¿Quién ha dicho que en los Estados Unidos los votantes deciden las elecciones?

Aquí no hablamos de la “democracia secuestrada” al estilo dominicano, tal como repiten las gallaretas de la oposición, aquí hablamos de la democracia secuestrada al estilo gringo.

Un día antes de las primarias de California, cuando las encuestas apuntaban a un empate técnico entre Hillary Clinton y Bernie Sanders, la Associated Press (AP) publicó que Hillary había sido nominada “candidata oficial del Partido Demócrata”.

Cuando se cuestionó la noticia, sobre todo porque aún no se contaba con el resultado de esas primarias ni tampoco con el resultado de la convención general del Partido, que será el próximo 25 de julio en la ciudad de Filadelfia, los ejecutivos de la Associated Press contestaron que habían publicado la noticia basándose en cifras dadas por el grupo de los 720 súper-delegados que apoyan a Hillary Clinton. Fue un subterfugio periodístico para influenciar a los votantes. ¡Qué maravilla!

Entonces son los delegados los que deciden antes del sufragio de los votantes. Estos no cuentan para nada y los resultados son decididos de antemano por los intereses partidistas.

De acuerdo con el periodista investigativo, Greg Palast, reconocido internacionalmente, hoy día residente en Londres, más de 4.2 millones de votantes californianos registrados como “independientes”, perdieron sus votos, debido a que aparecen bajo “NPP” (No Party Preference) y eso no es reconocido en el estado de California. En otras palabras, que Bernie Sanders le ganó por 40% a Hillary Clinton pero, debido a esta anomalía inventada, ésta terminó sacando más votos y ganando más delegados, sobre todo después que el gobernador del estado, el exjesuita, Jerry Brown, le dio su apoyo. Con todo y eso, el resultado final fue un “empate técnico” en un estado tan decisivo en las primarias estadounidenses.

“Yo me encontraba en West Hollywood observando el proceso de las votaciones”-dice Greg Palast- “y presencié cómo, en múltiples ocasiones, se le negó el voto a todas aquellas personas que no aparecían registradas como “demócratas”.

“Estas son unas primarias del Partido Demócrata y usted no aparece en mi listado como demócrata”, era el mantra que recitaban los supervisores, de acuerdo con Palast. Lo mismo se había reportado anteriormente en Brooklyn, durante las primarias de New York. Miles de votantes fueron rechazados.

“En este país no ha habido elecciones libres, ni siquiera en los tiempos de John F. Kennedy (JFK)”, así opina G. Perkins, ex supervisor electrónico en el área de West Palm Beach, donde en las elecciones del 2000 (Gore versus Bush) se detectó un fraude colosal. Votantes que votaron por un candidato resultaron votando por el candidato contrario. Lo mismo sucedió en Ohio y en New México, en recintos tradicionalmente “demócratas”.

En el caso de las primarias, las irregularidades han sido la orden del día desde el mismo inicio de la campaña en el estado de Iowa, donde hubo un empate técnico entre los candidatos demócratas, aunque se suprimieron miles de votos de forma atípica, rehusándose después los supervisores a recontarlos.

La supresión de votantes, el cambio inesperado de precintos sin conocimiento previo, el mal funcionamiento de algunos equipos electrónicos, fenómeno típico de las repúblicas bananeras del tercer mundo, se han entronizado en los Estados Unidos  (“The best Democracy money can buy: Elections Crime Bulletin”-La Mejor Democracia que el dinero puede comprar: el Boletín Criminal de las elecciones), cuyo autor es el mismo Greg Palast.

“El voto del vulgo no debe de ser nunca el decisivo. Las masas no saben votar”, dijo en una ocasión Alexander Hamilton, uno de los padres fundadores de esta nación. Hamilton fue el primer Secretario del Tesoro y asistente de campo de George Washington durante la Guerra de Independencia. Además, fue un abolicionista convencido (estaba a favor de la erradicación de la esclavitud). Murió en un duelo con Aaron Burr, quien había sido el vice-presidente de Thomas Jefferson (1798-1801)). Tanto Jefferson, Burr, como Hamilton, creían que las masas no tenían la capacidad de elegir a los presidentes. Por eso se crearon después los “Colegios Electorales”. Los súper- delegados en aquella época brillaban por su ausencia, porque ni siquiera existía entonces el Partido Demócrata. Solo existía el Partido Federalista (organizado por Hamilton) y el Republicano, muy diferente al de hoy.

En otras palabras, que eso de que sean los votantes los que deciden el resultado de las elecciones en los EE.UU. es un cuento de caminos. Eso se les exige, en nombre de la democracia, a los pendejos de Latinoamérica, sobre todo si son dominicanos.