De un discurso con 42 páginas, uno espera tener la oportunidad de analizar su contenido, hurgar entre líneas con el fin, no solo de validar, sino también de obtener una perspectiva de las ideas expuestas en el mismo.
Evaluar el discurso del presidente con la óptica de que si fue bueno o malo, sería caer en denominaciones grupales, tendencias emergentes e incluso en el fanatismo. Pero cuando el poder mediático se fundamenta sobre la base de asuntos en los que todo ciudadano es analista, la cultura queda fuera de cualquier alcance en la lista de temas.
La mayoría de los tópicos de estos últimos meses fueron tocados en mayor o menor medida, pero la cultura quedó como un parche mal adherido al collage de oraciones que mezclaban otros ministerios, igualmente huérfanos, o peor aún sin sentido de existencia ni funcionalidad.
El presidente volvió a hablar de las convocatorias de proyectos culturales del Ministerio de Cultura como un logro en las memorias del 2016, un plan de “decentralización y democratización” que llegó a cinco convocatorias, y que para todos desapareció hace más de un año, debido a que los fondos correspondientes a los ganadores de la tercera versión todavía no han sido desembolsados.
El actual ministro, don Pedro Vergés, llegó como “san pedro” a abrirle la puerta a los muertos de la pasada gestión, creando nuevas direcciones y anunciando nombramientos para estas, pero se nota que no ha podido despojarse de las potestades y linaje del antiguo Querubin. Estás nuevas direcciones siguen sin presupuesto, son solo una lista de nombres sin plataforma para operar.
En siete líneas se cumplió con el rigor de incluir el área cultural. Nadie sabe de los 100 millones destinados a los 370 proyectos. Un gran logro hubiese sido, que el presidente se volara esa página, y no dejar el amargo del compromiso insatisfecho.