Estamos ante un Estado carente de virtudes. Plagado de falta de carácter, servil a la corrupción. Se supone que moral y ética debían acompañar cada gestión del Ministerio de Cultura, pero en su lugar hay una flecha…

Hay un dilema en curso, por lo menos para mí. Antes de la existencia del Ministerio de Cultura el dinero que se invertía iba directo para los cultores del arte en cuestión. Ahora una buena parte se queda entre gente a la que no le importa la cultura o que vive a su expensa como ladilla, tal cual la banda ladillera que se adueñó del quehacer cultural oficial desde el 2000.

"Memoria contra olvido": desde Tony Raful hasta José Rafael Lantigua. Y seguirá la Sodoma, visto el reciente relajo de nombramientos con la medalaganaria ley de cine. Lo que, visto el caso, ni médico chino recompone.

Y, si sacamos cuentas, el Ministerio de Cultura no ha tenido razón de ser, a no ser su comportamiento para la Gomorra. Estoy plenamente convencido de que la cultura no puede ser ministrada por nadie, y menos por los que han ocupado ese altanero ministerio de cultura cuyo contenido se parece más a un pañal desechable usado.

Conozco tres personas que crean productos culturales sin necesidad de sentarse a la mesa de la todopoderosa banda de mafiosos de la cultura nacional. Uno produce novelas y cuentos y paga la edición de su bolsillo; y como es rico, dona los ejemplares a entidades de servicio comunitario en las que por supuesto nunca trabajarían los flamantes ministros de Dominican Republic; otra loable mujer saca de su cabeza libros para subsistir, que pudiera dedicarse a la misma conducta  non sancta que son mantenidas por la corrupción política a la que no escapa ni PLD, ni PRD, ni los demás partidos chiquitos que imitan a los mayores. Y un caso que solo de verlo y conocerlo debería de ser ejemplo de vida y entrega, ejemplo que nunca será galardonado un 8 de marzo, pues esa mujer saca de donde no tiene y regala vida y arte en bien de un puñado de adolescentes especiales.

En los tres casos citados hay pasión. Algo que le falta a todo el que es nombrado con una chilata en el Ministerio de Cultura. Y el problema fundamental es que cuando se entra en la aquiescencia de un mecenas, quien lo hace se ve dirigido por él, quiéralo o no.

Y sin embargo no parece haber otro camino que no sea depender del Estado, con el maldito corolario de estar a merced de esa gente que hasta hoy domina el tren de la cultura oficial.

Como se ve, en esos casos la poesía ha hecho más mal que bien.

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