Nadie sabe en qué cree o no cree Donald Trump. Con los mentirosos compulsivos y los demagogos políticos nunca se sabe a ciencia cierta cuáles son sus verdaderas convicciones, si es que las tienen. Y en este último año y medio de campaña electoral, Trump ha mentido de manera tan sistemática y ha variado tantas veces sus posturas -inclusive sobre temas como el aborto y los derechos LGBT- que resulta difícil predecir lo que hará cuando asuma el poder. De momento, sin embargo, hay dos indicadores que no auguran nada bueno: en primer lugar, la clase de gente con la que se ha rodeado y con la que está formando gobierno; y, en segundo lugar, la enorme deuda política contraída con los sectores religiosos estadounidenses, sin los cuales ningún candidato republicano ha ganado la Casa Blanca desde 1980.
En el caso de Trump, la deuda política con los conservadores religiosos adquiere una relevancia especial dada su precaria relación con otros aliados tradicionales del partido. Como la mayor parte del establishment republicano le dio la espalda durante la campaña, Trump terminó aliándose con sectores hasta ahora considerados marginales dentro de su propio partido debido a sus posturas extremas. Es así como individuos y grupos políticos hasta hace poco considerados “la franja lunática” del partido están ahora transitando aceleradamente hacia el mainstream político estadounidense y copando las más altas posiciones en el nuevo gobierno.
Para entender cuán lunática es esta franja hay que recordar que el Partido Republicano ya estaba en el extremo del espectro político mucho antes de que apareciera Trump. Esto así porque el partido hace tiempo le vendió su alma al fundamentalismo religioso -mayormente sureño, rural y poco instruido- cuyo radicalismo de derechas alcanzó su apogeo con la creación del Tea Party, movimiento que en gran medida se nutrió de la reacción tanto religiosa como racista de los sureños blancos evangélicos ante el triunfo de Obama.
Con tal de mantener las políticas ultra-neoliberales de la época de Reagan (como la desregulación económica y financiera, los recortes de impuestos a los ricos y a las grandes corporaciones, el congelamiento de salarios mínimos y el acoso a los sindicatos, etc.), los intereses empresariales que históricamente dominaron el Partido Republicano han cultivado durante décadas la alianza política con los sectores religiosos, a los que han permitido controlar la agenda social del partido. De ahí la enorme paradoja de que el partido que gobierna para los ricos dependa para sus triunfos electorales del voto de algunos de los sectores más perjudicados por las políticas económicas republicanas.
Es así como los privilegios de las multinacionales y de Wall Street, cuyos excesos incrementaron las desigualdades económicas a niveles impensables y condujeron a la crisis económica internacional del 2008, se han pagado con políticas cada vez más hostiles a la igualdad de género, el aborto, la anticoncepción, los derechos LGBT, la educación sexual escolar y otros componentes de la educación pública considerados demasiado “liberales” (como la Teoría de la Evolución o el calentamiento global), así como los derechos de los negros, los hispanos y los migrantes.
Como si el Tea Party no fuera suficiente, la campaña electoral de Trump promovió una nueva radicalización de la derecha republicana al incluir abiertamente en su coalición política a los llamados “nacionalistas blancos”, un sector que creció como la verdolaga durante los gobiernos de Obama y que ahora apoya incondicionalmente a Trump. Estos racistas impenitentes –considerados por muchos como cabezas rapadas con corbatas y Ku Klux Klan sin batolas- ocupan ahora posiciones destacadas en el entorno inmediato de Trump, lado a lado con sus aliados de la ultraderecha religiosa, de la que muchas veces forman parte. Entre estos últimos, el más peligroso es probablemente el vicepresidente electo, Mike Pence, quien además funge como jefe del equipo de transición de Trump, un cargo desde el cual puede ejercer una enorme influencia en la escogencia de miles de puestos políticos de importancia en el nuevo gobierno.
Aunque Pence ha cultivado la imagen de político moderado y razonable –lo que no resulta muy difícil cuando se le compara con Trump- lo cierto es que el nuevo vice-presidente es uno de los grandes íconos de la derecha religiosa, siendo esta la razón principal de su escogencia al cargo. Durante su carrera como locutor radial conservador, congresista afín al Tea Party y gobernador del Estado de Indiana, Pence apoyó con entusiasmo todas las causas de la derecha religiosa: múltiples restricciones a los servicios de anticoncepción y aborto, promoción de las desacreditadas “terapias de conversión” de homosexuales, modificación de las políticas y contenidos de la educación pública, eliminación de programas dirigidos a la prevención del VIH, etc.
De todas sus iniciativas, la que consolidó su reputación como líder conservador a nivel nacional fue la llamada Ley de Libertad Religiosa de Indiana, que Pence promovió y promulgó a pesar de múltiples advertencias sobre su inconstitucionalidad. La ley, que terminó siendo modificada, protegía el “derecho religioso” de los proveedores de bienes y servicios a discriminar a las personas LGBT por supuestamente “ofender” sus convicciones religiosas. La medida causó un gran escándalo que terminó costándole miles de millones de dólares al estado de Indiana por el retiro de grandes empresas, la cancelación de conferencias, actividades turísticas, eventos deportivos, etc.
Trump es el tercer candidato presidencial republicano que llega a la Casa Blanca de la mano de la derecha religiosa después de Reagan y Bush hijo(1), que figuran entre los peores gobernantes que ha tenido Estados Unidos. Los resultados en ambos casos fueron desastrosos no sólo para las mujeres, los gays y las minorías raciales, sino también para la clase trabajadora, los sindicatos, los migrantes y el medio ambiente.
La semana próxima veremos los posibles impactos del gobierno de Trump y Pence sobre los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres y la diversidad sexual, no sólo en los EEUU sino a nivel mundial, incluyendo nuestro país. (FIN)
NOTAS
(1) El caso de Bush padre es particular: como el heredero de Ronald Reagan en 1988 contaba con un sólido capital político entre los republicanos de todos los sectores, a lo que se sumó el trabajo realizado por su hijo y futuro presidente con el electorado religioso, sobre todo los evangélicos. Pero al mismo, el poco entusiasmo de Bush padre con el conservadurismo religioso fue sin duda una causa importante de su derrota en 1992 a manos de Bill Clinton.