En más de una oportunidad hemos dicho que los dominicanos tenemos una “democracia coja”, fundamentándonos en numerosas de sus imperfecciones, que quienes creemos en ese estilo de gobierno consideramos hay que cambiar radicalmente, para que no sea una simple caricatura.
La democracia que impera actualmente en la República Dominicana se parece mucho a la careta de un payaso, que si está sonriente en realidad es lo contrario, pero si luce apenado es porque se alegra. Es por eso que los símbolos del Teatro reúnen a las dos caretas.
Nuestra opinión es que no hay democracia en un país donde falta la institucionalidad, los organismos del Estado apenas funcionan y las leyes son irrespetadas burlonamente, comenzando por quienes están directamente vinculados a los estamentos del Poder. Pero, para quienes carecen de tales privilegios, la democracia no funciona.
¿Cómo puede haber democracia en un país donde se permita que un empresario y sindicalista del transporte se niegue a ser interrogado por las autoridades judiciales, si no está presente la prensa, simplemente amparándose en su condición de diputado? ¿No son los diputados y senadores los encargados de elaborar las leyes para que todos, incluso ellos, las respetemos?
No hay democracia donde tradicionalmente todos los presidentes que hemos tenido intentan, por diversos medios, cuando no de reelegirse, por lo menos mantener el control de todos los Poderes del Estado, lo que se interpreta como una garantía de que para ellos—por lo menos hasta un día—siempre habrá impunidad.
Cuando se propició el llamado Diálogo Nacional, para que el pueblo opinara sobre cuál debería ser el contenido de la nueva Constitución que ahora nos rige, la mayoría de los ciudadanos sugirió que en la misma se incluyera la figura de la Asamblea Constituyente, pero que fue variada por el Gobierno para descartarla y en cambio incluir la Asamblea Revisora.
La Asamblea Constituyente es la única herramienta con la que contaría el pueblo para expresar realmente lo que quiere, sin que se imponga el capricho de quienes se oponen a ella.
Un gran político mexicano ha dicho, con razón, que la democracia no consiste sólo en respetar el voto ciudadano y los resultados de las elecciones constitucionales, porque la democracia es “igualdad para todos en el ejercicio de los derechos consagrados en las leyes y en las oportunidades de mejoramiento, igualdad en los accesos a la educación y a la cultura, a la salud y a la seguridad social, a la vivienda y servicios públicos de calidad, en la calidad de vida en las diferentes regiones del país”.
¿Existe eso en la democracia dominicana? Creemos que no, porque el transfuguismo sin sanción se ha apoderado de los partidos políticos, en una especie de mercado donde predomina el comprador. Pero, aparte de eso, no se ha cumplido con una ley, léase bien, una ley que asigna el cuatro por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) a la educación, que es el motor del desarrollo para afianzar la cultura y el civilismo de los ciudadanos.
En cuanto a la salud, la seguridad social, la vivienda, los servicios públicos, junto a la protección de los ciudadanos, es mucho lo que falta en esta democracia. Hoy día, miles de dominicanos carecen de seguridad social, de viviendas, de servicios públicos adecuados y de una protección efectiva contra la delincuencia que nos azota.
No podemos negar que en algunos de estos renglones ha habido ciertos logros, pero insignificantes en comparación con lo que el país demanda.
En la democracia dominicana, todo el mundo reclama derechos, pero pocos cumplen deberes, como sin ambas cosas no estuvieran relacionadas. No puede haber democracia donde los ciudadanos solamente exijan, sin poner algo de su parte para que el ejercicio de sus deberes sea reconocido.
Mientras los dominicanos continuemos transitando por ese camino, no solamente tendremos una democracia coja, sino inválida.