La sociedad dominicana vive un proceso de democratización, pero extremadamente desigual en los resultados para las grandes segmentos vulnerables de la población.

Es fácil llegar a la conclusión de que en el futuro inmediato no tendremos un mejor panorama para la cultura que el que hemos vivido hasta ahora, vista la inexactitud de visión para el tema por parte de quienes detentan estamentos de poder para acciones gubernamentales. El elemento principal que permite llevar a esa conclusión es que no existe un compromiso de estudio antropológico y  sociológico que genere información fidedigna sobre el proceso cultural que vivimos.

Si tuviésemos los recursos las personas que hacemos votos por el tema cultural, montaríamos un observatorio permanente de estudio en base a los presupuestos teóricos que manejamos. Condición sine qua non para elaborar diagnósticos e arbitraje. Mientras tanto trabajamos a mano pelá.

El Ministerio de Cultura es negligente en crear accesos  democráticos a eventos tales como la bienal de artes plásticas, que recientemente se abrió en la Plaza de la Cultura Juan Pablo Duarte; no hay políticas dirigidas a atenuar la falta de centros culturales pioneros, y cuando aparecen estos centros  es por la gracia y buena fe de algún mecenas, tales son el Centro León de la cultura de Santiago, el de España, el domínico-americano, el de Brasil, y el centro cultural Perelló;  la fiscalización como poder público, el gobierno lo hace para crear trampas de recaudación fiscal y cuando suele ocuparse de motivar a alguien con talento vale más el compadrazgo que la iniciativa de quien quiera desarrollarse y auxiliar a su comunidad.  Así sucede con las becas, con grupos sinfónicos, entre otros para dar algunos ejemplos.

El gobierno ha creado varios centros culturales, entre los que se pueden destacar el de Villa Juana y el Narciso González (y por ahí viene el de Los Minas con un presupuesto superior a los 500 millones de pesos dado de grado a grado al mismo grupo villajuanero que hoy lo tienen más arriba del moño), ambos de extrema y lánguida visión oportunista y que responden más a las necesidades introspectivas de un mandatario que al mandato de la sociedad.

Desde que se creó el Ministerio de la Cultura, primero como Secretaría, el resultado más evidente es el enriquecimiento ilícito de muchos funcionarios que han ocupado u ocupan funciones administrativas, y no es solo porque se cojan el dinero indebidamente producto del desvío hacia labores medalaganarias que solo buscan lucrar, es que cogen el dinero, lo cobran sin proveer a cambio una labor eficaz y acorde con funciones para las que son designados.  Y ahí ni PRD ni PLD se salva del dedo que los acusa.

Ser creativo y honesto es la primera y gran condición, o debería ser, de un Ministerio de Cultura.  De ahí que una comprensión equivocada sobre política cultural coloca al ministerio en cuestión en un parcho de las políticas gubernamentales.

Y es tan fácil poner a producir al Ministerio de Cultura que uno se pregunta ¿Cuál es más necio, si el que lo dirige o el que pone al que lo dirige? Estoy por deducir que es una cuestión de un error en algún gen de la política vernácula.