Un estudio llevado a cabo por la universidad estadounidense de Temple establece que la cobertura forestal de Haití es apenas el 0.32 por ciento de su territorio, advirtiendo que para el 2036, o sea, apenas a la vuelta de 17 años, la parte oeste de la isla que ocupa el pueblo vecino habrá perdido la totalidad de su capa vegetal. El pronóstico no puede resultar más sombrío y su futuro menos tenebroso.
Si bien científicos de otra universidad, la Grand Valley State University, califican de exagerada la predicción, reconocen sin embargo, como una penosa y preocupante realidad, el hecho de que Haití carece de una política establecida de reforestación, y que esa falla convierte a los pobres en más vulnerables ante la realidad de los pronosticados y a todas luces inevitables efectos del cambio climático. Es una situación que pudiera anticiparse catastrófica si tomamos en cuenta que no menos del ochenta por ciento de la población haitiana vive en estado de pobreza y pobreza extrema.
El principal obstáculo que aparentemente impide desarrollar una estrategia de reforestación reside, según el Banco Mundial, en el hecho de que apenas el veinte por ciento de las familias haitianas disfrutan de energía eléctrica, aunque otro estudio del economista Joseph Harold Pierre lo sitúa en el doble de esa cantidad. Sea una u otra, la fuente de energía y calor del resto depende de seguir depredando el cada vez más reducido inventario boscoso sin reposición. El hecho de que 42 de las 50 montañas más elevadas de Haití hayan perdido todo su bosque primario ofrece una idea cabal del grado de devastación natural a que ha sido sometido el territorio vecino.
Pero otro factor de gran incidencia que no es posible ignorar y tomar en cuenta es el casi continuo estado de tensión política que prevalece al otro lado de la frontera, y la aparente falta de interés de los gobiernos que se han sucedido en el poder por llevar a cabo una estrategia de recuperación forestal, quizás conscientes de lo anterior y desalentados ante la convicción de que la depredación de la cada vez más escasa riqueza arbórea será tan inexorable como imposible de frenar.
Ahora bien, advertido en distintas ocasiones la penosa realidad forestal de Haití y las tan sombrías predicciones a que da lugar deben ser considerados como temas de mayor y no dilatada preocupación por nuestra parte. Las razones son varias pero sobresalen dos sobre todo.
La primera es que compartir el mismo espacio insular que Haití nos convierte en una obligada unidad geográfica. Por consiguiente en la medida en que las consecuencias de los cambios climáticos se hagan presentes con mayor fuerza de su lado por el estado de depredación boscosa que arrastra, se dejarán sentir también de este lado si no tomamos las medidas necesarias para que al menos se sientan con menor intensidad.
Y lo segundo, que conforme la situación de pobreza y marginalidad resulte mas agravada en Haití a consecuencia del efecto invernadero se producirá de manera inevitable una mucho mayor y masiva presión migratoria hacia este lado de la isla.
Son situaciones que debemos prever y frente a las que estamos obligados a trazar un plan de acción preventivo sin esperar a que el agua nos llegue al cuello. El problema es de tal latente realidad que tenemos que echar a un lado la abusada costumbre de dejarlo todo para después bajo la negativa creencia de que “la carga se empareja en el camino”, cosa que en este caso resulta tan difícil como peligroso.