Da pena que mientras fuera las mujeres están cambiando el mundo, en nuestro país las estemos matando a golpes. Este año tres mujeres (Ellen Johnson-Sirleaf y Leumah Gbowee –de Liberia-, y Tawakkui Karman –del Yemén-) fueron galardonadas con el premio Nobel de la Paz "por su batalla no violenta a favor de la seguridad de las mujeres y los derechos de las mujeres a la plena participación de la obra de construcción de la paz". En Chile, Camila Vallejo Dowling se destaca como líder estudiantil desafiando los sectores más recalcitrantes de la sociedad, y su gobierno neo-liberal. En Brasil, Dilma Roussef se empeña en brindar al gigante sudamericano un gobierno de manos limpias. En Inglaterra, un nuevo reglamento iguala los derechos del hombre y la mujer en la sucesión monárquica.
En República Dominicana, nuestros vergonzosos titulares nos traen cada día mujeres muertas en manos de su conyugue/propietario. Nuestras reacciones son siempre las mismas: "¿Pero qué animal salvaje pudo hacer una cosa así?", "¡Qué bestia!", "¡Eso es inhumano!".
Debemos comenzar por asumir lo nuestro. El asesinato es un crimen profundamente humano (suponiendo que haya alguno que no lo sea). Un animal no mata a otro, lo come. No hay animal asesino como no hay incesto en el mundo animal, incluso si el animal se aparea con su genitora. Poco importa que se trate al criminal de "bestial" o "inhumano". Si criminal es, es porque ley y cultura hay. Más que designar lo que está fuera de la humanidad, con esas exclamaciones buscan señalar lo que está en sus límites, fuera de la civilización y de la cultura. En nuestro caso, sin embargo, el feminicidio no está en los límites de la humanidad. Tiene más de banal que lo que tiene de bestial.
Toda acción vehicula un mensaje. Lo que hacemos (o no) dice algo de nosotros. Es en ese sentido que nos interesa cómo mata quien mata. Por lo que he constatado en los últimos titulares, a las mujeres se las mata con las manos, con almohadas, con cuchillos o machetes. Se las mata quemadas o a tiros.
También se las mata con el silencio. Se las mata cuando le decimos a una niña "Ve prepárale un pan a tu hermano", o cuando les decimos "No hay más nada que hacer. Los hombres son así". Se las mata cuando les pasamos por encima a nuestras hijas, y encargamos de la casa y el dinero al hermano menor, porque "él es el hombre de la casa". Las matamos cuando, para sentirnos bien machitos, le decimos al amigo "La mía no sale de su casa sin mi permiso". Las matamos cuando tenemos que insultar a nuestras compañeras para sentirnos mejores que ellas. Las matamos cuando llevamos al quinceañero al puticlub, pero su hermana no puede ir sola a una fiesta de cumpleaños.
Matamos mujeres cuando preferimos contratar un hombre por cuestiones de autoridad y no de calidad. Cuando en igualdad de condiciones, preferimos la mujer porque "se le paga menos". Se las mata a diario porque estudian más con menos oportunidades.
Las matamos cuando perpetuamos el modelo "la mujer en casa y el hombre trae el pan", porque es el siglo XXI, porque 20,000 RD$ no bastan y al final la frustración la paga ella. Se las asesina cuando no se las deja salir de casa, como si se tratara de un lascivo demonio capaz de levantar milagrosamente todos los miembros en un radio de 25 kilómetros, o como un pacto no hablado entre hombres para controlar(se) el rabo. Se las mata cuando pensamos que mi mujer es mía, de mi propiedad, y que su realización personal sólo depende de mí.
Se las mata dejando que pasen al limbo mnémico cientos de mujeres asesinadas, sin pararnos a reflexionar. Se las mata cuando nos deshacemos del problema pidiéndole a policías, abusadores profesionales, que se ocupen de la seguridad de las mujeres cuando, con demasiada frecuencia, ellos son los primeros golpeadores de mujeres (como de todo lo demás). Todos matamos mujeres. Lo hacemos cuando abrazamos la cultura machista, y todos sus absurdos, ignorando lo ya debatido y rebatido: que esa cultura no es cultura, sino suicidio cultural, que nos mantiene enchivados, impedidos de explotar buena parte de nuestro capital humano.
¿Cuántas mujeres tienen que morir antes de que enfrentemos un problema que es de todos? ¿Hasta cuándo dejaremos que nuestro silencio hable? ¿Habrá que esperar ensuciarse las manos con sangre, o que a todos nos hayan matado una hija o una sobrina?