Somos una sociedad atrapada en muchas informaciones y poco conocimiento, en rostros alegres para unos seres tristes que viven en la incertidumbre, que se pierden en los traumas, en la pérdida de un ser querido sea aquí o en allende de los mares (Estados Unidos, España) por el COVID-19.  Se exhiben rostros y cuerpos, como si en el mundo y cibermundo no existiese el acontecimiento de la pandemia, como si todo está normal, sin alteraciones, sin complicaciones, sin angustia, sin dolor. Se dibujan en espacios virtuales y ojos de colores como formas de vida al estilo Disney World, como si no se dieran cuenta que dicho parque de diversión también parece un campo santo.

Habrá cambios drásticos en la vida dominicana, forzados, pero los habrá hasta el punto que afectará la calidad de vida y se incrementarán el desempleo y la desigualdad social; también habrá freno en el acceso al ciberespacio por la reducción de ingresos, perdidos más en la subsistencia, en precariedades reales ocasionadas por la pandemia. En el panorama mundial se incrementarán  las revueltas  sociales  y la sociedad dominicana no escapará a ese tipo de eventualidades, como tampoco a tener que salir  a enfrentar con gallardía y coraje este acontecimiento, aprender por un tiempo a convivir con la pandemia, al menos que pretenda entrar a una sociedad hipertransida, de precariedad total.

De ahí  el esfuerzo de educar parte de la población sobre el protocolo que se ha de seguir llevando para evitar el contagio del COVID-19, de guardar distancia, con mascarilla y guante, para evitar el contagio, porque de lo contrario,  seguirán en la ignorancia, creyendo que es un problema de creencia, de fe,  de tener un resguardo de un “santo” o de rezarle a las ánimas del purgatorio para que nos libre del contagio.

No se puede reducir la vida a la virtualidad y a las reses sociales, como tampoco estar viviendo a la buena de Dios, proclamando que él  es el  único que sabe de antemano quiénes se van a contagiar y quiénes no,  quiénes se van a morir y quiénes no. Esto es igual, cuando se piensa, que son los otros que se mueren y se contagian, no uno, ya que se parte de una concepción del uno como exclusivo e indivisible, reducido a un yo narcisista desgraciado e indiferente al otro, porque se lo visualiza como un ninguno sin sentido, pero que expresa al mismo tiempo el descalabro del uno, el cual vive momificado en el lenguaje.

La nación dominicana, específicamente la generación net y nativos digitales, se exhiben en las redes sociales, en medio de incertidumbre, como si el COVID-19, fuese un juego que se ha de olvidar, una especie The Game. Una parte de esta generación no vivió en la escasez de productos de primera necesidad, en los grandes conflictos (crisis institucional), revuelta de Abril 1984, en fin, en la década perdida de los ochenta  del siglo XX, que bloquearon la democracia transida, agitada en pasiones y en precariedades sociales, y en el tiempo cíclico de la corrupción y el clientelismo, que siempre ha favorecido a una élite social.

De esa década brotan los poemas de La invención del día (1989), de José Mármol, en la que lo transido recorre toda la ciudad hasta ser “poema 24 al ozama: acuarela”:

“todo mi cuerpo, toda mi memoria contenidos por el río que se corre en el ozama. todo mi ser desgonzado y transido. superficie de luces diluidas por donde ya no se oyen las rancias velloneras. yo te nombro ciudad irreal hundida en la penumbra de un recuerdo fatal. “(p.19)

Hay que recordar siempre, fatalmente recordar que hemos vivido endeudados para consumir y no para producir, por eso sobrevivimos sobrecargados de deudas, somos una sociedad no de ciudadanos sino de endeudados, el principal promotor de vivir ese estilo de vida es el propio Estado, que no deja de coger préstamos. El Estado le debe al sistema financiero nacional e internacional, que a la vez nos tiene como reses, en cuanto garantía y producto bruto interno económico.

Es este panorama pandémico, transido y de enredos en las redes virtuales abundan cientos de me gusta (like), ante las exhibiciones de rostros con movimientos de caderas, de poses frívolas al estilo miss universo, de sonrisa que esconden el espesor de una crisis familiar y el deseo de ser una actriz en un escenario de Hollywood en decadencia. Olvido de realidad, quizá, o, a lo mejor excomulgado del espacio y lanzado al ciberespacio, con rostro de virtualidad.

Los dominicanos vamos en estos días que corren, contabilizando sucesos en grandes proporciones, los fallecidos por intoxicación de alcohol (Clerén) adulterado y los contagiados por el COVID-19, como también los que se han contagiado por ese virus y que han sido detenidos por no someterse a la cuarentena. Lo que jamás se podrá llevar son las estadísticas de los infoxicados, como resultado de sobrecarga de información, que vivieron tragando ciberbasura,  así como unos activistas de redes que viven cada minuto de su vida escribiendo y enredados en dichas redes, como si el mundo fuese virtual, viven en la cibervida, como si no hubiera tiempo para reflexionar, leer, en fin ver como desde un microespacio en el que se encuentran constreñidos por el virus  ¿Qué  otra actividad se puede hacer?

En esta sociedad transida, hay que pensar en que el acontecimiento no es lineal, sino ruptura e innovación no en el sentido de mejorar un producto sino de cambiar el sentido y el modo de vivir como ser humano. No se puede dejar de comprender que la vida es también real, que esta existe, a cada momento, como el ahora, en la que escucho el cliquear de mis dedos sobre cada letra del teclado con la que voy escribiendo y reescribiendo, a la vez que corrijo con un clic derecho, gracias  al ratón digital, algunas de las palabras de este artículo.

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