El Presidente Barack Obama puso el sello estadounidense en el Gran Teatro de La Habana con un discurso bien pensado, estructurado y majestuosamente ejecutado. Apeló principalmente a la unión de ambos países en todos los sentidos. Y sembró con toda intención una semilla de libertad en la población joven de Cuba.

Comenzó muy sutilmente con un verso de José Martí, el Thomas Jefferson cubano, a pesar de que este último fue el fundador del partido que hoy refleja todo lo contrario a la democracia jeffersoniana. Obama, con plena consciencia jugó con la historicidad de los dos pueblos, como quien corteja a una damisela indecisa y de padres muy celosos. Recordó los fuertes lazos que existieron y las similitudes de la fundación de ambas naciones. Esos nudos ideológicos y culturales que una vez sólo estuvieron separados por el idioma y que luego se convirtieron en un nuevo muro de Berlín entre los dos países.

Las diferencias detonaron con la revolución cubana, producto también de la misma política corrupta que alimentó el gobierno estadounidense luego de la independencia en la isla. Y que los Castro aprovecharon con el proceso revolucionario para vender la idea de un futuro económico equitativo que nunca llegó. De una ilusión que vieron crecer y morir varias generaciones. Un futuro que solo lograron y del cual se aprovecharon aquellos que ayudaron a vender ese sueño. Los mismos que provocaron el embargo en 1960 expropiándose de propiedades de ciudadanos cubanos y estadounidenses. Y que consistentemente incitaron nuevas reprimendas económicas a finales de la Guerra Fría.

Pues hoy Obama dejó todo eso atrás y aceptó los errores cometidos por los presidentes anteriores. Se reivindicó con el pueblo cubano –no con el gobierno‒, al que pidió perdón por las lesiones ocasionadas por el bloqueo y la Ley Helms-Burton. “Los Estados Unidos de América están normalizando relaciones con el pueblo de Cuba”, dijo. Les envió un mensaje muy claro a la gente joven: “La esperanza que está enraizada en el futuro que pueden escoger, moldear y que pueden construir en su país. Yo estoy esperanzado porque creo que el pueblo cubano es tan innovador como cualquiera en el mundo”. Pero además, les citó un ejemplo muy claro de lo que puede ser Cuba en el futuro: Miami. Y se apuró en ejemplificar con casos reales de emprendedores cubanos que han triunfado con pequeños negocios. No se refirió a lo banal y chabacano que existe en la ciudad.

Los aplausos fueron disminuyendo junto al silencio mientras el Presidente fue puntualizando las ideas más claras y honestas. El público fue tibio cuando habló de expresar ideas y de hacerlo libremente. Pero esto lo esperaba, y por eso reiteró que es precisamente esa democracia cruda la que libera nuevas ideas y propuestas, la que genera nuevos puntos de vista y soluciones a los problemas más cruciales de la vida política y social. La opresión y el control de más de cincuenta años, el temor a perder el trabajo, a ser encarcelado, golpeado y torturado enmudece y deja manco a cualquiera. Y es que el público seleccionado tuvo muy claro qué cosas aplaudir y que no.

De todas formas, Obama no fue a Cuba a ganar aplausos. Y aunque lo protocolar del viaje fue reestablecer relaciones con el gobierno cubano, aprovechó muy bien su discurso y el momento para dejarle bien claro a Raúl Castro lo siguiente: “Dado su compromiso con la soberanía de Cuba y su autodeterminación, confío en que no necesita temer a las diferentes voces del pueblo, su capacidad de hablar, reunirse y votar por sus líderes. De hecho, tengo esperanza en el futuro, porque confío en que los cubanos tomarán las decisiones correctas”. Un mensaje de apoyo a los disidentes, a la libertad de expresión y por supuesto, a la democracia de la que carece el pueblo.

Su misión real fue tocarle el corazón al pueblo cubano. A esas familias que tienen décadas separadas por noventa o muchas más millas. Es imposible saber qué se siente cuando se está más de diez, quince años o medio siglo separado de toda tu familia. Tal vez incluso el propio mandatario no conoce ese sentimiento. Pero sí supo cómo utilizarlo para hacer llegar ese mensaje de reconciliación para los cubanos de adentro y afuera. Es muy difícil para el exilio aceptar que la necesidad obliga muchas veces a un comportamiento borrego. Y también es difícil entender la lucha contra el miedo, el control, la división e incertidumbre. Por eso reiteró el borrón y cuenta nueva, recordando una vez más la unión de la sangre familiar, la historia de sacrificio y conflicto entre las dos naciones; pero sobre todo, la importancia de la juventud en este nuevo viaje entre vecinos y amigos.

Sin dudas fue un discurso que quedará grabado en la historia de las dos naciones, con el sello de un Presidente negro, electo democráticamente y con ideas de liberación para un pueblo encadenado al sufrimiento económico, social, político y hasta existencial.