Sostenía en un escrito anterior que en la Fenomenología del Espíritu de 1807, tanto el amo, como el esclavo, son figuras subjetivas, es decir, no objetivas ni históricas. Hegel se vale de ambas figuras de la conciencia individual para reflexionar acerca de uno de los momentos decisivos por medio del cual el sujeto humano alcanza su madurez psicológica.

Lo significativo de su análisis es que la madurez psicológica de la conciencia individual es fruto dialéctico del combate a muerte y no de una convivencia pacífica y armoniosa entre dos o más seres humanos. Y lo sorprendente y revelador es que –como expongo más abajo– concibe el combate a muerte como la lucha de cada quien consigo mismo, y no con otro sujeto realmente autónomo y mucho menos con los miembros de otra nación o clase social.

La madurez psicológica de la conciencia individual es fruto dialéctico del combate a muerte y no de una convivencia pacífica y armoniosa entre dos o más seres humanos.

El amo. En medio de la dialéctica del amo y del esclavo, el paso por la lucha a muerte es inevitable. Para Hegel, quien no arriesga su vida en lucha consigo mismo no llega a estar consciente de sí. Pero no se trata de ir como un gladiador a batirse de manera cruenta con otro gladiador, sino –en la mejor usanza socrática– con uno mismo.

El combate transcurre una vez que cada conciencia individual se desdobla a sí misma en amo y en esclavo. Ambas figuras pertenecen a una única conciencia individual. Deseoso de ser reconocido, la conciencia desdoblada en amo y en esclavo finaliza luchando consigo misma para reconocerse como autoconciencia en el reconocimiento que se otorga a sí misma. 

Como podrá entenderse, del combate de ambas figuras de la misma conciencia no resulta nadie muerto dado que, si lo hubiera, la autoconciencia seguiría siendo un yo abstracto, sin el requerido reconocimiento de sí misma. El muerto no puede conceder reconocimiento al victimario y tampoco éste llegar a reconocer sin el otro su propia libertad.

Ahora bien, ambos vivos, el amo hegeliano dista de ser tal. El amo hegeliano queda profundamente insatisfecho, pues no puede reconocerse en alguien que no es libre. 

Cierto, el señor domina y pasa a ser dueño del esclavo y de lo que éste produce. Pero nueva razón de insatisfacción, el amo, a pesar de su dominio y de su aparente independencia, termina dependiendo del siervo que elabora lo que él necesita para satisfacer sus apetencias. De ahí que deje de ser amo y finaliza reconociéndose como dependiente del esclavo.

El amo no es tal y el esclavo no hace más que aferrarse servilmente a la vida, sometido por la angustia que siente ante la muerte.

Hasta ahí el proceso del amo que deja dialécticamente de serlo. Pero si así se demuestra que la figura del esclavo no es tan servil como parecía serlo, ya que de ella termina dependiendo la que aparecía como amo independiente, ¿qué ocasionó inicialmente que la conciencia aceptara la condición de servidumbre?

Angustia (“Furcht”).   La susodicha lucha a muerte no finaliza porque una conciencia sea más fuerte que la otra y se le imponga y domine a la fuerza, sino cuando una de ellas —en lo más íntimo de sí misma— se estremece y se angustia por temor a perder su vida. La conciencia temerosa a morir acepta la servidumbre antes que la muerte. Ante la muerte, se impone la vida, aunque sea bajo los harapos de la servidumbre. Sometido por el fardo de la angustia ante la muerte, vivir pasa a ser más fundamental y decisivo que el deseo original de ser reconocida.

Para la conciencia, esa especie de profundo temblor infunde un impacto radical. Se trata de una experiencia inevitable a toda conciencia individual. La conciencia, por ser humana, necesariamente se encuentra en búsqueda de sí misma en cualquier tiempo, lugar o circunstancia histórica. Todos estamos concernidos como sujetos por tan profunda y estremecedora experiencia.

Entendido así, la figura del amo hegeliano no es la de uno u otro guerrero victorioso de alguna campaña bélica en la historia de los pueblos. Nada de eso; el verdadero y único amo y señor hegeliano es el temor absoluto a la muerte. Ésta doblega la conciencia temerosa de perder lo único que tiene, la vida, y la lleva a ser servil. La descripción hegeliana a este propósito es reveladora.

La angustia a la muerte es la negatividad absoluta que todo lo licúa, todo lo fluidifica, en lo más profundo del sí mismo de la conciencia. A esa experiencia radical no llega el amo, sino exclusivamente la conciencia del esclavo que

Se ha sentido angustiada no por esto o por aquello, no por éste o por aquél instante, sino por su esencia entera, pues ha sentido la angustia de la muerte, del señor absoluto. Ella la ha disuelto interiormente, la ha hecho temblar en sí misma y ha hecho estremecerse cuanto había en ella de fijo. Pero este movimiento universal puro, la fluidificación absoluta de toda subsistencia es la esencia simple de la autoconciencia, la absoluta negatividad, el puro ser para sí, que es así́ en esta conciencia (1807, p.48).

El amo no es tal y el esclavo no hace más que aferrarse servilmente a la vida, sometido por la angustia que siente ante la muerte.

La muerte.  Coincido con Kojève cuando afirma que dicha angustia mortal revela al esclavo que el hombre no depende verdaderamente de ninguna de las condiciones específicas de la existencia, sino de la vida como tal. Por eso, lejos de la figura de un señor vencedor que termina imponiéndose a una conciencia que pasa a ser servil, el amo absoluto hegeliano no resulta ser la figura de ese señor victorioso, sino la absoluta disolución (“das absolute Flüssigwerden alles Bestehens”) de cuanto permanece o subsiste.

La absoluta negatividad hegeliana hace las veces aquí de “arché” presocrática, a modo del fuego de Heráclito, al origen de todo y por el cual todo existe en continuo movimiento y transformación. En ese contexto, resulta significativo en la sociedad de la post verdad que la fluidificación reaparezca como prisma del análisis conceptual del filósofo polaco Zygmunt Bauman.

Bauman, en contraposición con la concepción hegeliana, descubre y reflexiona críticamente la liquidez en tanto que expresada objetivamente en un sistema cultural postmoderno cuya aparente solidez y permanencia se diluye en todas sus manifestaciones. Podría argumentarse que esa experiencia postmoderna explicita lo que Hegel denomina en la Fenomenología: educación, formación cultural (“Bildung”). Sin embargo, no parece ser así, no sólo porque la Fenomenología solamente reflexiona el proceso de maduración del yo individual; sino porque en el mundo objetivo concebido al tenor de la Filosofía del Derecho de Hegel el propósito de Bauman no encuentra correspondencia conceptual,  –a no ser por medio de las continuas guerras que se suceden y disuelven todo en el paso del tiempo en la Historia universal.

Y…, ¿cuál es el desenlace final?  Si detuviéramos la lectura del pasaje relativo a la dialéctica del amo y del esclavo en este momento, resultaría que el amo no es tal y que el esclavo no hace más que aferrarse servilmente a la vida, sometido por la angustia que siente ante la muerte.

En buena lógica dialéctica –como mostraba en un trabajo anterior– estaría concibiéndose que la muerte o amo absoluto es la pura negatividad, pues es la superación (conservación + supresión) en ella misma de la dependencia e inactividad del amo y la laboriosa independencia del esclavo.

Esa conclusión equivaldría, por ejemplo, en términos evangélicos, a decir que la muerte tiene la última palabra y todo termina siendo en vano (I Corintios 15:14). Evidentemente, esa conclusión no es la correcta. Para comprenderlo, queda por exponer en una próxima entrega el último momento de esa doble negación debido a la cual en la Fenomenología del Espíritu de Hegel la autoconciencia supera su propia contradicción, pero sin retomar la figura de un nuevo amo o de un nuevo esclavo y, muchísimo menos, sucumbir a la angustia ante ese amo absoluto que es la muerte.