Como reflexión post huracán, visualizo a muchos dominicanos que en la televisión, en el móvil, o a través del satélite, hace unos días veían con cierta decepción irse al huracán; unos, con el anhelo de que, de una vez por todas llegara algo importante que arrasara con todo, algo así como los habitantes de la antigua Roma esperando que llegaran los bárbaros y barrieran todo lo que quedaba del viejo y viciado imperio; otros, que por simple inconsciencia veían como la tormenta “infiel” desviaba su curso hacia el noroeste, arrebatando las expectativas de un jueves de “chercha” pertrechados de velas, ron, café y alimentos para recibir al “carnaval huracanesco”, y dispuestos a pasarlo con amigos, vecinos o familiares jugando dominó y comentando las incidencias, como si fuera Noche Buena; pero al final, solo tuvimos algo de lluvia y unas cuantas ráfagas de viento, y como si de una burla se tratara, al atardecer un tímido sol hizo acto de presencia, indolente y aguafiestas terminando con las expectativas de todo un huracán categoría cinco.
Aún así, para no perderlo todo, algunos salían a las calles, miraban por las ventanas o se acercaban al malecón desafiando el peligro para presenciar el “espectáculo” que proporcionaban las olas al chocar contra las rocas desbordando sus aguas.
Mientras, en otras latitudes ya habría personas también expectantes por la inminente llegada de Irma, y probablemente, se pertrecharían de velas, ron, café y alimentos para su “fiesta”. Tal vez hicieron lo mismo algunos de los habitantes de San Martín o Barbuda… sin advertir que en unas horas les iba a cambiar drásticamente su vida con sus casas inundadas y quién sabe si buscando desesperadamente a algún familiar desaparecido.
Las pérdidas y daños causados en las Antillas Menores deberían ser suficientes para crear conciencia a quienes no fueron afectados por este fenómeno natural, pero que se sienten estúpidamente traicionados porque Irma los dejó plantados con todas sus expectativas.
Y ahora, pasado el huracán, muchos dominicanos (no importa si pecadores impenitentes), aseguran que nos salvamos de Irma por las oraciones y porque Dios siempre nos escucha.
Curiosa paradoja.