La deuda pública está de moda. Es ahora chivo expiatorio, cabeza de turco, blanco favorito, sábana contagia y raíz de todos los males. Tanta insistencia en la deuda me acuerda el cuento del alumno que en examen de zoología le salió describir el elefante cuando dedicó todo su tiempo aprender sobre la lombriz. Trató de salir a camino escribiendo así su primera oración “El elefante tiene cuatro patas enormes, orejas enormes, trompa enorme y el rabito como una lombriz.”  Para luego seguir describiendo con lujo de detalles las intestinales y de tierra hasta que sonó el timbre para el recreo.

Esto es lo que muchos están haciendo con la deuda pública.  Es más sencillo y conveniente criticar la deuda que enfrentarse a las dos fuerzas que inciden en su dinámica: el tamaño del gobierno y los ingresos tributarios.  Menos deuda requiere de acciones como éstas: a) redimensionar el gobierno a lo que se pueda recaudar con las actuales tasas impositivas; b) mantener la estructura actual del gobierno con aumentos en las tasas impositivas.

Hay que plantear reducción seria de gastos públicos o sacar más dinero a la población para crear superávit fiscal evite el endeudamiento neto positivo. Presentar propuestas serias de recortar plan de inversiones, subsidios y transferencias públicas; reducir gasto público corriente que implica fusionar entidades, bajar nómina, congelar salarios.

Ejemplos: salir del ancla del 4% PIB educación, postergar para el 2067 el 10% presupuesto a los Ayuntamientos, quitar transferencias a la UASD y vender los activos para hacer fondo plan becas-crédito estudiantes pobres; derogar la Ley de Cine; eliminar OMSA, Defensoría del Pueblo, Ministerio de la Juventud y el de la Mujer; fusionar superintendencias regulan sistema financiero.  Con los ingresos, hay que plantear aumentar impuestos, ampliar la base imponible, reducir exoneraciones y tapar todos los boquetes fiscales por los que se evaden leyes obligan a entregar recursos generados privadamente al fisco. 

Hablar claro con propuestas así es sumamente incómodo para cualquier político aspira a un cargo electivo o técnicos que buscan ser considerados a posiciones de dirección en la administración pública. Insistir en la campaña contra la deuda es lo más conveniente. En general, los terceros tienden a culpar a los acreedores cuando se tiene que resolver por embargos los problemas de imposibilidad de pago.  Son los que prestan quienes debieron advertir que daban dinero a un deudor malo; o fueron éstos quienes a un deudor que era bueno lo atragantaron con crédito hasta llevarlo a la insolvencia.   

Se combina aprovechar ese prejuicio de la población con el discurso que el problema principal del gasto es el dispendio por corrupción.  Se promete eliminarla, bajar impuestos, ampliar la base y mejorar eficiencia recaudatoria. 

Así no se toca un solo cuadrito del extenso organigrama del sector público, se respetan los intereses creados de los poderes fácticos y se avanzan promesas populistas como esta de restaurar el emporio estatal comercial e industrial por parte de uno de los gobiernos radiales, captada más o menos en estos términos: “Con las utilidades que generen esas unidades de creación de riqueza social, que ahora no van a producir dividendos para un grupito privado, el andamiaje impositivo se va a concentrar en poner dinero en los bolsillos de los ciudadanos, no en idear cada día, como ahora, formas de sacar cada vez más los pesitos.”

En un ambiente donde el debate político-económico evita tocar el status quo, se entretiene compitiendo en promesas populistas y con caras nuevas pretende presentar garantías de pulcritud y eficiencia en la administración pública, creo que hablar de lombrices cuando se pregunta por elefantes será la moda por un buen rato.  La deuda pública, en consecuencia, que se acostumbre a soportar los rollos y pagar los platos rotos.