La indiferencia del Congreso y la apática actitud del gobierno a finales de la administración Fernández sobre las exportaciones, dilataron acciones inaplazables. La indiferencia de los congresistas demostraba, una vez más, lo alejado que ese poder del Estado se encontraba de las urgencias nacionales y la del Ejecutivo fue evidencia palpable del extraño distanciamiento que existía entre la visión de futuro de la retórica y el accionar cotidiano.
La posibilidad de que las exportaciones continuaran congeladas disminuyese o apenas aumentaran era la razón más poderosa para hacer del fomento de nuestro comercio una tarea inaplazable. Hasta la saciedad se ha dicho que ningún país ha logrado alcanzar niveles de crecimiento, prosperidad y desarrollo reales, sin la expansión de su comercio exterior. El nuestro había permanecido prácticamente estancado desde hace años y en términos reales el valor de las exportaciones dominicanas tendía a decrecer, lo cual hacía muy endeble las bases del crecimiento de la economía y sus perspectivas a mediano y largo plazos.
El presidente Leonel Fernández se había impuesto como labor personal el ensanchamiento de las fronteras comerciales del país. Pero fue realmente curiosa su resistencia a aceptar un gesto simbólico cuya finalidad era crear una verdadera conciencia exportadora que nos liberara de las cadenas del subdesarrollo.
Su visión fatalista despojó al país de buenas oportunidades que la gestión del presidente Danilo Medina rescató después. Ahora solo queda que el concepto de la continuidad, fundamental al buen gobierno, sea un norte de la próxima administración.