En la extraordinaria novela de publicada 1984, “La insoportable levedad del ser”, Milan Kundera escribió: “¿Qué es el vértigo? ¿El miedo a la caída? ¿Pero por qué también nos da vértigo en un mirador provisto de una valla segura? El vértigo es algo diferente del miedo a la caída. El vértigo significa que la profundidad que se abre ante nosotros nos atrae, nos seduce, despierta en nosotros el deseo de caer, del cual nos defendemos espantados.”
Estamos ante una época en la que el populismo está en auge. Ya había iniciado, como promesa redentora, hace unos años en Sudamérica, con luces y sombras. Hace menos, se ha manifestado en Europa y mucho menos en Estados Unidos. Esto hace que de vez en cuando se sientan mariposas en el estómago, pero llama la objetividad por lo que es de rigor asirse a la barandilla.
Todo surge de la decepción producto de la gestión del poder de los políticos tradicionales, lo que hace que se forjen los políticos atípicos con ofertas populistas que no necesariamente tienen un contenido programático específico, por lo que no es una ideología en sí misma. Según el filósofo argentino Ernesto Laclau, el populismo es una forma de hacer política que consiste en establecer una frontera entre dos campos, que apela a la movilización de los débiles o de abajo contra los más fuertes o de arriba. Se manifiesta procurando enfocar el orden establecido como injusto y culpable de todos los males que aquejan a la sociedad o al pueblo. Esto crea la lógica identificación de los inconformes, que son la mayoría, aunque no todos se manifestaran, si pueden ayudar a lograr el poder de esos grupos. El Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP), fue un ejemplo de lo citado, a principios de los 30 del siglo pasado, de la mano de su líder Adolfo Hitler y pronto la instauración del odio, el totalitarismo, la Segunda Guerra Mundial y con todo esto la destrucción y muerte de millones de personas.
La economía es cíclica y como tal requiere de respuestas acordes al ciclo de turno, lo que nunca deben perder los individuos es la integridad y actuar en función del bienestar general, pero los ciclos son inevitables, aunque se pueden mitigar. Lo mismo pasa en política en la que se continúa manejando el termino democracia, pero sólo como una interpretación de la existencia de elecciones y la defensa de los derechos de las personas, lo que surgió como un modelo de producto de la conjunción de otros dos: 1-El estado de derecho liberal, de separación de poderes y de la afirmación de la actividad individual. 2-El enfoque tradicional de una democracia que propugna por la igualdad y la soberanía popular. Ambas antagónicas, pues se entiende que entre libertad e igualdad siempre existirá cierto estrés. En síntesis, la derecha pone énfasis en la libertad y la izquierda busca la igualdad, una mejor equidad. Esa separación se volvió difusa al desaparecer el espacio de rivalidad dados los continuos fracasos en gestiones de gobiernos que se sucedían como una suerte de “acuerdos” entre las partes o la perpetuación del poder de un solo lado. Es cuando los modelos tradicionales entran en crisis y surgen movimientos populistas que les rechazan conectando con el descontento, frustración y desesperación de las personas. Esos movimientos son indistintamente de derechas e izquierdas, pero resueltamente alejados del centro.
La derecha, en auge en los 90 con las políticas neoliberales, fue perdiendo credibilidad al fracasar su modelo en las fases posteriores a las iniciales (Privatizaciones, limitaciones y eliminaciones de subsidios, desregularización, entre otras). Luego la izquierda, al gobernar se divorció de su fundamento de ser apreciada como representante integral de la sociedad. Para Souza Martins, sociólogo brasileño, la izquierda fracasó en su país porque “Incluyó sin democratizar” y no logró forjar en las masas que lo que garantiza la prosperidad son los valores de la democracia y equidad. Entendiéndose esta última como una distribución más justa de las riquezas y no que las clases sean totalmente horizontales. Quizás, a Martins, le faltó apuntar que muchos de sus elementos perdieron la confianza al acumular capitales a través de prácticas corruptas.
Es indudable que la crisis del 2008 y más recientemente las migraciones han acelerado la evolución del escenario populista, cuyos gestores, sean cual sea su enfoque político, se basan en aspiraciones democráticas legítimas, pero con una particularidad común, el nacionalismo. Es como una suerte de posverdad para el establishment político, pero no para quienes cargan con las frustraciones, que son los más. Posverdad, según el Diccionario Oxford, es un término que “denota circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal.”
En términos particulares, muchos populistas están llegando al poder, es su ciclo, su tiempo, pero no auguro éxito para su modelo (Existen pruebas latentes) por su falta de ideología y su enfoque inmediatista, que es uno de sus fuertes para venderse a las masas decepcionadas, de aquí la tendencia al totalitarismo, pues de otra manera es insostenible en el tiempo. Cabe aquí repetir a Unamuno con el “Venceréis pero no convenceréis.”
Finalmente, la seducción a caer en las falaces garras del populismo debe ser afrontada mediante el ejercicio democrático, legal y realista, sin soslayar la libertad y justa equidad entre los seres humanos. Es imposible evitar el vértigo y su tendencia seductora, pero depende de los hombres y mujeres de este tiempo el evitar que en nombre de un pensamiento arbitrario se vuelva a la barbarie.