Primera vuelta. Mi suela contra el asfalto. Miro hacia arriba: Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña. Sigo. El mango, la trinitaria, la palma, el árbol de caucho… sus olores. Al costado un letrero: Franklin Domínguez: Actor… 50 aniversario de la Revolución de Abril de 1965, Feria del libro del 2015.  El trinar de los periquitos que en esta época llenan Gazcue. Una fuente, sin agua, con una escultura central. Un nido, que parece parte de la obra. 

Segunda curva. El Museo del Hombre Dominicano. En su puerta: Lemba, Bartolomé de las Casas y Enriquillo, todos en pose de hombre conquistador (nadie de conquistado). De frente a Bartolomé —como quien quiere hablar con él—  Juan Pablo Duarte en una plazoleta. Gente caminando, vestidos de trabajo, van hacia el metro. Gente haciendo jogging como yo. Gente en bicicleta. En el pie de la estatua de Duarte, una placa: …por Presidente Leonel Fernández en la Feria del Libro, el 25 de abril de 2006. Nota mental de una deuda: ¿dónde está el Museo de la Mujer dominicana? Sé que son, cuando menos, la mitad de esta plaza, y no están más que en la figura de musas anónimas con liras que bordean el Teatro Nacional, estatuas de los cuatro elemento feminizados, y el busto de Sor Juana Inés de La Cruz. Letrero: Victor Bidó, Poeta y Ensayista. 50 aniversario de la Revolución de Abril de 1965, Feria del libro del 2015. Amantes, amantes en cada banco, en cada fuente, en cada rincón con una estatua. Amantes bajo los mangos. Ellos son los protagonistas. Otra fuente vacía. Ratones. Tercera curva, una pared de ladrillos que me devuelve muchas miradas, no sé cuáles. Luego corro encima de nombres que empiezan con Pedro Mir y acaban con Freddy Ginebra. Segunda vuelta. Lo que fue correr en la plaza de la cultura una tarde de la primavera caribe.

Plaza y cultura, el nombre se me hace muy acertado. En las plazas, los caminos se cruzan, la gente puede detenerse, hay bancos para descansar y árboles que acogen a su sombra. Es lugar de encuentro y, con algo de suerte, de diálogo. Lugar para ver lo que nos recuerda a nosotros mismos, y también lugar para lo disímil. La  plaza está abierta para todos. Y llena de amantes. Es sitio para más cosas y más imprevistas que las que programa la propia voluntad. Qué mejor lugar para ser, verdaderamente, no indiferente. Para ver a otro, que se sienta junto a mi en un banquito, y, ante ese encuentro no previsto, tenderle la mano. 

Para quienes se preguntan por qué invertir en cultura desde las esferas de poder, o por qué cursar o invertir en estudios tradicionalmente llamados humanidades, en la imagen de plaza puede que haya una respuesta. La cultura es un lugar donde la vida y el quehacer regresan (reflexión, lo que se dobla hacia mi), que permite pensar desde lo cotidiano. Una vida examinada, de esas que valen la pena. Así como muchas cosas califican como cultura, desde la cultura se hacen también muchas cosas. Y creo que una de ellas, y una clave, es participar e incidir de forma crítica en el entorno. Creo que ir al cine y hablar de cine tiene que ver con el ejercicio de nuestros derechos. Y digo cine porque es lo que a mi me apasiona, pero pónganle ustedes otro nombre. Creo también que cosas tan cotidianas como salir a caminar a la calle (así como quien da un paseo) en Santo Domingo puede ser un acto de resistencia. Creo que la manera en que nos relacionamos con otros en nuestro día a día construye esa gran plaza que es la cultura, y que tiene que ver en gran medida con las decisiones que tomamos o dejamos de tomar su repercusión en el entorno en que vivimos. Creo que nuestro accionar personal es también político.

Muchos colegas colaboradores de esta plaza digital que es Acento han levantado sus plumas esta semana para alabar el voto. Y me quiero unir a su llamado, pero invirtiendo el argumento. Yo entiendo por qué votar puede parecer a algunos algo muy pequeño, o muy poco. Cómo pueden llegar a sentir que no inciden. Soy venezolana opositora, y he sentido que mi voto no incide durante casi toda mi vida electoral. Lo entiendo. Pero escribo hoy justamente para reivindicar los gestos pequeños, que son fundamentales. Les hablé de ir al cine y caminar, pues pongo en esa lista también votar. Es una condición de otras libertades, y condición incluso para cuestionar si la democracia es el mejor sistema, desde la plaza. Hay que resistir, y se resiste caminando, pensando, votando. Haciendo cine. El existente es resistente, hay muchas maneras de resistir a la degradación. Y creo que esta es una, a la que deseo que no renuncien. Hablo desde la dolorosa experiencia de una nación hermana, a quienes tantos de sus ciudadanos hoy ustedes reciben con una hospitalidad tan agradecida.

Sin embargo, la plaza de la que hablo no es el Ágora. La ética, ese encuentro, viene antes que la política. Esto no le resta nada al valor del ejercicio político, que tiene su propio espacio, incluso en la plaza. Pero la plaza es el Otro. Lo que viene antes de la política para hacerla viable. El Otro: el que se sentó al lado de mi en un banquito, sin saber yo quien era. Aquel quien me devolvió el saludo. Quizá reconociéndose en eso, reconociéndose en él, el llamado a hacer plaza desde todos los ámbitos posibles cobre más sentido. Hoy ese llamado es votar.

La cultura es una plaza. Procuremos cuidarla. No permitamos que se convierta en un estacionamiento (ni de carros, ni del pensamiento), que se abandonen sus fuentes, que olviden sus fiestas y sus ferias sin alguna buena justificación.

Hay que seguir. Hay que resistir.

Mis palabras deben tanto al filósofo y maestro Josep María Esquirol, que no podría citarlo. Dejo su sombre con la esperanza de que lo busquen y de que sea un regalo.