La Sociedad Alemana de Sociología (DGS) ha realizado una declaración pública para boicotear los rankings universitarios. El colectivo ha llamado a las distintas instituciones académicas alemanas a no colaborar con la clasificación del Centro para el Desarrollo de la Educación Superior, un ranking de gran prestigio en la cultura alemana.
Según la Sociedad, el auge de los rankings universitarios responde a un modelo organizacional donde las universidades son percibidas como empresas privadas cuyo énfasis se hace en indicadores cuantitativos que intentan medir eficiencia y competitividad en detrimento de indicadores cualitativos más acordes con la cultura académica.
Una de las objeciones más comunes entre los críticos de los rankings universitarios consiste en considerar que estas clasificaciones responden a una cultura de la competencia ajena a la ciencia. Se asocia la competitividad con el capitalismo salvaje, con el mundo de los negocios, o con la política degradada a su más baja expresión. Por el contrario, se piensa comúnmente que el mundo de los productos culturales, como la ciencia, el arte y la filosofía son actividades ajenas al espíritu de de competencia, pues sus ideales son otros, de naturaleza más noble, como el incremento de nuestra comprensión del mundo, la creación de la belleza, la obtención de la verdad o la captación del sentido de la experiencia humana.
Es una idea extraña partiendo de que formamos parte de una especie emergente de un largo proceso evolutivo que implicó una férrea lucha por sobrevivir. La competencia ha sido una característica fundamental de nuestro proceso de conformación como seres humanos. De hecho, si bien no es la única variable explicativa de nuestra sobrevivencia, ésta es prácticamente inexplicable sin ella.
Nuestras creaciones más “elevadas”, el último resultado de nuestra evolución biológica, no están exentas de la dimensión competitiva. De hecho, esta característica con frecuencia es un móvil para estimular a la creación. En el caso específico de la ciencia, dicha dimensión es estimulada desde una estructura organizacional que otorga fondos, premios, ascensos y distintas modalidades de incentivos económicos, colocando el deseo de sobresalir sobre otros al servicio de los ideales cognitivos de la empresa científica.
Esto no excluye el hecho de que en un determinado contexto competitivo, emerjan decisiones y conductas contrapuestas a principios éticos que asociamos a la cultura académica y a la investigación científica. En este caso, lo nocivo no es la competencia, sino el hecho de que la misma no responda a reglas claras, reconocidas y válidas para todas las personas involucradas, o que no existan mecanismos eficaces para disuadir a quienes intentar violar esas normas de que no deben hacerlo so pena de atenerse a graves consecuencias para sus carreras profesionales.
No hay nada negativo en estimular a competir ni que construyamos instrumentos de medición para evaluar los resultados de una competición. Otra cosa es que asumamos exclusivamente indicadores cuantitativos para evaluar prácticas tan complejas como las propias de la cultura académica y científica, que sin duda, implican también tomar en cuenta indicadores cualitativos.
La publicación de rankings académicos ha estimulado desde su nacimiento el debate sobre el problema de la calidad de las universidades. Esto sólo es un gran punto a su favor. En vez de boicotearlos, lo razonable es intentar perfeccionarlos y proponer alternativas de evaluación.
Ningún boicot puede erradicar el hecho de que la dimensión competitiva se encuentra como un elemento fundamental detrás de nuestras más excelsas creaciones, desde muchas de los logros deportivos más impresionantes de la historia humana, pasando por muchas de las obras maestras más excelsas del arte, hasta las construcciones conceptuales más “puras” de la ciencia.