¿Qué es la delincuencia? ¿Por qué unos países tienen más delincuencia que otros? Y dentro de un mismo país, ¿por qué unas zonas son más inseguras que otras? No se requiere ser un genio para detectar dos denominadores comunes en las respuestas a las anteriores interrogantes: pobreza y desigualdad. Las naciones más inseguras del mundo, caracterizadas por altos índices de actividad delictiva en sus distintas manifestaciones, son, prácticamente sin excepción, sociedades desiguales en las que un sector mayoritario de la población vive en la pobreza. República Dominicana no es la excepción. Por tanto, se equivoca, y traslada a la población un mensaje nefasto, el presidente dominicano Danilo Medina cuando dice que el aumento de la delincuencia en el país se explica en la entrada masiva a territorio nacional de deportados con pasado delictivo en Estados Unidos y Europa.

El sentido común dominicano asume que la delincuencia se resuelve con policías y mano dura contra el delincuente. El conjunto de ideas y consensos sociales que orientan esa perspectiva, en nuestro contexto dominicano, encuentra su origen en el trujillismo cultural imperante en la mentalidad dominicana. Trujillo fue un producto de la cultura epistémicamente colonial, jerarquizada (de jefes y peones) y machista de la República Dominicana de finales de siglo XIX y principios del XX. Desde el poder, el tirano se sirvió de esa cultura y, mediante un portentoso aparato estatal y propagandístico, no hizo sino acrecentarla. Toda vez que el régimen trujillista fue hegemónico por más de 30 años en medio de un periodo histórico cultural y estructuralmente formativo del ser dominicano, pues entonces lo que llamamos trujillismo devino un imaginario (en el sentido que Glissant denomina imaginario) que sobrevivió al dictador. Así, cuando Danilo hace las declaraciones que referimos se inscribe en una cultura autoritaria y jerárquica que entiende la delincuencia como un asunto a tratar con mano dura desde un estado totalizante. El autoritarismo cultural no entiende de causas, puesto que no concibe la persona como sujeto histórico en el marco de relaciones de poder, sino que como objeto al servicio de los designios de entes superiores (que pueden ser Dios, el estado y hasta el partido). Danilo, y nuestras clases dominantes y dirigentes, que claman por más policías cuando salen a la luz casos notables de delincuencia, son parte de un atraso (trujillismo cultural) a superar.

En ese contexto, amigo lector, veamos el problema de la delincuencia desde otras miradas. Apuntemos a las causas. La delincuencia dominicana, vista desde sus causas, debemos analizarla en dos dimensiones. Por un lado, está lo que normalmente se conoce como delincuencia común. Que son, por ejemplo, los casos del atracador del barrio o la avenida; del vendedor de drogas al menudeo; de los ladrones de casas y negocios; entre otros. Este tipo de delincuencia, llevada a cabo fundamentalmente por jóvenes pobres de sectores depauperados o rezagados, tiene que ver con pobreza y falta de oportunidades. Sectores sociales excluidos al margen de los procesos de desarrollo económico que ha atravesado el país. Son los que Galeano llamó “los nadie”; los que no tienen futuro. Una sociedad que siembra pobres y marginados cosecha, necesariamente, delincuencia e inseguridad. ¿A qué recurrirá el muchacho que nunca pudo educarse ni edificarse con cultura, y que no tuvo oportunidades, cuando quiera satisfacer sus necesidades materiales concretas? La probabilidad de que se vaya por la delincuencia es muy alta.

Por otro lado, este tipo de delincuencia también es impulsada por una dimensión cultural. Es decir, donde la gente se significa a partir del poseer bienes materiales el ser humano es en la medida que tiene. Lo contrario es vivir en una suerte de no ser; de inexistencia (y la propensión natural del ser humano es a querer ser incluso por la propia materialidad de la vida). Al mismo tiempo, los dispositivos culturales de la sociedad, aquellos que construyen sentido común y mentalidades colectivas, proyectan un horizonte de posesiones y riqueza que legitiman (que permiten ser-existir) pero que no obstante pocos pueden alcanzar en sociedades desiguales. La gente vacía, sin educación formal ni cultura, tiende a asumir ese horizonte. Ve el mundo desde ahí. Y cuando juntamos esto con desigualdad y falta de oportunidades, pues se forma un coctel explosivo. ¿Qué harán “los nadie” para alcanzar ese horizonte cuando tienen las puertas cerradas por vías formales?

La otra delincuencia es la de gran escala. Que, por sus implicaciones prácticas, no intranquiliza al ciudadano medio puesto que un corrupto enchufado al poder no anda por ahí atracando gente de a pie. Esta delincuencia, primero, pasa por debajo del radar, y segundo, se naturaliza de tal forma que se convierte incluso en legítima. Si es para ser delincuente en grande y sacar familia de la pobreza, se ve como algo bueno; como un “sacrificio” válido. Sea a través de las estructuras estatales/sociales formales en corrupción pública o privada, o siendo un narcotraficante. Este tipo de delincuencia, a diferencia de la primera, ocurre en considerables niveles desde en países altamente desarrollados hasta en naciones del llamado tercer mundo como la dominicana.

Sin embargo, en nuestros países, caracterizados por institucionalidades débiles y sistemas políticos clientelares, esta delincuencia opera a sus anchas sin consecuencias. En cambio, en países como Estados Unidos, donde hay muchísima corrupción (e incluso ésta es legal con los sistemas lobistas y regulaciones electorales que propician el inversionismo político) se la tiende a castigar con mayor regularidad. Y al ser Estados institucionalmente sólidos, fuerzas al margen de la ley como las del narcotráfico tienen difícil involucrarse directamente en la actividad política. Lo cual crea una sensación (aunque no siempre cierta) de que el que es corrupto, sea un banquero multimillonario o un político, será sancionado.

Son, pues, dos formas de delincuencia. Que, a su vez, una se alimenta de la otra. Porque en tanto fenómenos sociales sus causas son estructurales. ¿Cómo, entonces, abordar estas causas? En el caso que nos concierne, la delincuencia dominicana, implica un consenso social de que la delincuencia no es un problema que corresponde solucionar a jefes policiales sino que a toda nuestra sociedad. Como problema estructural, se debe atender con perspectivas transversales: fortalecer la educación en sus diferentes niveles, propiciar la cultura en las capas populares, insertar los jóvenes en el proceso productivo formal mediante incentivos y empleos dignos, una distribución equitativa y socialmente orientada de la renta nacional, fiscalizar dispositivos generadores de sentido común (como medios de comunicación) para que ofrezcan contenidos más edificantes y menos socialmente nocivos, y desvincular los procesos electorales del inversionismo político sin control con leyes claras.

Alcanzar el consenso social que implica adoptar este tipo de visiones y medidas, implicará un proceso en el que iremos saneando el país de ambas formas de delincuencia. No alcanzaremos el mundo perfecto o ideal pero sí mejoraremos mucho lo que hay. Si atacamos las causas de la delincuencia, transformamos la sociedad en su conjunto. Y no tendremos líderes que nos digan que si hay criminalidad es porque llegaron muchos deportados.