El enfoque de este tema resulta un saldo, en mi calidad de gestor cultural, a una deuda que arrastraba de antaño de compartir un enfoque sobre la concepción que tengo del papel de la cultura, como plataforma en la que descansa la cohesión social de los conglomerados y el sentimiento nacional.
Todo esto porque veo en la práctica que actores que hacen vida en este sentido, se contentan con organizar actividades en los pueblos, asumiendo que están haciendo cultura, cuando en verdad resultan expresiones festivas, carentes de soportes ritualiticos que expresen elementos de la propia vivencia de dichos pueblos. En otra palabra, sin que lo manifestado contenga su propio pasado y los grandes episodios que forman sus raíces y tradiciones.
A propósito, resulta vinculante con lo dicho, ofrecer algunas definiciones y concepciones de cultura para reforzar nuestra hipótesis.
Edward B. Taylor, 1871, citado por Gilberto Giménez, pág. 25, establece que la cultura o civilización, en sentido etnográfico, – prácticas culturales-, es aquel todo complejo que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho, las costumbres y cualesquiera otros hábitos y capacidades adquiridas por el individuo, en cuanto miembro de la sociedad.
Por otro lado, Cristofaro Longo, pág. 26, plantea que tiene que ver con los actores y sus prácticas, sintetiza que la cultura realmente existente y operante es la que pasa por las experiencias sociales y los “mundos de vida” de los actores en interacción.
Refiriéndose a la cultura mexicana, nos pone el ejemplo, de los elementos de la indumentaria étnica o regional, destacando el huipil, el rebozo, el sarape, el traje de china poblana,-traje típico del estado de puebla-, monumentos notables, tales como la fuente de la Diana cazadora en la Ciudad de México, la cabeza de Morelos en la isla de Janitzio, -le identifica un pañuelo que se convirtió en símbolo, su uso se debió a que este héroe, sufría de migraña, tuvo que habituarse a usar compresa de hierbas para paliar el dolor de cabeza-, el monumento al indígena en Campeche, también de personalidades míticas (Cantinflas, Frida Kahlo, el Santo, de bebidas y otros elementos gastronómicos, tales como el tequila Sauza, el mezcal, el mole poblano, el chile, el frijol, el chocolate, los chongos zamoranos, de objetos festivos o costumbristas, tales como, el cráneo de azúcar, el papel picado, la piñata, el cempasúchil- Una flor especial para los muertos, de símbolos religiosos, el Cristo barroco recostado o sentado, la Virgen de Guadalupe, el Cristo de Chalma, y de danzas étnicas o regionales, el huapango, las danzas de la Conquista, la sandunga, representando, esta riqueza cultural, refiere las formas objetivadas de la cultura popular en México.(pag.26)
Para darnos un concepto del término de la cultura objetivadas, las profesoras, Anjilda Mondaca cota y Gloria Magdalena Cuamea Lizárraga, en el resumen de su artículo; nos expone una situación de transculturización mexicana, refiriéndose a las formas objetivadas y subjetivadas de la narco-cultura, para esto aportan, un ejemplo de la sutileza con que las culturas alienantes han ido desplazado la identidad, los valores y las raíces, en este caso, de México, planteando que: los narcocorridos, refiriéndose a la difusión a través de las propias redes sociales, se ha convertido en un espacio para la instauración y expansión de las formas objetivadas de la narcocultura, en los cuales describen elementos como el dinero, la vestimenta, el consumo suntuario, las relaciones sociales y de parentesco y el espacio social como territorio de un dominio y lugar de referencia, en tanto son rasgos identitarrios que definen con presencia fuerte del narcotráfico y violencia como es el caso de Culiacán, Sinaloa. La metodología utilizada se plantea en dos niveles de acción: el primero índole etnográfica, lograda y explicada por un estar allí, que permitió significar el espacio, interpretarlo y desentrañar lo que ocurre en la ciudad y la vida cotidiana; en el segundo, de índole discursiva, se incorporan el análisis de letras e imágenes de algunos temas correspondientes a un corpus de veinte videos de narcocorridos. (www.academia.edu/.)
Lo referido por las autoras mencionadas, es bueno compararlo con lo que está pasando en el resto de Latinoamérica, por lógico, la Republica Dominicana, que aunque no nos adentraremos a analizar sus debilidades en sostenimiento de su cultura y su identidad, lo dicho, podría servimos para hacernos nuestra propia conclusiones sobre los impactos que está recibiendo en su viraje cultural.
Pero, volviendo al tema de la identidad, para seguir la conceptualizaciones, a partir de lo dicho y lo expuesto por Stephen Frosh, 1999, en Giménez, el concepto de identidad es inseparable de la idea de cultura, debido a que las identidades sólo pueden formarse a partir de las diferentes culturas y subculturas a las que se pertenece o en las que se participa, para lo cual acuña lo siguiente; para desarrollar sus identidades la gente echa mano de recursos culturalmente disponibles en sus redes sociales inmediatas. (pag.76)
Refiriéndose a que no todos los significados pueden llamarse culturales, sino sólo una clase particular de ellos, Claudia Strauss y Naomi Quin (2001), citado por la misma fuente, pág. 76, definen como un significado cultural la interpretación típica, recurrente y ampliamente compartida de algún tipo de objeto o evento, evocada en cierto número de personas como resultado de experiencias de vida similares”
De ese modo, asumida como termino valido, tendríamos que la cultura bajo su mejor significado, orienta a generar en los individuos que interiorizan ciertas estructuras mentales, que los psicólogos sociales, llaman representaciones sociales o de otra forma, tales como esquemas, significando esto que actúan como redes de elementos cognitivos fuertemente interconectados que representan conceptos genéricos almacenados en la memoria” (ibíd.).
A fin de ponerlo en el contexto de la Republica Dominicana, se aprecia un desenfoque a la elevación de nuestro acervo cultural, podríamos decir, se sintetiza en merengue – el cual ni se toca con el entusiasmo de identidad-, la zona colonial y algunos que otros monumentos, pero, en su gran mayoría se ritualiza lo foráneo, como el Faro a Colón y Fray Antón de Montesino y otros cuantos, así como el obelisco macho, que aunque ha sido rescatado como santuario a los patriotas, no representó la cultura sana en la dictadura de Trujillo, así como unas que otras casas victorianas, inclusive, abandonadas a su mejor suerte. Es decir, no existe un santuario cultural que nos conecte con nuestra identidad taina, por ejemplo.
En ese mismo contexto, la ritualizacion de la vida cotidiana, se ha ido convirtiendo en un culto a las músicas foráneas, algunas que otras danzas sin soporte criollo, se expresa tímidamente, el baile de merengue de salón, entre otras expresiones que no enuncian una estampa de nuestros episodios históricos y sociales, más bien, representan un montaje de expresiones heredadas de nuestros conquistadores.
Con la simbología musical que ha desplazado nuestro sello identitario, hemos perdido sutilmente, las expresiones autóctonas, siendo trastocada, por expresiones chatarras que nada tienen que ver con nuestro acervo cultural.
Por tanto, desde la óptica cultural como sello de nuestro sentimiento nacional, al estar desprovistos de una identidad, hemos asumido el laissez faire et laissez passer, le monde va de lui méme, cuyo significado es, dejen hacer, dejen pasar, el mundo va solo, por lo tanto, como no tenemos ese orgullo de nuestros valores culturales, poco a poco hemos ido perdiendo el sentimiento nacional, lo que en efecto, nos hace parias de las voluntades foráneas de la flagelación de nuestro sello distintivo como pueblo que no expone ni defiende sus raíces como símbolo de identidad.