La llamada democracia no funciona, la mentada democracia no nos sirve. Lo que tenemos por sistema es un embeleco contradictorio y espeluznante (pico y pala, desechos, negación). Aberrante tragedia de eterna ridiculez partidista; caos donde se ceba el político tradicional, el negociante habitual, el especulador que todos conocemos; mismo que siempre resulta elegido para la felicidad abusiva del parasitismo nacional, y el poder detrás del poder, imperecederamente tutelado desde la foránea cumbre del mundo.
El pueblo sufre, sostiene sobre sus hombros toda la podredumbre imaginable y la no imaginable. El pueblo duerme, el pueblo no despierta, no se reconoce en la ficha destinada en el rincón de los diarios, esa que nos cuenta de miserias y trampas, de sufrimientos, de tragedias constantes, sistemáticas, abrumadoras, incesantes…
No veo virtud, ni moral, ni nada serio en nuestros flamantes representantes de la partidocracia criolla. No creo en la sociedad que nos circunda, la sociedad que hemos estado procreando, la sociedad calimocha, realenga, insensible consigo misma, incapaz de reflexionar y hacer un alto, incapaz madurar hasta la lógica del derecho y el deber de cada ciudadano para con todos, para con la casa que es el territorio heredado, el pedacito de tierra infamemente saqueado, contaminado, vuelto circo desenfrenado de sexo, drogas, alcohol, destrucción de los recursos naturales, abusos de todas las índoles, calibres, irracionalidades.
Ésta, la más absurda práctica y desperdicio, la democracia del “derecho al voto” pero no al bienestar, no me sirve de nada, no nos sirve ni para papel higiénico, ni para otra cosa que no sea sostener en la cresta de la ola a los mismos personajes de ambiciones desmedidas, en la mieles del jodido poder de lo nefasto.
La “mengana democracia” no es una alternativa en la psiquis social que procuro como necesaria para por fin salir del ostracismo y la absurdidad. No, reitero que no, no vale la pena esa engañifa de coreadas virtudes ambulantes: sin educación no hay democracia, sin salud no hay democracia, sin participación no hay democracia, sin protección no hay democracia, sin derechos, sin deberes, sin calidad moral, ética, de compromiso no existe la “Democracia” como potencia y garantía de la humana trascendencia del pueblo a estados más aireados de bienestar, libertad y orden.
Me duele ser tan amargo con mi pueblo. Me duele la bofetada diaria que le lanzo. Pienso siempre, constantemente en los prohombres que hemos dados, los prohombres del universo, los redentores crucificados por la ignorancia de las masas, esos que han caído fusilados por los mismos tiranos y represores del bien común. Pienso en los padres de la nacionalidad dominicana, pienso en el calvario padecido, pienso en los héroes, heroínas, hombres de principios y sueños malogrados, esos que hoy se veneran como raza invencible, pero que a todas leguas se les falla, se les ignora, se les condena con la maldad del robo y las patadas al costado indefenso del hambriento.
Pero no he de equivocarme, no he de ignorar lo que a todas luces y descubrimientos conozco para dolor y sufrimiento: eso que ustedes celebran y de la cual he sido participe, no sirve, no funciona, no da frutos.
La democracia que tenemos, es un error.