Cuando un hombre que ronda los ochenta y tres años se da el lujo de reírse a carcajadas como un niño, el viento se detiene para escuchar su risa. Si ese hombre lleva en su corazón un trozo de la patria, entonces debemos interesarnos por saber la causa de esa alegría que, emulando al querido e irreverente viejo que la porta, transita a paso lento y sin pedir permiso.

Acompañado de libros, afectos, recuerdos y proyectos, el hombre que ríe como un gran libro abierto es Bonaparte (Kabito) Gautreaux Piñeyro. Lo hace por haber ganado recientemente dos batallas; la primera la libró contra el COVID-19 que lo sacudió con fuerza de huracán sin quebrarlo, y la segunda contra la tentación a claudicar frente al poder y traicionar la digna trayectoria de su larga vida.

El pasado domingo 5 de julio, cuando Kabito depositó su voto para así abrir la puerta de la casa común a la utopía de la democracia plena, quien votó por el cambio fue un fundador del Partido de la Liberación Dominicana y hombre de confianza del Profesor Juan Bosch desde antes de aquel abril inmenso, luminoso y terrible. Ese estatus privilegiado le confería el derecho a disfrutar de los espacios de poder donde se gana dinero, privilegios e impunidad. ¿Cuál funcionario del gobierno peledeísta le hubiera negado a Kabito un favor o un servicio que éste solicitara? ¿Cuánto dinero le hubieran pagado por escribir un simple artículo a favor del candidato oficial o en contra del candidato que ha triunfado? ¿Qué precio le habrían puesto a su silencio?

A pesar de la crisis moral que nos debilita como sociedad, no todos los hombres se postran frente al poder. También existen aquéllos que tienen sentido de la ética y de la historia. Nuestro hombre, el que ríe a carcajadas como un niño grande, es uno de esos hombres sin precio.

Para muestra, un botón.

Con una discreción que espanta y conmueve, bajo el enorme peso del COVID-19, cayó al suelo y cerró sus puertas, talvez para siempre, la Repostería Mirian Gautreaux. Desde el año 1973, su dueña y motor, la querida doña Mirian, hizo de ese lugar un genuino espacio de creatividad, alegría y dulzura. De sus manos salieron las obras de arte que dieron aliento y belleza a miles de los rituales sociales que dan sentido a la vida, desde las bodas y los cumpleaños más sonoros hasta los encuentros cotidianos para celebrar la amistad saboreando un café caliente y disfrutando un trozo de pastel. Ese espacio de la familia Gautreaux ha sido un referente simbólico de la identidad y los nexos de vida de miles de personas. Pero una empresa que no es rentable es insostenible.

Quien esto escribe, al enterarse de esa dramática y mala jugada de la vida, sugirió a Kabito que explorara la posibilidad de fabricar pan para ser vendido a los organismos oficiales de asistencia social que reparten raciones alimenticias. De hecho, el pan fue incluido en muchas de las raciones donadas durante la pandemia, de manera que la Repostería Gautreaux pudo haberse beneficiado en buena lid como fabricante y suplidora de un producto con gran demanda en la presente pandemia. La probada calidad de sus productos y la integridad de sus dueños daban a esa mediana empresa un aval difícil de superar en un proceso de licitación transparente.

Pero Kabito se negó a dar ese paso. Sencillamente no quiso tocar las puertas de sus antiguos compañeros de partido, lo que probablemente hubiera salvado la empresa familiar. En cambio, se apretó la correa como un asceta, guardó silencio como un monje, se plantó estoicamente en su suelo ontológico, y siguió escribiendo sus artículos periodísticos y su nueva novela, aferrado a la esperanza con imbatible optimismo. Todo eso lo hizo confiado en Dios, a quien él llama su compadre. También lo hizo confiado en que el pueblo dominicano respaldaría con su voto la utopía del cambio, como en efecto ha ocurrido.

Con esa actitud digna, ese hombre octogenario que con tozudez se niega a claudicar, ha reiterado de qué lado de la vida está hoy su corazón, como lo ha estado de forma coherente durante muchas décadas. Esa coherencia sirvió para que una estrella se encendiera en su frente en aquel lejano abril de fuego y sangre, cuando optó por transitar el camino de la gloria junto al pueblo. Lo propio hizo en la época del “viento frío” y el terror de la post guerra, cuando sus únicas armas eran la voz de trueno y la pluma incisiva de un periodista osado, competente e incorruptible. Por las mismas razones, renunció del PLD cuando allí se enterró la ética y se glorificó la ostentación. En busca de su utopía, Kabito no vaciló cuando muchos hombres y mujeres de prestigio decidieron formar un nuevo partido para construir la democracia verdadera en nuestro suelo. Desde ese colectivo ha trabajado con discreción, firmeza y lealtad. Allí, él es un referente de integridad y lealtad.

Por eso hoy ese hombre que camina lento y escribe ágilmente se ríe a carcajadas. La vida y la mayoría del pueblo dominicano les han demostrado que valió la pena ser testarudamente digno.  Ahora, en la gestión de gobierno que empezará el 16 de agosto próximo, él será actor de un nuevo capítulo de la historia dominicana. Así podrá seguir predicando con el ejemplo, sin claudicar, sin alienarse a sí mismo, sin apagar la estrella que brilla en su frente. No dudo que él sabrá aconsejar a los nuevos incumbentes, especialmente si llegase a notar que algunos se apartan del código ético esperado por la ciudadanía que acaba de votar masivamente contra la arrogancia, la corrupción y la impunidad.

Celebro la alegría digna y transparente de ese hombre excepcional que acaba de ganar dos nuevas batallas.