“La vieja Remigia se acostaba y rezaba: ofrecía más velas a las Ánimas y esperaba. A veces le parecía sentir el roncar de la lluvia que descendía de las altas lomas. Se dormía esperanzada; pero el cielo amanecía limpio como ropa de matrimonio.
Comenzó la desesperación. La gente estaba ya transida y la propia tierra quemaba como si despidiera llamas. Todos los arroyos cercanos habían desaparecido; toda la vegetación de las lomas había sido quemada. (Juan Bosch. “Dos pesos de agua”. En Cuentos más completos, 2001, pp.29-36).
La ignorancia en estos tiempos hay que abordarla en el plano de la ciber–epistemología , en la que un sujeto que navega por el ciberespacio puede imbuirse de información pero no de conocimiento, está informado, detenido en un plano del saber, pero ignora el conocimiento, no llega más de ahí, queda atrapado en un conjunto de juicios que no llegan a conocimiento como conjunto de informaciones procesadas , bien estudiadas y analizadas, que contribuyen a que aprenda y por ende a cambiar un determinado comportamiento, ya que el aprendizaje que no cambia comportamiento, no se ha transformado en conocimiento, ya que este también es asimilado o interiorizado por el propio sujeto. Es decir, se puede tener datos, que son los elementos aislados de un hecho o tema, pero que no dicen nada, como también se puede tener información, que es un conjunto de datos que explican algo, pero que pueden ignorar el conocimiento, y voy más lejos, de tanta información se puede naufragar en esta, sucumbir en un cibernaufragio y perder la perspectiva o el enfoque de lo que se persigue.
La ignorancia es falta de conocimiento, lo que implica falta de experiencia sobre un hecho, tema o acontecimiento. Se puede ignorar determinado conocimiento sobre un hecho o una temática y eso no significa una desgracia, simplemente no le interesa dicho hecho o tema; pero ignorar el conocimiento sobre un acontecimiento que ha provocado ruptura del curso normal de la vida, en el que la incertidumbre y el riesgo me dicen que la vida mía y la de los demás están en juego, como el caso del contagio por el COVID-19, es una desgracia.
Lo que está pasando en la República Dominicana con el COVID-19, no se puede despachar como un problema de desigualdad social, sino también de educación, de formación como conocimiento y no como conjunto de datos que solo te dicen algo, lo cual es una desgracia que expresa calamidad y desastre, tristeza en el plano de lo transido.
Es desde la ignorancia que se cometen los peores errores de la vida. Vivir en la ignorancia, la mayor parte de la vida, es una desgracia que le sucede a muchas personas, que son manipulables por determinados sujetos para lograr un propósito. Con el tiempo se van dando cuenta que hubo una manipulación burda, no por la falta de información sino de conocimiento sobre ese propósito, y por lo tanto han perdido años de vida, que jamás se pueden recuperar, puesto que, si se hubiesen adquirido los conocimientos sobre eso y conocido las estrategias de manipulación del sujeto, no hubiese pasado.
El vivir de acumulación de datos e información sobre un tema, hecho o acontecimiento, sin procesarlos y analizarlos, hacerlo parte de tu vida, bloquea todo conocimiento, más cuando el sujeto entra a formar parte en un sistema de creencia religiosa, que lo hace tener fe ciega en algo, de manera dogmática, es una presa de la ignorancia que se queda en la información y en la fe, como el caso de la ciudad de Puerto Plata.
Los dominicanos que marcharon con el peregrino en esa ciudad, se colocan en la ignorancia como de desgracia, porque están informados sobre todo lo que está aconteciendo con el COVID-19, pero tienen como discurso la creencia y la fe religiosa, ignoran todo conocimiento más allá de las informaciones, bloquean toda posibilidad de obtener conocimiento sobre dicha pandemia. Su experiencia sobre COVID-19 no se orienta por lo que dicen los expertos en área del sistema de salud, sino por sus creencias religiosas y en muchos casos, se combinan con ciertos razonamientos para descalificar el saber científico o especializado sobre dicho acontecimiento.
Así vemos también, cómo a través de imágenes y videos en las redes sociales del ciberespacio, grupos de dominicanos sin guardar distancia, en mercados, encima de los techos de edificios o de las casas, en unas jugando dominó o tablero, en otras, haciendo cuentos y bailando, desafiando la cuarentena, desafiando todos los protocolos de los sistemas sanitarios del mundo, en el ámbito de la pandemia del COVID-19. Pero, lo más desafiante que se puede registrar hasta el momento ha sido la multitudinaria concentración que se dio el pasado domingo 26 de abril, en la ciudad de Puerto Plata, en la que niños, adolescentes, ancianos y adultos, desafiaron todo poder terrenal para seguir un supuesto peregrino enviado de Dios, para que lo acompañaran, ya que el señor del cielo, le dijo que su misión era lanzar una cruz al mar, para que la pandemia desapareciera.
El peregrino expresa la desesperanza, lo transido, lo agobiado y la desesperación de una inmensa mayoría dominicana, que no ve una luz en el túnel de esta pandemia, ya que la ciencia no trabaja con milagros sino con conocimientos científicos, y la búsqueda de soluciones requiere su tiempo.
En esa peregrinación, la política no estaba ausente como manipulación, de ahí, que esta concentración de dominicanos contara con el apoyo de las autoridades oficiales de esa ciudad: bomberos, policías, políticos, entre otras autoridades que le dieron calor al peregrinaje.
Esas gentes que estaban en ese peregrinaje por el malecón de Puerto Plata, estaban protegidas por el poder oficial de esa ciudad, los cuales se aprovecharon de esas creencias, ya que son manipuladores, porque en el fondo saben que en el plano tecnocientífico puede encontrarse, alguna salida para el COVID-19 y lo que hacen es jugar con la salud y el descalabro económico de esa muchedumbre.
Una parte de la élite política de esa ciudad se presenta junto a ellos como si fuesen víctimas de esos males y no como responsable de sus soluciones, se escamotea la responsabilidad de los políticos y el único refugio que los ampara es la creencia de un mensajero de Dios. De ahí, que en ese acontecimiento nadie es responsable como autoridad, solo el peregrino que se pierde junto a la gente que lo proclamaban y en esas estaban los políticos, pero camuflados como parte de la multitud.
Somos una sociedad transida que ignora a sus educadores, que ha ido perdiendo la fe en sus políticos (están con ellos por el clientelismo), estamos pagando el desprecio a lo intelectual, a la cultura y resaltamos y valoramos más el movimiento del cuerpo que el de la mente.
Desde la filosofía de Sócrates en la Grecia antigua hasta nuestro tiempo cibernético y transido, se viene reflexionando con relación al conocimiento, la ignorancia, la creencia, la opinión. De estas reflexiones, se ha desprendido que la peor desgracia es la ignorancia y la mayor virtud es el conocimiento y la ética en valores.
Tales reflexiones no excluyen a los poetas, que viven transidos en esta sociedad y que cobran importancia, en cada instante en el ciberespacio. La poesía es silencio y meditación. El poeta, Plinio Chahín, nos invita en esta cuarentena a navegar en las redes entre poesías. De ahí, que mientras observaba las imágenes y los videos de avalancha de dominicanos desafiando el protocolo de salud, relacionados al COVID-19, en Puerto Plata, escuchaba en otra parte del ciberespacio, el poema de René del Risco Bermúdez, proclamado por Chahín:
“Si nos atrevemos a salir moriremos sobre las aceras mojadas, sobre un charco de luz azul, rojiza, blanca…
(…) Si nos decidimos a salir tomaremos una calle y otras, pasaremos bajo algunas oscuras arboledas para finalizar
agarrándonos desesperadamente las manos, agonizando, despidiéndonos bajo un ruido de palabras en la oscuridad.
Si nos atrevemos a salir nos mataran los otros.
Si nos atrevemos a salir nos suicidamos” …