Ciertas vidas no son vidas dentro de algunos círculos para la opinión de otros: valen menos en la luz que en la oscuridad (Butler). Por alguna razón la exclusión califica la vida como no vivida, como perdida, pero si la vida del otro ser humano es valiosa en sí misma (Dworkin), entonces, ¿por qué el empeño de no valorarla como tal? ¿no es esta parte de la promesa de vivir en democracia? si deseo afirmar mi identidad conforme a mis intereses y deseos, como parte de mi libre desarrollo a la personalidad, ¿por qué no me dejan ser alguien con una cara que merece una respuesta ética como todo ser humanos?

En República Dominicana ser el “otro” es la identidad más peligrosa y con la suerte más incierta. El “otro” se convierte en el objeto del deseo de aquel que juzga lo indigno. Este “otro” no merece – por alguna razón – la comunión del beneficio de la duda de existir. Quizá el precio más terrible es el que nos lleva a dejar que nuestros conciudadanos se conviertan en extraños en su propia tierra, sin poder llamar hogar a su patria que los vio nace. Al parecer, algunas raíces son más iguales que otras y ciertas restricciones aplican, incluso si cumples con la legalidad del día a día.

Tal como a las mujeres se les juzga por nacer y son fiscalizadas durante su vida, juzgamos a los demás por identidades que asumen por sí mismos como válida; ¿en qué momento comenzamos a ser vigilantes identitarios? ¿en qué momento mi identidad no depende de mi sino de una élite que desea controlar la narrativa de lo que es o no es aceptable, de lo que es o no es dominicano? No podemos confundir disgusto por delito, incomodidad por delito o “pecado por delito” (N. Perdomo Cordero).

Este monopolio sobre la individualidad, la familia y la historia desata una crisis en otros que no pueden sino soñar sobre sí mismos y sobre su familia. Soñar es un lujo cuando tu tiempo se gasta en justificar día tras día tu existencia. Mucho tiempo se invierte en esto, ¿quién puede soñar si la fuerza se pierde cada vez que alguien suprime tu propia historia, tu individualidad, tu lugar en el mundo – tu derecho a existir?

En un Estado que es un instrumento para vivir en sociedad, tenemos leyes que deben proteger a todos en justo valor y dignidad, sobre todo para que actuemos éticamente con los otros. Si hay un castigo es para restaurar lo socialmente roto, no para retribuir o vengar. Damos por ciertas algunas normas culturales que no son estáticas ni monolíticas (Elster; A. Cortina), pero, con la participación cívica constante y el interés de cada quién de perseguir su intereses y deseos, prueba lo falso de esto. No podemos limitar nuestra libertad cívica en la sociedad solo para permitirles que su mito sobre lo que es la vida deba ser. Debemos cultivar o fecundar la libertad en la polis o comunidad política, así como la igualdad consideración y respecto, recuperando con ello la dignidad política.

La libertad prometida en los distintos períodos de la historia de nuestro país permanece incompleta. El mito se actualiza solo para cambiar a los villanos. ¿No que la promesa de libertad era por el porvenir, hasta siempre? ¿en qué momento se olvidó la promesa de gloria a los dominicanas y dominicanos, como a toda persona que decidió seguir la suerte de este país? La promesa está en constante olvido o se reescribe con la intención de tapar aquí y allí, para que nada opaque al mito o para embellecerlo. No me atrevo a creer que la única libertad que importa sea frente a potencias o intervenciones extranjeras, mientras la libertad de ser es una nota al píe de página.  Parece que esta es la historia del ayer, del hoy y del mañana.

¿De qué nos sirve el llamado de defender la “dominicanidad” si hay personas que no pueden disfrutar de esta? ¿con qué calidad moral le pedimos amor a su país si la tierra que los vio nacer les odia – les aborrece, o les considera antinatural? Esto se ha visto antes y la historia es clara: esta es razón suficiente para preocuparnos por el alma de nación. Hay que restaurar. Restaurar la fe de aquellos en sí mismos como en su visión de país; de aquellos que han sido abandonados, aborrecidos, en su propia tierra, que están cansados de tener que justificar su existencia.

No podemos hablar de una moralidad de ética política justa sin responsabilidad, sin cuidarnos mutuamente y sin la cordialidad cívica que nos debe regir. Así las cosas, toca preguntarnos si esto alcanza realmente a todos los dominicanos y dominicanas. Apelo a tu honestidad y a tu sentido de la justicia. Si aceptamos la exclusión basada, entre otros motivos, condición personal, social, económica, género, orientación sexual, identidad, origen, etc, corremos el riesgo de crear una sociedad que hunda sus raíces en la desigualdad, una sociedad impedida en desarrollarse a plenitud, impidiéndonos hablar de la promesa política del bienestar de todos los dominicanos y dominicanas. Nos jugamos la esencia misma de la promesa de la justicia política. Todavía podemos hacer las cosas bien para llegar a una dominicanidad completa, incluso en nuestros desacuerdos.