Tomar decisiones es un ejercicio constante que hacemos los seres vivos. Desde muy temprano en la vida, los seres humanos iniciamos la actividad de tomar decisiones. Las cotidianas, las vulgares por la frecuencia con que las ejecutamos, suelen ser sencillas. Cada día decidimos levantarnos, dormir, hablar, hacer el trabajo y dentro de él a cada momento es necesario tomar decisiones. Decidimos a quién llamar, con quién juntarnos, qué ropa, qué hora, qué comida, qué calle y todo lo demás. Por lo simples que son ni nos damos cuenta de esas decisiones que a cada momento realizamos.
Hay otras que implican un mayor esfuerzo y por lo tanto se dificultan y se postergan. Esas decisiones que implican el mundo emocional o lo que socialmente se espera del rol que se realiza, suelen tomar un poco más de tiempo y en ocasiones toda la vida.
Tengo pacientes que llevan años intentando tomar una decisión, hacer cambios, romper lealtades y cada principio de año se contentan con hacer de nuevo el propósito de cambiar de vida. Pero cada año de nuevo tiene más poder el miedo, la culpa, el compromiso social, la lealtad familiar, el dinero, la fama, el prestigio y el ser bien vistos socialmente, de acuerdo a los parámetros establecidos por la cultura.
Hay cantidad de personas fuera del lugar donde quisieran estar, sienten que no están con la pareja que quisieran, otras no hacen el trabajo que les apasiona, muchas no viven con las personas deseadas, en fin, día a día se conforman con la persona que deben ser y no con la que quieren ser.
Y es que tomar decisiones es una tarea difícil, con frecuencia las personas van a terapia en busca de que le digan qué hacer, cómo y cuándo. Y esta solicitud es una trampa para ambos, pues el profesional de la conducta no estará en el lugar de la persona cuando lleguen las consecuencias de la decisión, ni la persona podrá asumir decisiones sin estar lista para ello.
El inicio de año es una época donde las personas se enfrentan a la frustración de las decisiones abandonadas, la rabia por no tener el valor de hacer lo que quieren o la resignación para permanecer en el mismo lugar.
Cambiar de vida es para valientes, para personas disciplinadas, para aquellas que están dispuestas a afrontar las consecuencias, sean las que sean. También para aquellas que quieren ser honestas con ellas mismas y tienen la fe de que algo bueno pasará en sus vidas como retribución al deseo sincero de ser felices. Aquellas que piensan que Dios, cualquiera que sea su idea de Él, no está para fastidiarles y buscarle problemas, sino para acompañarles a abrir puertas y horizontes nuevos.
A esas personas que tienen años pensando hacer algo para sí mismos, les motivo a pensarse en ese lugar, a sentirse con esas emociones y comenzar paso a paso, sin prisa pero sin pausa, a construir un mejor 2016 para su propia bendición, de manera que al final de año puedan mirarse y sentir el orgullo de haberse atrevido a desafiar sus propios temores y las barreras que la mayoría de las personas les recordó, cuando compartió su deseo de ser mejor y diferente.