Primeramente, plantear qué es el Yoga, puede ser tan difícil como plantear qué no es el Yoga.

Solo hay que formular la pregunta a tantísimos practicantes, profesores, instructores e incluso supuestos maestros para verificar las innumerables y diversas respuestas que nos darán, a tal punto que, como es natural, podríamos cuestionar si verdaderamente hablan de lo mismo.

Ante tal confusión, queda intentar recurrir a la más concisa y generalizada definición de Yoga: «unión». Nada difícil, totalmente comprensible…

¿Cuál es la necesidad, entonces, de recurrir a otras definiciones más enrevesadas y hasta esotéricas, en un idioma extraño, como la que presenta Patanjali Maharishi en su Yoga Sutra?

No hay necesidad de complicarse, mantengamos el asunto simple… Por cierto, ¿unión con qué y de quién? Y aquí es donde comienza nuestro primer problema…

Definitivamente, no queda otra opción que recurrir a la antes citada autoridad, entre otras universalmente aceptadas, y que han sido por siglos referencias obligadas en el sendero del Yoga. Cabe decir que Patanjali, quien nos habla del aspecto relacionado con la trascendencia de la mente, no fue el creador del Yoga, practicado miles de años antes.

El Yoga nos presenta diversos aspectos del ser humano, cuyas fuerzas ingénitas o potenciales, han de ser desarrolladas de forma armoniosa e integral. A saber: el corporal, mental, intelectual, emocional, energético, Etc.  Así tenemos el Hatha Yoga, Raja Yoga, Jñana Yoga, Bhakti Yoga, Kundalini Yoga. Etc.

Otras fuentes autorizadas son el Bhagavad-Gita, Upanishads, Hatha-yoga-pradípika, Gherana Samhita, etc.

Patanjali, desde el comienzo del Yoga Sutra, da la más precisa enseñanza del Yoga en sus cuatro primeros versos del primer capítulo «Samadhi Pada», cuando en estos comienza diciendo que « (1) Ahora el Yoga se expone. (2) Yoga es la cesación de las fluctuaciones del contenido mental. (3) Entonces el Observador reposa en su propia naturaleza. (4) En otros tiempos, se identifica con las fluctuaciones mentales ».

Se dice que estos cuatro versos contienen todo el resumen de la teoría que hay que saber del Yoga, y que el resto del libro no hace más que reiterar, desde diversos ángulos, el mismo aspecto esencial que nos presenta esta milenaria disciplina. Por cierto, este libro, si se quiere, es una especie de «manual de usuario», no pretenda leerlo como quien lee una novela de Isabel Allende o Pablo Coelho, buscando entretención…

En este punto pueden ocurrir varias cosas:

1.- Entendimos esos cuatro versos. ¡Felicidades! ¡Usted es el nuevo Shankara de nuestro tiempo! Solicito ser su discípulo.

2.- Creemos que entendimos. Es lo más habitual. No se sienta mal. La idiotez es patrimonio universal.

3.- Reconocemos nuestra idiotez y la necesidad de recorrer un camino… el cual se hace más llevadero y fácil solo leyendo, yendo a seminarios, hablando sobre Yoga, comprando un collar y medallita con el Om en relieve o ¡mejor aún, un tatuaje del Om y en el pecho en la zona del corazón! Eso de practicar es mucho esfuerzo, si consideramos que ya somos dioses… ¡¿Cuál es el afán?!