El desorden que vivimos ha trastornado todo: roles, conductas, visiones y relaciones. Solo para pensar: ¿Quién podía sospechar que un celular pudiera ser más disuasivo en la defensa de un agente de tránsito que la propia arma de reglamento? Ya son cotidianas las agresiones verbales de ciudadanos en contra de la autoridad vial grabadas en móviles. La Autoridad Metropolitana de Transporte (AMET) era una de las caras más respetadas de la autoridad, pero el relajamiento de su disciplina y la anarquía que hoy desarregla toda la convivencia colectiva la terminaron de arropar.
En la semana pasada circuló en las redes un video que recogía la arremetida de un exdiputado oficialista en contra de agentes de la AMET porque estos no le querían entregar un vehículo retenido. El brutal exceso generó una avalancha de duras reprobaciones. Antes que añadirme al concierto de indignación, preferí dominar toda expresión emotiva y descubrir la escondida dimensión sociológica del incidente. Terminé adeudado con el locuaz exlegislador; su exabrupto fue una cátedra fisiológica del poder, un retrato de nuestras quiebras políticas.
El donoso Alfonso Crisóstomo, conocido en la jerga congresual (o barrial, lo mismo) como “El Querido” es un dirigente con humos de polemista, un novicio del sofismo más incipiente. Su recuerdo público late aún por aquella famosa cruzada que dirigió, cuando era diputado por la provincia de Puerto Plata, para que Leonel Fernández fuera nominado al Premio Nobel de la Paz. “El Querido” es inmoderado, vehemente e impetuoso, pero nunca pierde el celo por la buena dicción, condición que le imprime a sus palabras la reciedumbre que le roba su apocada estatura: ley de compensaciones naturales. Esta vez no fue distinto: desde el estrado de su infundida arrogancia, improvisó una defensa antológica. Sin proponérselo, “El Querido” perfiló dramáticamente la personalidad del poder en la República Dominicana. Analizo en esta entrega la sustancia de su memorable apología.
“Tú eres comandante. Yo soy más que tú, soy dirigente del partido”.
“El Querido” confronta magistralmente a los dos poderes: el fáctico (de hecho) y el formal (de derecho). La autoridad formal no es más que una apariencia del estatus quo, una facha de nuestra democracia inorgánica. El origen y la causa del poder real es el partido. La autoridad que no emana de esa fuente no funciona, no intimida ni convoca: su papel en el sistema es puramente cosmético para guardar las formas institucionales. Y es que, como decíamos en el artículo anterior, el partido oficial absorbió la identidad del Estado, “el Comité Político del PLD centraliza despóticamente el poder real; los órganos del Estado son apenas recipientes de sus altas directrices políticas”.
“Yo, este carro me lo llevo por encima de ti y de cualquiera, aunque venga Danilo. ¿O tú crees que es fácil salir a buscar todos esos votos para que venga un comemierda como tú?”.
“El Querido” desvela el arquetipo del mérito ciudadano: el partido; así como la conducta del poder fáctico: la autocracia. En ese contexto, todo ciudadano que no pueda acreditar una noble calidad partidaria es sencillamente un “comemierda”. ¡Sublime! Me confieso un ciudadano de segunda, un distinguido “comemierda”. En esta aguda interpretación de la realidad, “El Querido” fue más certero que un avezado arquero medieval, tanto como decir que para cualquier “comemierda” mantener la paciencia viva en los vericuetos de la burocracia gubernamental es imperioso contar con “una cuña” o estar con “gente” de algún notable, en algunos casos, hasta una barata amante o un repugnante esperpento. Este carro me lo llevo por encima de tí y de cualquiera. ¡Excelso! ¡Qué ejercicio más épico del poder ciudadano! ¡Cuánta hidalguía y arrojo! ¿O tú crees que es fácil salir a buscar todos esos votos para que venga un comemierda como tú? Esa osada determinación no pudo estar mejor avalada que por el trabajo partidario, el famoso “activismo”, condición suficiente para merecer una boquilla en las ubres del Estado. Ese es el fundamento de la meritocracia dominicana, una concepción totalmente inicua y excluyente en la que importan poco o nada los títulos, las acreditaciones académicas y la experiencia profesional. Como dijo Hipólito Mejía pocos días después de ganar las elecciones del 2000: “al gobierno irán los que se fajaron”. “Fajarse” significa hacer proselitismo, desde pegar afiches, contonear las chapas en una patana, operar un centro de “tuiteo” hasta entregar donaciones (o “inversiones” como corregiría don Quirino). Esa es la visión de la carrera del servicio público. Lo grave es cómo ha calado esa cultura del empleo aun en gente presumida como lúcida, que concibe al partido oficial de turno como “dueño” del Estado y donde solo caben los leales al gobierno, como si el Estado fuera el primer militante; en tanto, decenas de cerebros emigran a plazas extranjeras donde el talento sustituye al carnet del partido.
“Yo soy el jefe del partido aquí, cuando yo hablo, a mí se me atiende o se callan”.
¡Majestuosa! Esta sentencia parece extraída de un repertorio de frases célebres; un epílogo legendario. La calidad no pudo ser otra: “Jefe”, sí, “jefe”, con aroma a sangre rancia disecada en los orinales de “La Cuarenta”. Jefe del Partido: no había que decir cuál, porque solo hay uno, como el Altísimo, como en los tiempos del gran “Jefe”: el Partido Dominicano. El PLD genérico, totalizante y totalitario, omnicomprensivo, universal y panteísta. Todo se rinde bajo su sombra cósmica: el poder electoral, el congresual, el judicial, el militar, Moisés, Buda, Jesucristo, ¡el diablo! La formidable, invencible, portentosa, omnipotente y colosal logia partidaria que promete entregar el poder para el bicentenario de la República, sí aún quedara, o para los siglos de los siglos. Cuando yo hablo, a mi se me atiende o se callan. ¡Qué mandato más soberano! Parece una paráfrasis a la exclamación bíblica del profeta Habacuc: “Mas Jehová está en su santo templo; calle delante de Él toda la tierra” (Habacuc 2:20). En la teocracia peledeísta debiera leerse: “El PLD está en el gobierno; calle delante de él toda la tierra”. Y se ha cumplido su santa voluntad tanto en el cielo como en la tierra; ha callado toda disidencia, han guardado silencio las aves, los peces y las bestias hasta la pálida oposición, amedrentada por el fantasma de las encuestas.