“El matrimonio debe combatir, sin tregua, un monstruo que lo devora todo: la rutina”. Honoré de Balzac

Ayer hiciste lo mismo de hoy. Mañana será igual. Un día igual a otro. Nada cambia. El mismo horario, las mismas tareas: llevar los niños al colegio, pasar el día en el trabajo, regresar al monotonía de la casa (o al infierno) cenar y sentarte a ver televisión o entrar a internet que no es lo mismo pero es igual. ¿Los niños? Uno jugando con la más moderna máquina idiotizadora que salió al mercado. El otro, adolescente, chatea por su iPhone 6. ¿La mujer? En su doble o triple jornada: cocinando, sirviendo, fregando, planchando, etc, etc, etc. El esposo es feliz (o por lo menos cree que lo es). Nadie le molesta sus interminables horas aprovechando/desperdiciando su “tiempo libre” en Facebook. Cuatro personas y el silencio era sepulcral en aquella casa -léase casa, no hogar-. A penas se escuchaban los trastes de la cocina y los ruidosos tiros, patadas y piñazos del vídeo juego. A la misma hora de ayer y de mañana, todos a dormir. Marido y mujer se acuestan en la misma cama, con años de distancia. Parecieran hermanos, de espaldas, cada uno para su lado, solo los cubre una delgada y fría sábana, tan fría y frágil, como la relación que los desune. Ya ni se acuerdan la última vez que tuvieron sexo. Sí, porque aquello que hacía animalísticamente, no podía llamársele “hacer el amor”. Ahora, él hace sus “escapadas callejeras” diciendo disparatosas excusas; para ella, ahogada entre el trabajo y las labores domésticas, el sexo hace tiempo dejó de existir en el ordenamiento de su vida cotidiana. Mientras tanto, los niños siguen creyendo que son una pareja perfecta y que viven en una familia ideal. Sin embargo, ese matrimonio tiene una relación convivencial, no amorosa. La rutina les devoró el amor. Ya no quedan “restos de humedad”. Les cercenó el susto del amor, la capacidad de asombro.

La rutina es tedio, hastío, aburrimiento, cansancio. Es devoradora de ilusiones, sueños y pasiones. Te arranca de tajo la creatividad, aptitud positiva y estética en tu vida. La costumbre no mata el amor, como dice la canción. Eso sucede solo y cuando, hacemos nuestros actos, nuestras tareas diarias, mecánicamente, como autómatas, sin razonamiento, ni creatividad, ni sentimientos. Hay costumbres lindas y necesarias en las relaciones intrafamiliares. Ir a Misa los domingos y de ahí salir para la casa materna/paterna, ir al hogar nuclear para comer en familia y compartir “los panes y los peces” las noticias, las anécdotas, los éxitos y penas, es una maravillosa costumbre dominicana que quisieran muchos pueblos tener. Las costumbres, como los modos y maneras de hacer actos de la vida cotidiana, con una frecuencia determinada, se trasmiten de generación en generación. Una costumbre puede convertirse en tradición con el de cursar de los años. Pero cuando actuamos maquinalmente, devaluamos la costumbre y la convertimos en una simple y tediosa rutina que daña las relaciones interpersonales. Y la rutina es como la mala hierba, cuando dejas que nazca y se extienda, acaba con todo a su paso.

La rutina te da ceguera y ageusia: no (ad) miras la belleza a tu alrededor, ni el nuevo peinado de tu esposa, ni los encantos de tu ciudad. No te detienes a ver las palomas volar sobre la Catedral Primada de América, ni el placer de ver tu gente caminar por las adoquinadas calles de un Santo Domingo Colonial, Patrimonio de la Humanidad. Puedes hasta perder la capacidad de saborear la compañía de tus hijos día a día, de cogerle el gusto a participar junto a tu esposa en las tareas del hogar, a tomarse un café/Presidente juntos y conversarse, mirándose con las manos entrelazadas (sin el chat), a escuchar música o a leer un libro, juntos; a sorprenderse con detalles, a rescatar el amor huidizo, casi apagado por la plaga de la rutina, hacerlo renacer y esparcirlo.

¿Por qué esperamos las pérdidas para reconocerle al otro, sus valores con gestos o palabras de halago? ¿Por qué dejamos que la rutina nos engulla? ¿Por qué no aprendemos a vivir intensamente cada día y hacerlo distinto al de ayer y edificamos un mañana más hermoso? ¿Qué trabajo nos cuesta decir a los que amamos, cuánto sentimos y cuánto nos importa? Regalar una flor nunca pasa de moda. Sentarse en el malecón a ver una puesta de sol o el amanecer, besándose, suena a rejuvenecer el amor y la relación de pareja que como la flor, necesita alimento diario. ¡Detén hoy la rutina en tu vida!

“La vida se nos da, y la merecemos dándola” Rabindranath Tagore. Poeta y filósofo hindú. Premio Nobel Literatura, 1913.