Por allá por los años 70 cuando yo estudiaba en la secundaria de un colegio de monjas donde todas éramos “niñas”, el día de San Valentín era más de tortura y preocupación que de alegrías, pues resulta que quienes lo celebraban eran las pocas que osaban tener novio en aquel contexto de restricciones religiosas y familiares.
Se convertía en el día de restregar en la cara a las demás, el idilio que se estaba viviendo a escondidas.
Este día servía para dar envidia y tener la revancha de aquellas que no eran muy aplicadas, ni populares, pero que eran las que se atrevían a desobedecer los mandatos sobre la postergación del noviazgo para cuando estuviéramos en la universidad.
Hoy las cosas han cambiado en muchos sentidos, no sólo que ya es la mayoría de las adolescentes de secundaria las que tienen novio, sino que se ha “democratizado” pues lo que celebramos es el día de la amistad.
Sabemos que el comercio es el responsable de estos cambios y que nos convertimos en presas del consumismo capitalista, pero me atrevo a decir que lo prefiero, pues lo sufrí en carne propia, además de que no sólo celebramos este día a nivel social con las amistades sino en la familia, entre padres e hijos, lo cual es muy buen ejercicio de expresión afectiva.
A través de esta celebración mis hijas han aprendido a hacer tarjetas de material reciclado cuando no ha habido dinero para regalos o a expresar con un pensamiento propio algo que no tiene precio que es el amor y la amistad sincera.
A través de esta celebración he podido disfrutar de un alto en la jornada diaria para compartir un desayuno con las compañeras de trabajo en el que cada una ha puesto un poquito de lo que tiene.
He aprendido a disfrutar con mis hermanas, hijas y sobrinas en años pasados, un concierto de nuestro astro Juan Luís Guerra, en la mejor fecha para todos, con pareja o sin pareja, para celebrar la bendición de vivir y la oportunidad de expresar lo que sentimos no sólo por los seres que amamos sino por nuestro país y por poblar este universo.
Twitter: @solangealvara2