La democracia anda coja en muchos países del mundo, en los cuales asoman signos ominosos que la ponen en entredicho. Es como si hubiera una tendencia generalizada hacia el retroceso, luego de tantas luchas y tanta sangre por devolver a los pueblos la libertad y la justicia social.

En todas partes, los dictadores han dejado sus huellas aborrecibles, muchas de las cuales se perpetúan a través del tiempo, como una herencia maldita para las sociedades. Hitler, Trujillo, Franco, Perón, Batista, Juan Vicente Gómez y muchos otros tiranos son todavía añorados por sectores que no creen para nada en los principios democráticos, bases fundamentales de las comunidades civilizadas.

En Haití, por ejemplo, que es nuestro vecino más cercano, el presidente Martelly acaba de insinuar que podría conceder una amnistía a Jean-Claude—Baby Doc—Duvalier, quien heredó la dictadura criminal de su padre Francois, hasta que después de quince años de atroces asesinatos y robo al Estado haitiano, se exilió como millonario en Francia.

Como es conocido, Duvalier hijo retornó a Haití en medio de una increíble tolerancia y en medio de una epidemia de cólera, cuando tanto el gobierno como el pueblo sufrían también las secuelas del terremoto que devastó a la nación y predominaba la confusión.

La justicia haitiana no ha hecho caso a las querellas presentadas por las víctimas de la dictadura de Baby Doc, excepto la amonestación de un juez porque el tiranuelo se paseaba impunemente por todas partes, a pesar de que en su contra había una orden de arresto domiciliario.

Pero ahora resulta que el flamante presidente Martelly sugiere que podría indultarlo, en aras de una malentendida "reconciliación nacional".

Este "Duvaliercito" jamás podrá lograr el perdón de los haitianos, ni siquiera devolviéndole al Estado los millones de dólares que se robó. Son muchas las víctimas de su tiranía criminal, como para que  se le diga al pueblo y a la comunidad internacional que podría "legalmente" salirse con la suya, que no es otra cosa que gozar de libertad sin recibir el castigo de la Justicia.

La democracia no solamente cojea en Haití, sino también en España, donde la ultraderecha trata ahora de hundir en el descrédito al juez Baltazar Garzón, el mismo que logró una orden de captura internacional contra Pinochet, el tirano chileno, pero que además reabrió una investigación sobre los crímenes del franquismo.

Garzón está ahora, paradójicamente, sentado en el banquillo de los acusados, mientras quienes les hacen las imputaciones son quienes deberían estar presos. Una ironía de la Historia.

En Egipto también cojea la democracia, pues después que el pueblo pagó una alta cuota de sangre,  resulta que los militares son los que quieren imponerse a toda costa, sin que la comunidad internacional "meta la jociqueta", como dice el pueblo.

Sería prolijo citar más casos parecidos, pero en el caso dominicano creemos que todos debemos estar alertas, sobre todo ahora que se acercan unas elecciones generales, para que a nadie se le ocurra creer que porque ganó con el voto popular, podría imponer su voluntad para "poner orden" por encima de la Ley, lo que contribuiría a que nuestra débil democracia cojee más de lo que ya lo hace.