico de la condición de emigrante, no solo dominicano, sino también del resto de los latinoamericanos y caribeños que asumen la emigración como un exilio económico. Para ese tipo de emigración que intenta insertarse en la sociedad norteamericana con el objetivo de realizar el “American dream”, Merejo se distancia y propone a los líderes de cada comunidad latina específica el modo de luchar por ese sueño, pero también el modo de ser crítico con una sociedad que atrapa incluso a los mismos norteamericanos en las redes de la tríada trabajo, placer y consumo y tiene una pantalla opaca al modo de funcionamiento y a la ideología de esa sociedad de gran desarrollo material o tecnológico, pero que carece totalmente de humanidad.
No hay que decir que lograr este espíritu de criticidad no es sencillo. Pero Merejo ha sorteado con éxito todos los obstáculos que le plantearon los métodos y los conceptos de los conocimientos del viejo proyecto del partido del signo donde se desarrolló y supo entonces acceder un nuevo tipo de conocimiento, con el método y los conceptos nuevos que son los de una nueva teoría del lenguaje y el signo sin la que es imposible fundar una nueva criticidad al mundo de lo real y lo virtual para no quedarse entrampado en la simple asunción de la tecnología como ideología de la modernización.
Con este conocimiento de causa, Merejo va a emprender una tarea de clarificación de los problemas que plantea a la sociedad dominicana la recepción acrítica de esta nueva tecnología del Internet como herramienta especial del espacio virtual o ciberespacio; pero también va a deslindar los peligros del uso de Internet como simple soporte material y el empleo de las redes sociales sin una ética de sujeto.
La disciplina del autor, contenida en el libro y en los publicados anteriormente, está obligada a definir y redefinir continuamente sus conceptos para los neófitos. Observo también que para esta operación es válida para muchos duchos en Internet y redes sociales. Tal como me sucedió cuando introduje en la sociedad dominicana el estructuralismo literario en el decenio de los ’70 y la poética en el decenio de los ’80 del siglo XX. Debí realizar a cada paso una labor ardua de clarificación. Por eso Merejo está obligado a recurrir a cada paso a la función metalingüística, porque sabe que ningún concepto en la disciplina que maneja es igual a otro y que términos como Internet, virtual, real, cibermundo, ciberespacio y los demás conceptos a que ha dado origen el prefijo ciber, los expertos y los no expertos tienden a confundirlos, porque sus conocimientos caducos son un obstáculo epistemológico para acceder a un conocimiento nuevo, tal como lo teorizó Gastón Bachelard en La formation de l’esprit scientifique (París: J. Vrin, 1972 [1948]. Traducción española: La formación del espíritu científico. México: Siglo XXI, 23ª ed., 2000). Algunos prefieren quedarse en su zona cómoda de lo teórico-práctico. Ese es el facilismo; no se corre ningún riesgo y el Poder y sus instancias saben que eres uno de los suyos, que pueden confiar en ti.
Igualmente se derrumban los grandes intelectuales como Zygmunt Bauman, Jean Baudrillard, Edgar Morin, Mario Bunge y Umberto Eco cuando opinan sobre los conceptos ciber, Internet, redes sociales, cibermundo, ciberespacio, ciberpolítica y, especialmente, el concepto de cibersujeto, creado por Merejo y que se agrega a los 13 tipos de sujetos inventados por Meschonnic. El talón de Aquiles de estos y otros pensadores que abordan la complejidad del ciberespacio, e incluso la cibernética de segundo orden, radica en que adolecen de una concepción del lenguaje, la lengua y del sujeto como discurso. Si no hay teoría del discurso, el lenguaje y la lengua funcionan en su lugar y, también por lógica, en lugar del sujeto. Y cuando esto sucede, no hay teoría de lo radicalmente arbitrario y de lo radicalmente histórico del signo que valga. Se está entonces a merced del empirismo y del historicismo positivista.
De ahí ha huido el discurso de Merejo para fundar en nuestra cultura un nuevo tipo de disciplina –el de la ética y la epistemología del sujeto cibernético–, inseparable de lo virtual y lo real, de lo social y lo colectivo, de la literatura y la historia, del Estado, el poder y sus instancias, terreno privilegiado de lo político, pues todos los sujetos mantenemos obligatoriamente un determinado tipo de relación con el poder: sea de mantenimiento, de rebeldía, de transformación o de una incógnita X con ese poder. No hay vuelta de hoja.
Uno a uno sitúa Merejo lo político y lo ideológico de los discursos de estos pensadores que habrán hecho quizá su aporte en las disciplinas que les son específicas, pero que en materia del ciberespacio o del cibermundo, incluso en materia de Internet, de lo real y lo virtual, repiten discursos ajenos ineficaces, siembran la confusión o no producen ningún conocimiento nuevo. Comienzo por orden alfabético la crítica que les hace Merejo. El primero, Jean Baudrillard, a quien Merejo le critica la tesis acerca de la cultura como simulacro en su libro del mismo título publicado en 1978, que luego repetirá en otro libro del año 2000 con el título de Crimen perfecto, donde el autor francés confunde lo virtual con lo real y afirma que los acontecimientos reales no han sucedido, sino como posverdad. (Merejo, 2017: 215). Es la vieja tesis del obispo Berkeley, quien aseguraba que la realidad es ilusión de los sentidos. A lo que pragmáticamente se le responde: Atraviésatele en la autopista a un carro que corre a 100 kilómetros por hora y comprobarás en ese instante supremo si tu suicidio es una ilusión de los sentidos, es decir, si en ese instante supremo la realidad objetiva existe o no.
También al filósofo polaco Zygmunt Bauman, muy popular entre nuestros intelectuales del partido del signo, le hunde Merejo el escalpelo al criticarle su concepto de que «… las redes [sociales] son una trampa» y también se refiere nuestro autor a la última entrevista que concedió Bauman, en la que repite sus ideas sobre las redes sociales. Dice Merejo que cuando Bauman aborda «… la política y la relación con el ciberespacio, deja entrever la ausencia de una ciberpolítica como expresión de las redes sociales» (2017: 53), lo cual es grave, pero comprensible, porque la teoría fundamental de lo líquido deja toda su obra sin teoría del discurso y sin teoría del sujeto.
Esto se comprueba fácilmente en la página 54 de la obra de Merejo cuando dice que «… en su texto En busca de la política (2001) [Bauman] abordaba el ciberespacio como para élite e ilustrados, separada del ‘pueblo’ y como si estas élites fueran las constructoras de ese espacio virtual. Quedó entrampado [Bauman] en la confusión de Internet y el ciberespacio. El primero es un conjunto de herramientas especiales tecnológicas que las élites del poder digital y el ciberespacio controlan como espacio de construcción social que no tiene asidero en lo real y no es privilegio de un sector social, sino de todos los sujetos cibernéticos que viven en una sociedad.»
Otro que sabe mucho de filosofía es el argentino Mario Bunge, pero al igual que Bauman, a quien posiblemente repite en su libro Cápsulas, donde dice que ciberespacio es para élites y pronostica una catástrofe como «… la del fin de las ideologías y del último hombre», de Francis Fukuyama. Bunge dice: «También se ha profetizado que la difusión de Internet perfeccionará la democracia. Pero nada de esto es verdad. Primero, porque quienes tienen acceso a la red constituyen una élite. Segundo, porque el debate racional que puede lograrse en una asamblea bien moderada es imposible a través de Internet: aquí cada cual dice lo que se le antoja, cuando se le antoja y en el tono que se le antoja. Tercero, porque todo artefacto cuyo uso requiere pericia y dinero aumenta la desigualdad entre la gente.» (Buenos Aires: Gedisa, 2003, pp. 209-210).
Y avanza Bunge esta idea peregrina de que los movimientos políticos de los indignados son una utopía. Pero Podemos en España y La Marcha Verde en contra de la corrupción y la impunidad en la República Dominicana desmienten esa falacia, solo para citar dos ejemplos mundiales: «La sociedad electrónica o virtual, en que solo nos comunicaríamos a través de la red global, es una utopía irrealizable» (Ibíd., p. 210). «Dicha visión, ―corrige Merejo― no toma en cuenta al sujeto como constructor de ese ciberespacio y su estrategia para construir mejores espacios donde vive físicamente, [y Bunge] más bien, lo separa rígidamente del grupo social privilegiado que está conectada al ciberespacio y el resto de la población no conectada.» (Merejo, op. cit., p. 54).
Otro intelectual que ha ganado fama mundial como novelista y filósofo es Umberto Eco, quien abomina de las redes sociales y mantiene un discurso orgulloso de su ignorancia al decretar que «… las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban solo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas.» (Merejo, 2017: 55).
Para Merejo (2017: 55) «…la falla de este discurso [de Umberto Eco] es su sentido único ante las redes sociales y el ciberespacio. No tiene fisura, por lo que el sujeto cibernético queda excluido, [y Eco] queda como el supersujeto por encima de las pasiones culturales, políticas y sociales. No comprende que el mismo sujeto cibernético es el sujeto de la sociedad.»
Y los sujetos cibernéticos van desde las amas de casa hasta los estudiantes, profesores, empresarios, políticos, científicos, la clase trabajadora, intelectuales y otras categorías sociales, los que también van a hablar «… de deporte, de cultura en los bares al igual que los necios.» (Ibíd., 55). Es decir, que un sujeto ―agrego yo― juega distintos roles en el plano social, según sean las prácticas sociales que asuma en un momento histórico determinado.
Como colofón a la nota al pie de esta misma página 55, Merejo sitúa la ignorancia del popular filósofo Eco, pues en este mundo hasta los genios, o los que se toman por tales, poseen, escondido, su talón de Aquiles. Dice Merejo: «Para el laureado escritor Umberto Eco, las redes son peligrosas porque no conocemos con quién conversamos y deja entrever su desfase con relación a la era del cibermundo.»
Por mi parte, me detengo con estos ejemplos de crítica a la confusión de tales genios filosóficos respecto a lo que son las redes sociales, pues con el análisis de estos discursos basta. Ni el discurso de Merejo ni el mío apuntan a la exhaustividad, sino que nuestra meta radica en que el destinatario entienda que el mismo método será empleado para situar los efectos políticos e ideológicos del resto de los intelectuales que nuestro autor abordará a lo largo de su libro, como son, por ejemplo, los discursos de Martin Heidegger, Gilles Lipovetsky, Edgar Morin, Dan Sperber, Guy Debord y Henri Meschonnic, entre otros.
Por eso, en el micro poder de los discursos sobre la historia dominicana, Merejo se ha enfocado en el estudio de la dominicanidad transida como espacio interno y externo (inmigraciones-emigraciones) de nuestra especificidad constituida por un Estado clientelista y patrimonialista que ha fracasado desde 1844 hasta hoy en distribuir las riquezas del país entre todas las clases sociales y en el reconocimiento de lo que son sus sujetos, clase por clase.
Este fracaso ha dado lugar en el siglo XX, sobre todo después de la caída del muro de Berlín y el socialismo soviético, a un neoliberalismo que ha producido una vasta red de hipercorrupción e hiperimpunidad y de zonas grises caracterizadas por el narcotráfico, el lavado de activos, la evasión de impuestos al fisco, la criminalidad, el sicariato y por encima de todo, un nuevo sistema de hiperpobreza llamado precariado ante cuya amenaza de aniquilamiento de la sociedad, se ha levantado una parte significativa de la población para decirle ¡basta ya de tanta corrupción e impunidad! y cuyo epítome ha sido el entramado de corrupción montado por la constructora Odebrecht en nuestro país, América Latina y África.
Pero ojo al Cristo, que es de plata: la Marcha Verde es un conjunto heterogéneo de sujetos que uno no sabe sin dan por sentado la existencia de un Estado nacional en nuestro país o si tal movimiento es una coalición de múltiples liderazgos dispuestos a remplazar un Estado clientelista y patrimonialista dirigido por caras nuevas que no han tenido la oportunidad de acumular riquezas a partir del espacio de lo público. No hay que llamarse a engaño, porque si cada uno de los participantes en las distintas marchas verdes de indignados contra la corrupción y la impunidad cree que aquí existe un Estado nacional verdadero fundado en 1844, estamos perdidos.
Hasta ahora, la única organización que le ha plantado cara a esta hipercorrupción e hiperimpunidad del Estado dominicano clientelista y patrimonialista ha sido el movimiento de la Marcha Verde, porque nuestros partidos, grandes y pequeños, están embarrados hasta el cuello en la corrupción. De ahí, la ausencia total de oposición política a los desmanes de los gobiernos que se han sucedido en el país después de la desaparición del gran caudillo autoritario y los dos líderes liberales: Balaguer, Bosch y Peña Gómez.
Esto y mucho más lo encontrará el lector analizado y criticado con lujo de detalles en esta nueva obra de Andrés Merejo.
Y me parece que un buen tema entre los tantos que les tratará el autor es el del juicio a los sobornados que hasta ahora han sido imputados en el caso de Odebrecht y de los cuales dos solamente guardan prisión, mientras a los demás se le ha enviado a casa, como una señal de impunidad, con la simple obligación de presentarse una vez al mes ante un juez y pagar un porciento de la fianza que les ha sido impuesta al resto de los imputados y que oscila entre los 5 y 15 millones de pesos. A todo esto, la porción de humanidad que conforma nuestro país está quizá escéptica con respecto a si habrá o no juicio de fondo y qué será de la posición de gobiernos afectados como el brasileño y el norteamericano, gracias a quienes se ha destapado el escándalo Odebrecht en el país, porque no razón para dudarlo: si por el Gobierno dominicano hubiese sido, jamás nos hubiésemos enterado de los sobornos y sobrevaluaciones de cientos de obras realizadas y por realizar por parte de la inefable constructora brasileña.
¿Habrá juicio de fondo y se quedarán dados los norteamericanos? Y si los norteamericanos, que no tienen amigos, como dicen sus políticos, sino intereses, se quedan callados debido a que no les interesa alborotar el avispero de Danilo Medina al no saber por cuál ficha del tablero político sustituirle, ¿se quedarán callados WikiLeaks, Anónimos y el consorcio internacional de periodistas independientes? Gracias a esta última, el mundo conoció los Papeles de Panamá. Pero, ¿cuándo sabremos acerca de las mil y una personas sobornadas y chantajeadas con orgías por Odebrecht en la República Dominicana para conseguir contratos de construcción y sobrevaluaciones de obras, según el abogado de esa empresa Rodrigo Tacla Durán?