Hace mucho tiempo en mi pueblo de Cevicos existía un delincuente que nos tenía en zozobra.
En cierta ocasión el delincuente le propinó una golpiza a su esposa, tan fuerte que le fracturó un brazo. Por este hecho era buscado por la policía de “manera insistente”. El día en que lo apresaron la escena sucedió en plena calle. El delincuente fue subido en una camioneta y amenazado con ser llevado a la cárcel de La Vega por la magnitud del caso.
Abriéndose paso entre la multitud que presenciaba el hecho la madre del delincuente llegó al lugar y se produjo entre ellos una conversación interesante: El ladrón, sentado en medio de dos policías le dice a su madre -“mamá guárdeme cena”-. Sin inmutarse la madre pregunta -¿“y a qué hora tú llegas”?- “Como a las 11 de la noche”- respondió el delincuente.
Llamó la atención que la policía parecía no escuchar esta conversación pues no reaccionaron ante ella. La Vega queda aproximadamente a dos horas de Cevicos y al delincuente lo habían apresado a las 5 de la tarde, de modo que llegarían a La Vega aproximadamente a las 7 de la noche y para estar a las 11 de nuevo en su casa debía ocurrir un milagro.
El barrio permaneció en vigilia esperando que el delincuente cumpliera su palabra. Sorpresivamente su llegada, pautada para las 11 de la noche, se produjo a las 9:30.
Lo interesante de todo esto es que el delincuente llegó borracho a su casa y más espeluznante es saber que fue llevado por los mismos policías que horas antes lo habían detenido.
En cada ocasión que el tema de la seguridad ciudadana ocupa los principales titulares la salida de los gobiernos es enviar más policías y militares a las calles. Pero ¿a cuáles policías? A esos mismos que improvisan unos operativos en las calles dizque para revisar tus documentos o si portas armas de fuego, pero con la intención de extorsionar y conseguir unos pesos, práctica legitimada por el político “más admirado del país”.
Son los mismos policías que devengan un salario de miseria y que materializan componendas con delincuentes de todos los niveles, no solo de los barrios.
La delincuencia en este país nunca se ha detenido, sólo que en esta ocasión tocó las fibras de figuras públicas y por ello está en los medios de comunicación.
Tenemos un Estado que ha fracasado en enfrentar la delincuencia porque está diseñado para la corrupción y la impunidad. La justicia se aplica para algunos sobre todo si son pobres. No se condena la corrupción ni los desfalcos del Estado. Los grandes funcionarios tienen derecho a hacer lo que se les antoje amparado en una falsa interpretación de la inmunidad jurídica.
Cada período gubernamental arrastra consigo el lastre de cantidades de denuncias de hechos corruptos que pasan a engrosar la tediosa fila de expedientes archivados en uno y otros gobiernos sin que pase nada.
El allante se maximiza militarizando los barrios contribuyendo a reforzar el imaginario de que la delincuencia es un fenómeno exclusivo de la pobreza.
El problema es estructural y no coyuntural y cuando decidan manejarlo como tal es posible que la delincuencia disminuya.
La delincuencia no es fruto de la pobreza, sino de la injusticia y la exclusión. En el país hace falta justicia, no represión; justicia social, económica, sin privilegios. La paz se consigue con la justicia y aplicando las leyes a todos por igual.
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