Uno de los aspectos más controversiales de la teoría política del gran jurista austriaco Hans Kelsen -de tanta influencia en el mundo contemporáneo, como lo revela la existencia misma de tribunales constitucionales en Europa y América hasta la propia teoría normativista del Derecho que todavía concita intensa y expandida adhesión entre los juristas a ambos lados del Atlántico-, es su afirmación de que, en política, no hay verdades absolutas. Para Kelsen, al no haber justificación para la autoridad que no sea el consentimiento de los gobernados, la única vía legítima para tomar decisiones públicas obligatorias para todos es permitir que la mayoría de los ciudadanos acuerden las mismas. El vienés afirma, en fin, que el relativismo filosófico implica un compromiso con la democracia.
Kelsen, en su obra “Esencia y Valor de la Democracia”, ilustra su idea de democracia y su vínculo con el relativismo con una interesante exegesis de una parte del Capítulo 18 del Evangelio de Juan. Los hechos, según los cuenta el evangelista, son bien simples. A Jesus lo llevan donde Pilato bajo la acusación de que se ha proclamado el rey de los judíos. Pilato pregunta a Jesus y citamos de Reina Valera (1960): “¿Qué has hecho? Respondió Jesús: Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí. Le dijo entonces Pilato: ¿Luego, eres tú rey? Respondió Jesús: Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz. Le dijo Pilato: ¿Qué es la verdad? Y cuando hubo dicho esto, salió otra vez a los judíos, y les dijo: Yo no hallo en él ningún delito. Pero vosotros tenéis la costumbre de que os suelte uno en la pascua. ¿Queréis, pues, que os suelte al Rey de los judíos? Entonces todos dieron voces de nuevo, diciendo: No a éste, sino a Barrabás. Y Barrabás era ladrón” (Juan 18: 35-40).
Para Kelsen, este pasaje de Juan es “una de las más sublimes piezas de la literatura mundial” y un “símbolo trágico del antagonismo entre absolutismo y relativismo”. De acuerdo con la lectura kelseniana del juicio a Jesús, el “plebiscito” que convoca Pilato acerca de si liberar a Jesus o a Barrabas es, para los cristianos, el argumento más fuerte contra la democracia. Para Kelsen, Pilato, al no conocer que es la verdad, se comporta como un verdadero demócrata; por eso, no impone su voluntad sobre los demás y prefiere someterse a la voluntad de la mayoría. Si Pilato hubiese estado tan seguro de su verdad como Jesus de la suya, entonces no se hubiese comportado como lo hizo y hubiese tomado por sí mismo una decisión: condenar o liberar a Jesus. La conclusión de Kelsen, como bien lo ha dicho el constitucionalista italiano Gustavo Zagrebelsky, comentando la exegesis kelseniana de Juan 18, sería que “Jesus, firme en su verdad, sería el campeón de la antidemocracia, esto es, de la autocracia, mientras que el personaje positivo, desde el punto de vista democrático, seria Pilato, que no sabe, no quiere saber y tampoco cree que se pueda saber qué cosa sea la verdad”.
Pero… ¿es verdaderamente democrático Pilato? Zagrebelsky, en su célebre libro “La crucifixión y la democracia”, responde: “Volvamos una vez más al proceso contra Jesús. La multitud que gritaba ¡crucifícale! era exactamente lo contrario de lo que presupone la democracia crítica: tenía prisa, estaba atomizada pero era totalitaria, no tenía instituciones ni procedimientos, era inestable, emotiva, y, por tanto, extremista y manipulable… Una multitud terriblemente parecida al ‘pueblo’, ese ‘pueblo’ al que la ‘democracia’ podría confiar su suerte en el futuro próximo. Esa turba condenaba ‘democraticamente’ a Jesús y así terminaba reforzando el dogma del Sanedrín y el poder de Pilato. Podríamos entonces preguntarnos quién, en aquella escena, ejercía el papel de verdadero amigo de la democracia. Hans Kelsen contestaba: Pilato. Cosa que equivaldría a decir: el que obraba por el desnudo poder”.
Como se puede observar, para Zagrebelsky, “el amigo de la democracia -de la democracia crítica- es más bien Jesús: aquel que, callado, invita hasta el final al diálogo y a la reflexión retrospectiva. Jesús que calla, esperando ‘hasta el final’, es un modelo. Lamentablemente para nosotros, sin embargo, nosotros a diferencia de él, no estamos tan seguros de resucitar al tercer día y no podemos aguardar en silencio hasta el final. Por eso la democracia de la posibilidad y de la búsqueda, la democracia crítica, tiene que movilizarse contra quien rechaza el diálogo, niega la tolerancia, busca solamente el poder, y cree tener siempre la razón. La mansedumbre -como actitud del espíritu abierto al diálogo, que no aspira a vencer sino a convencer y está dispuesto a dejarse convencer- es ciertamente la virtud capital de la democracia crítica”
Podemos entonces concluir que la actitud de Pilato frente a Jesus revela los peligros de una democracia sin instituciones, sin poderes que se frenen y contrapesen mutua y recíprocamente. Una democracia populista de fanáticos enardecidos y no de ciudadanos, de turbas participantes en constantes linchamientos, escraches y referendos revocatorios, de una clase política que no ejerce liderazgo sino que solo sigue los humores palpados a través de encuestas y redes sociales.